Reinos que desaparecieron: ciudades olvidadas en la España medieval
Se dice que en España en la Edad Media había algunos reinos más de los que sabemos, que fueron desapareciendo. Te lo contamos aquí.
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La historia medieval de la Península Ibérica está llena de matices y episodios que a menudo se escapan de los libros escolares. Más allá de los grandes reinos que dieron forma a la España posterior, existieron pequeños estados, ciudades y señoríos que durante siglos tuvieron vida propia. Algunos fueron poderosos en su tiempo; otros apenas sobrevivieron unas décadas. Todos, sin embargo, dejaron huellas en el paisaje, en las crónicas y en la memoria colectiva.
La Edad Media fue un tiempo de continuos cambios. Las fronteras se movían, las alianzas se rompían y surgían nuevas identidades que más tarde desaparecerían. Ciudades que hoy parecen tranquilas o incluso olvidadas fueron, en su momento, núcleos de poder, comercio o cultura. Esta es una mirada a algunos de esos lugares que un día brillaron y luego se desvanecieron, recordándonos que la historia no solo la escriben los vencedores, sino también los que cayeron en el olvido.
El Reino de Taifa de Albarracín: independencia entre montañas
Albarracín, con su paisaje escarpado y sus murallas serpenteantes, fue durante siglos un refugio de independencia. Nació como una pequeña taifa tras la disolución del califato de Córdoba, gobernada por los Banu Razin, una familia que supo mantener su autonomía entre potencias mucho mayores. Desde sus alturas controlaban los valles y los pasos de montaña, comerciaban con ambos bandos y sobrevivían gracias a su geografía inaccesible.
Más tarde, tras la conquista cristiana, el señorío pasó a manos de los Azagra, una familia navarra que lo convirtió en casi un reino propio dentro de la Corona de Aragón. Albarracín mantuvo sus leyes, su moneda y su orgullo hasta que, en 1300, perdió su independencia. Hoy, pasear por sus calles estrechas y empedradas es volver a escuchar el eco de aquel pequeño reino que se sostuvo durante siglos entre la roca y la historia.
Medinaceli: frontera y memoria
En lo alto de una meseta soriana se levanta Medinaceli, una ciudad que durante la Edad Media fue mucho más que un simple enclave fronterizo. Su nombre, derivado del árabe Madīnat Salīm (“la ciudad de Salim”), evoca su pasado islámico, cuando fue una plaza fuerte clave para el control del valle del Jalón. En su apogeo, fue lugar de paso de comerciantes, soldados y viajeros, un punto donde se cruzaban los mundos cristiano y musulmán.
Con el paso del tiempo, las rutas comerciales cambiaron y la ciudad fue perdiendo relevancia. Su castillo y su muralla resistieron, pero su población disminuyó. Hoy, Medinaceli es una joya silenciosa, con vestigios romanos y medievales que recuerdan su antiguo esplendor. Representa a todas esas ciudades que brillaron brevemente en la frontera y luego se apagaron, arrastradas por los vaivenes de la historia.
El Reino de Nájera: una capital que se desvaneció
Mucho antes de que Logroño o Burgos dominaran el norte, Nájera fue el corazón político del Reino de Navarra. Durante el siglo X, sus calles acogieron una corte próspera donde convivían influencias cristianas, musulmanas y judías. El monasterio de Santa María la Real, fundado por el rey García Sánchez III, fue símbolo de esa grandeza y aún hoy conserva parte de su esplendor.
Sin embargo, la expansión de Castilla cambió el destino de la ciudad. Al perder su rango de capital, Nájera fue perdiendo población y protagonismo, aunque mantuvo cierta relevancia religiosa y cultural. Su historia muestra cómo el poder medieval era efímero: una ciudad podía ser capital de un reino y, pocas generaciones después, convertirse en un enclave secundario. Las piedras de Nájera aún parecen guardar el orgullo de haber sido, por un tiempo, el centro de un pequeño mundo.
Medina Azahara: el esplendor perdido del califato
Entre las colinas que rodean Córdoba se alzan las ruinas de Medina Azahara, una de las ciudades más fascinantes de la historia peninsular. Abderramán III la mandó construir en el siglo X como símbolo de su poder y del esplendor del califato de al-Ándalus. Fue una urbe de mármol y agua, con jardines, fuentes y palacios que deslumbraban a los visitantes.
Su esplendor, sin embargo, duró poco. Las guerras civiles que desmembraron el califato la destruyeron apenas setenta años después de su fundación. Durante siglos quedó sepultada bajo la tierra, hasta que las excavaciones del siglo XX revelaron su grandeza. Medina Azahara es un recordatorio de cómo el poder y la belleza pueden desaparecer con la misma rapidez con la que se levantan, dejando tras de sí solo ruinas y memoria.
El Reino de Murcia: entre dos mundos
Murcia fue, en la Edad Media, un territorio que simbolizaba el equilibrio entre culturas. Nació como taifa en el siglo XI y prosperó gracias a su fértil huerta y a su posición estratégica entre el Mediterráneo y la meseta. Tras su incorporación a Castilla, mantuvo una autonomía singular como reino mudéjar. Durante un tiempo, sus habitantes vivieron bajo leyes propias y conservaron su lengua y tradiciones.
Las tensiones políticas y las revueltas acabaron por poner fin a su independencia. Aun así, la herencia de aquel reino sigue viva en la red de acequias y huertos que alimentaron su riqueza. Murcia fue, en su momento, una tierra de convivencia y mestizaje, un punto de encuentro donde el mundo islámico y el cristiano se miraron de frente sin borrarse del todo.
Ciudades que se apagaron: un mapa que cambió para siempre
La Península estuvo llena de lugares que conocieron su hora de gloria y luego desaparecieron de los mapas del poder. Silos, Uclés, Calatrava o Roda de Isábena fueron centros religiosos, militares o administrativos que jugaron papeles importantes durante un tiempo. En el sur, Baza o Alcaraz florecieron entre los siglos XII y XIV, impulsadas por el comercio o la guerra, hasta que la historia las desplazó.
A veces fue la geografía la que decidió su suerte: un río que cambió de curso, un puerto que perdió su profundidad o una sequía que arruinó sus campos. Otras veces fueron las guerras o el simple paso del tiempo. Pero cada una de esas ciudades dejó un testimonio: un castillo en ruinas, una iglesia olvidada, una calle empedrada. Son los rastros de un mapa medieval que ya no existe, pero que sigue latiendo bajo el actual.
De todos estos reinos, recorrer sus restos o leer sus nombres antiguos es una forma de viajar en el tiempo. En ellos se condensan siglos de luchas, de sueños y de cambios. Cada piedra, cada muralla derruida, nos recuerda que el pasado no desaparece del todo: se esconde, esperando a que alguien vuelva a mirar hacia él con curiosidad y respeto.
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Temas:
- Edad Media