‘Understanding’ Trump: un empresario de Nueva York en la Casa Blanca

Desde los Estados Unidos observamos con asombro cómo gran parte de la prensa y muchos políticos europeos optan por una caricatura simplista del presidente Trump en lugar de intentar comprender a la persona y su trayectoria. Este enfoque no solo es reduccionista, sino que también impide una negociación eficaz y equilibrada con él.
Es fácil caer en la interpretación populista que asocia a Trump con los estereotipos negativos sobre los estadounidenses, algo a lo que en España estamos acostumbrados y que, en muchas ocasiones, se aplaude sin mayor análisis. Sin embargo, este error nos costará mucho, no solo en términos económicos, sino también en la erosión de nuestras libertades y servicios.
Llevo 30 años viviendo en los Estados Unidos y fui naturalizado hace 20. Lo primero que aprendes aquí es a respetar la oficina del presidente, independientemente de quién la ocupe. Hasta ahora, este respeto no había sido cuestionado. Trump llegó a su segundo mandato con un récord de votantes a su favor, no solo respaldándolo, sino castigando un orden y una gestión que, para muchos, habían alcanzado su límite.
No pretendo defenderlo ni atacarlo, sino simplemente analizar su historia, su experiencia, sus éxitos y fracasos para entender cómo debe abordarse su figura desde el ámbito político y empresarial. Cada quien decidirá luego si quiere seguir atrapado en la crítica fácil o comprender mejor el fenómeno Trump.
Donald J. Trump (nunca lo llamen «Donny», a menos que quieran enfadarlo) es hijo de un padre de origen sueco y una madre escocesa. Creció en un hogar donde su padre, Fred Trump, imponía una educación estricta y le inculcó que ganar lo era todo. Fred Trump comenzó desde cero y construyó una empresa enfocada en viviendas accesibles en Brooklyn. Desde joven, Donald mostró rasgos de liderazgo algo agresivos, lo que llevó a su padre a enviarlo a la academia militar tras un altercado con un profesor. Luego, estudió en la Wharton Business School de la Universidad de Pensilvania, una de las mejores escuelas de negocios del país. Pasar cuatro años allí, incluso sin destacar, lo coloca por delante en formación respecto a muchos políticos.
Desmitificando tópicos
Uno de los clichés más comunes en Europa es que los estadounidenses son ignorantes. La formación de Trump y su trayectoria desmienten esta idea. Tras graduarse, comenzó a trabajar con su padre, pero pronto comprendió que la construcción de viviendas asequibles tenía un margen reducido y carecía de escalabilidad. La llegada de los alquileres controlados por la ciudad lo llevó a dar el salto a Manhattan en busca de un futuro más ambicioso.
El sector inmobiliario en Nueva York es la «Champions League» del negocio. No solo por la altura de sus rascacielos, sino por la feroz competencia y la dureza de los proveedores, que buscan ventaja en cada negociación. Desde joven, Trump demostró que no era el personaje frívolo y superficial que muchos quieren vendernos. Su primer gran proyecto, la remodelación del Hotel Commodore junto a Grand Central Station, ocurrió en una Nueva York en crisis. Logró levantar el proyecto convenciendo a la ciudad de que le otorgara incentivos fiscales y al grupo Hyatt de gestionarlo, todo sin capital ni historial en el sector más allá de su experiencia con su padre.
En esta etapa, también aprendió a usar el apalancamiento financiero cuando no se tiene capital propio, a magnificar proyectos y a negociar con múltiples opciones simultáneamente. Desde Europa, estas tácticas pueden considerarse poco éticas, pero en el ecosistema empresarial estadounidense, y especialmente en Nueva York, son simplemente las reglas del juego.
Un empresario en la Casa Blanca
Comprender este trasfondo nos ayuda a ver que los aranceles impuestos por Trump, percibidos en Europa como un ataque frontal, no son más que estrategias de negociación para mejorar su posición. En Nueva York, se dice frecuentemente: «It’s not personal, it’s business». En los negocios, los estadounidenses separan lo personal de lo profesional con mayor facilidad que los europeos, quienes suelen tomarse las disputas de manera más visceral. Esta diferencia cultural dificulta una negociación eficaz con Trump.
Trump ha trasladado a la política las estrategias que le han funcionado en el mundo empresarial, descolocando a adversarios más acostumbrados a los ritmos de la diplomacia y al lenguaje indirecto. No ha cambiado su estilo en 40 años: sigue siendo ambicioso, incansable, pragmático y solo respeta a quienes considera exitosos y fuertes. Para él, todo es una oportunidad de negocio.
Este perfil puede no gustar, pero la política no se trata de ser simpático y posar bien en las fotos. En tiempos difíciles, se necesitan líderes que afronten la realidad con frialdad y ejecución. Nos puede gustar o no, pero Trump cumple con ese perfil.
Se puede discrepar de sus formas, de algunas de sus políticas o de su acercamiento a Putin. Sin embargo, desde los Estados Unidos nos resulta contradictorio que Europa, y en particular Alemania, haya comprado gas ruso durante años mientras armaba a Ucrania. La política internacional es un juego complejo donde la coherencia a menudo brilla por su ausencia. Tal vez, en lugar de caricaturizar a Trump, deberíamos analizar con más rigor nuestras propias contradicciones y errores.