Calviño renuncia a pelear por que España conserve puestos internacionales para colocarse ella
Es bien sabido que cuando un Gobierno está dando las últimas boqueadas, como el actual, quien más, quien menos se empieza a buscar las habichuelas para cuando tenga que abandonar la poltrona. Es el caso de Nadia Calviño, esa ministra que sigue ahí defendiendo lo indefendible porque ha fracasado en sus sucesivos intentos de colocarse en un cargo internacional. Eso sí, la caridad bien entendida empieza por una misma: ha renunciado a dar la batalla para mantener el peso de España en los organismos europeos para concentrarse en la suya propia por labrarse un futuro que no tiene asegurado al carecer de carné del PSOE.
Con todos los líos de posibles cortes del gas, la subida de tipos y el impuestazo a la banca, no ha tenido mucho eco una noticia que les hemos contado en OKDIARIO: España ha perdido su histórica vicepresidencia del Banco de Desarrollo del Consejo de Europa. Aunque no es una institución de primera fila, es un paso más hacia la irrelevancia de nuestro país en los organismos internacionales.
Además, tiene mucho simbolismo porque España, Italia y Alemania han ocupado tradicionalmente la presidencia y la vicepresidencia de esta entidad dedicada a financiar proyectos sociales (está teniendo un papel muy relevante en las ayudas a los refugiados ucranianos). Ahora, Italia y Alemania conservan su poder, mientras que nosotros perdemos el asiento que ocupaba Rosa María Sánchez-Yebra en favor de Francia.
Los sueños de Nadia
Y el Gobierno de Pedro Sánchez no ha movido un dedo para defenderlo. ¿Por qué? Pues por eso, porque Calviño no quiere quemarse en una batalla por su país cuando tiene que librar otra mucho más relevante para ella misma. Algo que sería escandaloso en cualquier democracia avanzada, pero que aquí nos parece lo más normal del mundo; estamos muy curados de espanto.
¿Y qué quiere ser de mayor doña Nadia? Pues su sueño dorado siempre ha sido ocupar una comisaría europea, pero no lo consiguió antes de que Sánchez formara Gobierno. Precisamente, fue ese fracaso lo que le obligó a conformarse con el Ministerio de Economía, pese a que venía con la aureola de economista ortodoxa -por eso la nombró el presidente, para tranquilizar a unos mercados asustados por su pacto con Podemos-.
Y se ha tenido que comer todos los sapos de las constantes medidas económicas disparatadas de este nuestro Ejecutivo. El último, el impuestazo a la banca para el que montó un paripé con la flor y nata del sector el viernes en el que no les dijo nada nuevo. Que paguen y se callen, básicamente.
Ahora, la puerta de Bruselas está cerrada, al menos hasta que se renueve la Comisión Europea (y también seguramente después, porque ya estará gobernando el PP). Como se recordará, también fracasó en su intento de acceder a la presidencia del Eurogrupo en 2020.
El BEI, la opción más probable
Otra opción que le encantaría es ser directora gerente del FMI, como en su día lo fue Rodrigo Rato. Pero eso también está casi imposible, según fuentes conocedoras de la situación. Cuando acabe el mandato de la búlgara Kristalina Georgieva (en 2024), Francia quiere mantener su tradicional control del organismo (por ahí han pasado Dominique Strauss-Kahn y Christine Lagarde) con un candidato nacional o de un país afín.
¿Qué opciones le quedan a la ministra, entonces? La más accesible, según estas fuentes, es la presidencia del BEI, el Banco Europeo de Inversiones. Un organismo de segunda categoría pero muy relevante porque concede préstamos de gran calado: Iberdrola acaba de conseguir uno de 550 millones para desarrollar energías renovables.
Además, el BEI ya nos ha servido en el pasado para aparcar exministras socialistas que se habían quedado colgadas de la brocha: fue el caso de la ínclita Magdalena Álvarez alias ‘Maleni’, ministra de Fomento con Zapatero, que se colocó en 2010 de vicepresidenta de esta entidad. Pero claro, Calviño con su caché aspira a la presidencia, lo cual complica las cosas, lógicamente.
Por tanto, nuestra ministra debe concentrarse en estas peleas para colocarse y no puede distraerse con otras. Mientras tanto, seguirá aguantando en su puesto tras la crisis de Gobierno que se prevé para septiembre. Es como esos trabajadores que están a disgusto en su empresa pero continúan hasta que les salga algo mejor.
Escrivá, en la rampa de salida
El que tiene más papeletas para salir es José Luis Escrivá, otro economista presuntamente ortodoxo que nadie se explica qué hace en el Gobierno de Sánchez. Como Calviño, se ha imbuido tanto del discurso oficial que ya no le cuesta nada vender cualquier burra. Su última boutade ha sido atacar a Guindos por decir que el impuesto a la banca no debería afectar a la solvencia del sector (cuya supervisión es misión del BCE). «Es la respuesta de un ex ministro del PP y no del vicepresidente del BCE», soltó el titular de Seguridad Social y se quedó tan ancho.
Pero, a pesar de estas poseído por el espíritu de Pedro, todo tiene un límite. Y en otoño llega el momento de ponerse colorado, desdecirse de todo lo dicho y plantear una reforma de las pensiones para detener la quiebra del sistema, que tendrá que ser muy parecida a la de Rajoy que él mismo derogó. Pero lo exige Bruselas y es una de las condiciones para que el banco central nos compre deuda si la prima de riesgo se desmadra. Y Escrivá, después de cerrar el parto de los montes que ha sido la negociación de las cuotas de autónomos, no quiere quemarse ahora con algo tan impopular como bajar las pensiones.
Y, a diferencia de Calviño, él no tendrá problemas para colocarse en el sector privado, del que procede (fue jefe de estudios del BBVA antes de pasar a la Airef). No necesita librar batallas para aspirar a un cargo y tampoco tiene necesidad de seguir en el Gobierno «hasta que salga algo mejor».