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Ezequiel en la Biblia: su vida durante el exilio y sus visiones más conocidas

Explora la historia de Ezequiel, sus visiones y enseñanzas mientras guiaba a Israel durante el exilio babilónico.

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Francisco María
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Entre las páginas del Antiguo Testamento, pocos personajes resultan tan intensos y enigmáticos como Ezequiel, el profeta del exilio. Su historia es la de un hombre que tuvo que aprender a escuchar a Dios lejos de su tierra, entre ruinas y recuerdos, en una época donde la fe parecía apagarse. Su libro no solo es un testimonio de visiones extraordinarias, sino también de la lucha interior de un pueblo que buscaba sentido en medio de la pérdida.

Un profeta en tiempos de crisis

El nombre Ezequiel significa “Dios fortalece”, y quizá no haya mejor descripción de su vida. Era sacerdote, hijo de Buzi, y pertenecía a una familia sacerdotal de Jerusalén. Sin embargo, su destino cambió drásticamente cuando, en el año 597 a.C., fue llevado al exilio en Babilonia, junto con el joven rey Joaquín y gran parte de la élite de Judá. En aquel tiempo, Jerusalén todavía no había sido destruida, pero ya se respiraba la sensación de que el desastre era inevitable.Profetas

Cinco años más tarde, cuando tenía unos treinta años, Ezequiel recibió su llamada profética a orillas del río Quebar, en tierra extranjera. Era la edad en la que, según la tradición, los sacerdotes comenzaban su ministerio. Pero él no tenía templo ni altar. En su lugar, recibió una misión diferente: ser la voz de Dios entre los desterrados. Su tarea consistía en interpretar lo ocurrido y en mantener viva la fe de su pueblo, que aún no comprendía cómo su Dios podía haber permitido semejante tragedia.

El contexto del exilio babilónico

El exilio fue una herida profunda. En el 586 a.C., Nabucodonosor volvió a atacar Jerusalén y la arrasó por completo. El templo de Salomón fue destruido, el arca desapareció y miles de israelitas fueron llevados cautivos. Para los que quedaron y para los que estaban en Babilonia, el sentimiento fue devastador: si el templo era la morada de Dios, ¿significaba eso que Dios los había abandonado?

Ezequiel respondió con una idea radical para su tiempo: Dios no está preso en un lugar. No había sido derrotado ni había dejado de cuidar a su pueblo. El exilio, decía, era consecuencia de la infidelidad de Israel, pero también una oportunidad para volver a empezar. Su mensaje combinaba la exigencia moral con la esperanza renovada, y su forma de expresarlo era tan original que nadie podía quedar indiferente.

Un profeta de gestos y símbolos

Ezequiel fue un hombre de palabra y de acción. Dios le pedía realizar gestos sorprendentes, verdaderos actos simbólicos para comunicar sus mensajes. En una ocasión tuvo que permanecer acostado sobre un costado durante meses, representando los años de pecado de su pueblo. En otra, cocinó su comida sobre estiércol, para mostrar la impureza del exilio.

Cada gesto suyo era una especie de parábola viviente, un modo drástico pero eficaz de llamar la atención de un pueblo endurecido. Ezequiel no se limitaba a predicar; encarnaba su mensaje, aun a costa de su propio dolor.

Las visiones de Ezequiel: el Dios que no abandona

El libro de Ezequiel se abre con una visión impresionante. El profeta ve un torbellino de fuego que viene del norte, acompañado de criaturas extrañas: seres con aspecto humano, pero con cuatro rostros, de hombre, león, toro y águila, y con alas que se movían al unísono. Junto a ellas aparecían ruedas resplandecientes llenas de ojos, y sobre todo ese conjunto se alzaba un trono de zafiro donde brillaba la gloria de Dios.

Esta escena, conocida como la visión del carro celestial, es uno de los pasajes más misteriosos de la Biblia. Más allá de su simbolismo, transmite una idea clave: la presencia divina no estaba limitada al templo de Jerusalén.

Valle de los huesos secos

Otra visión inolvidable es la del valle de los huesos secos (Ezequiel 37). El profeta contempla un campo cubierto de huesos dispersos y quebrados. Dios le ordena hablarles, y mientras lo hace, los huesos se unen, se cubren de carne y, finalmente, cobran vida al recibir el soplo divino. Es una imagen de resurrección y esperanza: Israel, que parecía muerto, reviviría por la fuerza del Espíritu.Profetas

En los últimos capítulos, Ezequiel describe un nuevo templo y una nueva tierra. Detalla sus medidas, sus muros y sus cámaras, como si dibujara con palabras el sueño de un pueblo que anhelaba volver a empezar. Más que un plano literal, esa visión representaba una restauración espiritual, una promesa de armonía y pureza que marcaría un nuevo comienzo para Israel.

Un mensaje de juicio y de esperanza

El mensaje de Ezequiel oscila entre la advertencia y la consolación. Por un lado, denuncia con dureza la idolatría y la corrupción; por otro, abre la puerta a la reconciliación. Uno de sus pasajes más recordados expresa esta transformación interior:

“Les daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de ustedes” (Ezequiel 36:26).

En estas palabras se percibe el núcleo de su pensamiento: la verdadera fidelidad a Dios no depende de un templo o de una tierra, sino del corazón humano. Ezequiel anuncia una fe más profunda, capaz de sobrevivir a la pérdida y al cambio.

El legado de Ezequiel

Con el paso del tiempo, la figura de Ezequiel se convirtió en símbolo de resistencia espiritual. Sus visiones inspiraron a místicos, artistas y pensadores que vieron en él un puente entre el juicio y la esperanza. Su forma de entender a Dios como presencia viva y libre transformó la fe de Israel y dejó huella en el pensamiento religioso posterior.

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