No fue el miedo al cambio. Fue el miedo a la nada

No fue el miedo al cambio. Fue el miedo a la nada

No fue el miedo al cambio, como ciertos analistas y todólogos de tertulia fácil sostienen. Ni el miedo al sorpasso, como otros querían. Tampoco el miedo a ser Venezuela, como algunos pronosticaban. Ni siquiera el miedo a lo nuevo, como reflexionó Iglesias en su speech post electoral. Lo que hizo pinchar el globo de Podemos que muchos veían hinchado a las 20.30 horas del domingo 26 de junio fue el miedo a la nada. Porque meses de ausencia de programa, de ausencia de mensajes proactivos y medidas constructivas que movilicen a la gente más allá del odio o del descontento al final tenía que pagarse de alguna manera. Y se pagó en forma de escaño derrapado.

La estrategia del cajón de sastre estuvo bien pensada pero mal ejecutada. Vender sonrisa con envoltorio de enfado sigue siendo una mala praxis en campaña, donde el target de la ilusión sólo crece cuando el electorado que inclina la balanza cree posible la victoria, no al contrario, a pesar de la desesperanza de Iglesias, que llorará por las esquinas como opositor lo que nunca supo defender como candidato. Y ese electorado no creyó en la victoria porque no confió en que un Gobierno de Podemos pudiera gestionar los problemas de España. Los diagnósticos de los médicos de cabecera están bien como primer análisis pero para ir al especialista se necesitan cirujanos, no curanderos. Esa percepción fue la que hizo que muchos perdieran su fe en asaltar los cielos y saltar la banca, optando por la moderada prudencia de una retirada convertida en descrédito.

¿Cuál era el programa económico de Podemos más allá de derogar todo lo que había hecho el Partido Popular? ¿Qué visión de futuro proyectaba Pablo Iglesias en sus discursos? ¿Cómo valoraban su integridad como posible presidente desde la sinceridad, coherencia o el respeto al resto de creencias y voluntades políticas? ¿Qué consistencia de líder daba alguien que después de alentar a las masas bajo mantos de cal viva se iba a un plató de televisión iraní a dirigir su homilía semanal de Aló Presidente?

No deja de ser significativo que donde más porcentaje de voto perdió Podemos fuera en aquellas capitales de provincia en cuyos ayuntamientos gobiernan sus marcas blancas: Madrid, Cádiz y Zaragoza, municipios de marcado carácter ideológico, de polémicas decisiones cotidianas, basadas principalmente en la ocurrencia del marketing y en la venta constante como propaganda. En esas capitales donde la ilusión se transformó en cansancio debería empezar la autocrítica de Iglesias y los suyos. Porque respirar del aire no es vivir de él. Plazas públicas donde bullía hace un año el activismo del cambio y hoy son escenario de polémica continua, por falta de experiencia en unos casos y escasa cintura política en otros. Para gobernar, hace falta algo más que una sonrisa y careta de cambio. Errejón lo sabía y de ahí que su estrategia iba encaminada a seducir a un electorado a base de ejemplos visualizadores y no de eslóganes de fácil consumo.

Un millón de votos no se pierden por casualidad. Los españoles votan de forma binaria por descarte. En esa polarización, el PP tenía una idea de España. Unidos Podemos, solamente voluntad. El PSOE tiene votantes cautivos, Unidos Podemos, militantes coyunturales. Para conseguir lo que el bipartidismo aún mantiene, se requiere tiempo, paciencia, consolidación de microespacios sociológicos y sobre todo portavoces capaces de explicar qué harán al día siguiente de ganar. No, no fue el miedo al cambio. Podemos perdió a votantes cuyo mayor temor era, simplemente, la nada del día después.

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