‘Slowbalisation’ y esnobismo bélico

'Slowbalisation' y esnobismo bélico
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Slowbalisation” es el término acuñado por la revista The Economist para definir el actual proceso involucionista en relación al libre comercio mundial que empezó con la guerra comercial desatada por Donald Trump contra China con su “America First”.  Fruto de ello, entre 2016 y 2019 los flujos de inversión finalistas, esto es, para inversiones a largo plazo a nivel global, se redujeron a la mitad.

La segunda “desglobalización” se produjo con la pandemia por Covid-19, que provocó disrupciones nunca vistas en la cadena de suministro de bienes a nivel global y que ha generado alzas en los precios no sólo de las materias primas, sino de los portes y de las manufacturas llevando la tasa de inflación en los países desarrollados a niveles no vistos en más de cuarenta años: el IPC español de marzo acaba de escalar al 9,8%, un nivel que nos retrotrae a 1985. El IPC de la Eurozona llega al 7,5%, una cifra inédita. Y en EEUU, en febrero, este indicador marcó un ascenso del 7,9% alcanzando niveles tampoco vistos desde 1982.

La invasión de Ucrania por parte de Putin el 24 de febrero estaría detrás de este último empuje de los precios al alza, al haber provocado una disrupción en el normal funcionamiento de los mercados de materias primas y de energía de magnitudes no vistas desde el shock de oferta de 1973 que amenaza con tasas permanentes de inflación desconocidas para la mayoría de economistas o financieros que hoy estamos en activo y que sólo habíamos estudiado en los manuales. Estamos ante la tercera “desglobalización” ¡en menos de cuatro años!

Hoy nos jugamos mucho más que la soberanía de Ucrania (lo que ya de por sí no es poca cosa): la tensión actual está en si el fiel de la balanza se inclina hacia un mundo autárquico, nacionalista y dictatorial o será la democracia liberal, la apertura comercial, la mutua confianza y el imperio de la ley los que ganen la batalla. Según el Banco Mundial, hoy un 31% del PIB global es producido por regímenes autocráticos, más del doble que tras el fin de la guerra fría. Lógicamente, la mayor parte de esta proporción corresponde a China, con el 14%.

El proteccionismo y el populismo eran dos tendencias que, tras la quiebra de Lehman Brothers en 2008 y el estallido de la Crisis Financiera Global, estaban por explotar, como ya aparecieron tras el crack del 29; entonces, terminó provocando un proceso de proteccionismo con devaluaciones competitivas de las monedas y destrucción a gran escala de riqueza global. La compleja situación económica abonó el terreno para el ascenso al poder de líderes populistas y nacionalistas como Hitler o Mussolini. La invasión de los Sudetes por parte de Alemania en 1938 (triste paralelismo con la invasión de Ucrania hoy por parte de Putin, en reclamación de un territorio histórico) supuso un camino sin vuelta que terminó con la invasión de Polonia (buscando la salida al mar… ¿les suenan las ciudades de Mariúpol y Odesa en Ucrania?) y el inicio de la II Guerra Mundial.

Esnobismo bélico

Sorprende detectar un cierto esnobismo bélico, que lleva a líderes de opinión a justificar la invasión de Ucrania aludiendo a supuestas razones historicistas sobre si el Ducado de Kiev fue el origen de Rusia… en el siglo XIII. Según este argumento, España debería reclamar para sí no sólo la mayor parte de América del Sur, sino Centroamérica, buena parte de los actuales EEUU y las Islas Filipinas. Y con más razón, puesto que algunos de estos territorios fueron parte de la Corona Española hasta 1898. ¿La diferencia? Nosotros no tenemos armas nucleares. O sea, justificación por el uso de la fuerza y de la amenaza, casi desde la admiración a Putin: “ejercer el poder”.

También se racionaliza la invasión a Ucrania en que hay una gran parte de la población ruso-parlante: ¿Una vez más, la lengua para justificar la guerra, una invasión o una secesión? O que haya regiones que “se sienten rusas” (Donbas), cuando en el referéndum para votar la independencia de Ucrania en 1991 el 90% de los electores ¡de todo el país! votaron a favor.

Si bien es cierto que la corrupción (una vez más la corrupción) provocó una fuerte polarización entre quienes, según las encuestas, volverían a votar a favor de la independencia en 2012 (62%) y quienes votarían no (26%), la invasión ilegal de Crimea por parte de Rusia supuso un punto de inflexión que hizo que, desde entonces y ya hasta hoy, en la encuesta realizada por Rating Group, el porcentaje de ucranianos a favor de la independencia de Ucrania respecto de la Federación Rusa se situaba en un rotundo 81% frente a un 15% en contra, según el diario económico Financial Times (la última edición de la encuesta anual es de agosto de 2020).

Sorprende aún más cómo cala en personas de notable formación y cultura el argumento esnob de que Putin tiene sus razones y que el hecho de que Ucrania, tras haber sido invadida parcialmente en 2014 en su península de Crimea, pidiera protección a Occidente (a la OTAN y a la UE) para defender su soberanía frente al matón del barrio puede considerarse un acto hostil hacia Rusia.

Pienso que ese esnobismo fue el que, en su época, llevó a muchos intelectuales a apoyar a Hitler o a otros aún hoy a apreciar la labor de Stalin. ¿Es tan complicado pensar que las guerras se producen fundamentalmente por motivos económicos y por problemas personales o psicológicos de líderes sin escrúpulos que con ellas pretenden tapar sus problemas internos y pasar a la posteridad como salvadores de su pueblo?

¿Por qué ese masoquismo intelectual de buscar razones extravagantes para justificar a criminales de guerra? ¿Es ser original e independiente dejarse embaucar por la burda propaganda del Kremlin que circula por las redes sociales y muchos medios de comunicación occidentales? Que si el regimiento Azov que,  por cierto, se está inmolando defendiendo la devastada Mariúpol es neonazi, que si Ucrania lleva en guerra en el Donbas “contra la población rusa” desde 2014 (curiosamente tras la invasión ilegal de Crimea) y nadie se ha preocupado de las víctimas civiles pro-rusas…

Cuando se invierte, ser contrarian puede ser una inteligente estrategia recomendable para quien tenga la capacidad y las agallas de aplicarla. Pocos son los que la practican, de ahí el nombre de la estrategia. En lo que respecta a los principios morales, hasta los menos ilustrados saben distinguir a un criminal de guerra de un digno prócer. En este caso llevar la contraria es, aparte de un ejercicio de esnobismo, una soberana estupidez que como sociedad libre nos debilita.

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