Jonás, el profeta reacio: historia, contexto y su misión en Nínive
Explora la historia de Jonás, su misión en Nínive y cómo su resistencia se convirtió en una lección de obediencia y misericordia.
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El libro de Jonás es una profunda reflexión histórica y teológica que se produjo en el siglo VIII a.C. El texto ofrece una radiografía de las tensiones políticas, el trauma colectivo y las complejas relaciones internacionales que primaban en la época, especialmente para el pequeño reino de Israel frente al imperio asirio.
El contexto histórico
La historia se sitúa en el reinado de Jeroboam II, una etapa de gran prosperidad y expansión territorial para el reino norte de Israel. Sin embargo, esa estabilidad era precaria. Dependía de un vacío de poder temporal en el imperio asirio.
Israel se ubicaba en una encrucijada comercial. Su territorio era un punto de encuentro entre culturas e idiomas como el arameo y el acadio. Jonás era originario de Gat-hefer y estaba determinado por la realidad geopolítica de su tiempo.
En aquel entonces, Nínive era la capital asiria. Estaba situada a orillas del Tigris y era un símbolo del poder absoluto y la crueldad. Tenía unas imponentes murallas, jardines colgantes y palacios decorados con relieves que alababan la guerra. El cercano oriente experimentaba terror frente a ella.
La huida a Tarsis
Dios le ordenó a Jonás predicar en Nínive, lo cual era repugnante para él, pues no quería que sus habitantes fueran perdonados. Prefería que Nínive siguiera en su maldad para que esto le granjeara su destrucción.
Jonás decidió huir hacia Tarsis, que estaba en el confín del mundo conocido en ese entonces. Este era un acto de desobediencia ideológica. Su huida simboliza el rechazo a una misión que sentía como una traición a su identidad nacional y a la justicia misma.
El episodio del gran pez
Mientras Jonás huía en un barco hacia Tarsis, Dios desató una violenta tormenta. Los aterrorizados marineros echaron suertes para descubrir al responsable de la calamidad y señalaron a Jonás. Este confesó que huía de una misión divina.
Los hombres lo arrojaron por la borda. Inmediatamente, el mar se calmó. Entonces, Dios dispuso que un gran pez se tragara a Jonás, quien permaneció en sus entrañas durante tres días y tres noches.
En la oscuridad del vientre del pez Jonás se desesperó y finalmente oró y reconoció la supremacía de Dios. Después de esto, el pez vomitó a Jonás sano y salvo en la orilla. Este fue un acto de disciplina que redirigió al profeta hacia Nínive. Representa la imposibilidad de escapar al destino y al deber profético
La predicación y el arrepentimiento
Jonás obedeció se dirigió a Nínive, la enorme capital asiria. Allí proclamó que en cuarenta días la ciudad sería destruida por completo. Contrario a lo que esperaba, su advertencia no fue recibida con burla o indiferencia.
De manera inmediata, toda la ciudad creyó en el mensaje y declaró un ayuno general. Como señal de arrepentimiento, desde el monarca hasta los plebeyos se vistieron con ásperas telas de cilicio.
Ante esto, Dios suspendió su castigo y perdonó a la ciudad, demostrando que su misericordia prevalece sobre el castigo cuando hay arrepentimiento.
Un legado teológico
Jonás se enfureció al ver que Dios perdonó a Nínive. Se sentó fuera de la ciudad a esperar que Dios hiciera “justicia”. Para enseñarle una lección, Dios hizo que creciera una enredadera que le daba sombra y lo aliviaba del calor.
Jonás se alegró y se encariñó con la planta. Sin embargo, al día siguiente, Dios envió un gusano que mató la planta y dejó a Jonás expuesto al sol y al viento. Esto lo dejó tan deprimido y enojado que deseó morirse.
Entonces, Dios lo retó: si sentía lástima por una simple planta que no plantó, ¿cuánto más debería Dios compadecerse de una gran ciudad llena de miles de personas ignorantes?
El libro de Jonás fue el correctivo teológico para un pueblo que había experimentado la destrucción. Su mensaje era revolucionario: la compasión divina no es un monopolio de un pueblo escogido, sino que se extiende incluso al enemigo más aborrecido.
La lección detrás de la historia
Lejos de alegrarse, Jonás se molesta con Dios. No entiende cómo puede perdonar a una nación cruel. Su enojo muestra algo muy humano: el deseo de justicia según nuestra propia medida. Dios, con paciencia, le enseña una lección usando una simple planta que crece para darle sombra y luego se seca. A través de ese gesto, le revela que su compasión se extiende a todos, incluso a quienes menos lo merecen.
El libro termina sin una respuesta de Jonás, dejando abierta la reflexión. Esa pregunta final “¿Y no tendré yo piedad de Nínive…?” sigue resonando siglos después. Más que una historia sobre un profeta desobediente, Jonás es una lección sobre el corazón de Dios, que busca redimir antes que condenar. Su relato nos recuerda que obedecer a Dios no solo transforma a otros, sino también a nosotros mismos.
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