Anna Caballé: “La mujer culta ha encontrado su lugar y ahora le toca defenderlo”
Profesora de Literatura de la Universidad de Barcelona y Premio Nacional de Historia de España por la biografía ‘Concepción Arenal: la caminante y su sombra’ (Ed. Taurus). Anna Caballé (Hospitalet de Llobregat, 1954) es una mujer de amable y opina sobre las cuestiones que se le plantean con determinación y sin ornamentos. Expone apasionada la forma de luchar de la ferrolana por mejorar la vida de las clases sociales más marginadas, así como la forma libre de relacionarse con sus contemporáneos y los juicios malintencionados que sufrió por ello.
Con respecto a la íntima relación del feminismo con la clase social, la también autora de ‘Carmen Laforet, una mujer en fuga’ (2010) señala que lo segundo “es algo que cruza todo el ser del individuo”, por ello, prosigue, “seguramente una mujer de buena posición vive el feminismo de un modo muy distinto al que puede experimentar una mujer que carece de recursos, aunque las dos tienen muchas cosas en común”.
El otro día, hace apenas unas semanas, comía con amigos y uno de ellos preguntó: “¿Por qué es necesario tener pensadores en nuestra sociedad?”. Y, si le soy sincera, no supimos demasiado bien cómo abordar la respuesta. ¿Usted qué opina sobre esta cuestión?
Me sorprende la radicalidad de esta pregunta, la verdad. El ejercicio del pensamiento nos ha distinguido de otras especies de la Tierra. Pensar es una aptitud del ser humano que le ha permitido buscar respuestas a preguntas fundamentales, reconocer y conocer cuáles han sido y son en cada momento los problemas del mundo. Digamos que, como dice Edgar Morin, el pensamiento nos ayuda a armarnos una y otra vez en el combate vital por la lucidez.
Le dan el Premio Nacional de Historia de España 2019 por la biografía ‘Concepción Arenal: la caminante y su sombra’ porque, entre otros aspectos, “es un personaje todavía no lo suficientemente conocido”. Pero, ¡si hay miles de calles con su nombre! ¿Cómo es posible esto?
Sí, pero precisamente el nombre de las calles ahora mismo es un terreno vidrioso. Por el momento nadie ha impugnado la razón de ser de las calles que en todas las ciudades de España llevan su nombre. Ella luchó más que nadie por la dignidad de las clases marginadas, y muy especialmente por la de los presos y las presas que sobrevivían en cárceles infames. La sociedad, en términos generales, le agradeció su lucha, pero olvidó el sentido filosófico y ético que la movía. Se olvidó o, mejor, no se había reconocido hasta ahora su condición de pensadora, es decir de alguien que contribuye al esclarecimiento de las ideas. En su caso el pensamiento se unió a la acción y eso la hace particularmente interesante.
Hablando de mujeres desconocidas, en la conferencia que dio sobre Arenal en el Instituto Cervantes invitada por el Círculo de Orellana habló de la fascinante historia de Dolors Mateu. Cuéntenos, ¿quién era?
Sí, es fascinante, en efecto. Dolors fue una de las primeras universitarias españolas. Se centró en la Obstetricia y mantenía en paralelo con su consulta privada en Barcelona donde atendía a las mujeres de buena posición otra consulta en las Ramblas donde gratuitamente atendía a prostitutas que sufrían toda clase de enfermedades venéreas. Cuando murió, relativamente joven, las prostitutas acompañaron a lo lejos el entierro en una larga fila, como muestra de reconocimiento a su labor.
Regresando a Arenal. En Potes (Cantabria), donde la ferrolana se retira tras la muerte de su marido, apenas la conocen. ¿Qué cara se le quedó cuando fue a investigar allí, comenzó a preguntar y preguntar, pero nadie sabía quién era?
Bueno, sí se sabía y se sabe quién era, por supuesto. El problema es que quedan poquísimos rastros de sus varias estancias en Potes, su refugio moral en tiempos de crisis. La maledicencia en torno a su relación con el compositor Jesús Monasterio enturbió la grandeza que encerraba su personalidad e hizo difícil que se la viera como alguien valioso, más allá de los rumores que la acompañaron por su forma libre de ser mujer, de vestir, de pensar y de relacionarse con los hombres.
La sombra de Arenal, relata, es su padre, ¿verdad? ¿Por qué le marca tanto su padre y decepciona tanto a su madre?
Su padre muere a causa de sus ideas liberales, de su compromiso con una idea de la rectitud que a ella le marcará muchísimo en lo sucesivo. De hecho, estoy convencida de que su sentimiento compasivo hacia la gente que sufre será la forma que encuentra Arenal de combatir la idea de no haber podido auxiliar a su padre. En cuanto a su madre, no sabemos nada de ella porque Arenal nunca habla de ella en la documentación que conocemos. Es un silencio que sería absoluto, si no fuera porque la convierte en un personaje de su narrativa, todavía inédita. Y leyendo sus novelas se comprende que el rechazo era mutuo: la madre tiene una hija díscola, rebelde, que no encaja en su modelo de feminidad y a la hija le parece que su madre es una mujer que no supo comprender a su marido y tampoco sabe comprenderla a ella. No se entendían.
La filosofía de la compasión de la que usted habla cuando se refiere a Arenal, ¿es un atributo o una forma de pensar únicamente femenina?
No debería serlo. La Enciclopedia francesa le dio una dimensión filosófica, por ejemplo. La compasión es superior a la piedad pues subraya el hecho de poder padecer con los que padecen, es decir, de integrar la empatía en la relación con el otro. La idea de Arenal es que, lejos de tratarse de una actitud derivada de una idea sentimental de la vida, revela la capacidad de ponerse en el lugar del prójimo, una cualidad sólo accesible a los seres que han conocido la dureza del mundo. En todo caso, no es una forma de pensar únicamente femenina, pero han sido las pensadoras éticas como Zambrano, Hanna Arendt o más recientemente Martha Nussbaum las que le han dado una increíble profundidad.
Hay una cosa de su trabajo que me llama poderosamente la atención, quizá sin motivo, puede ser, y es que haya escrito de manera analítica sobre Francisco Umbral, al que tenemos como un autor frívolo, y de Arenal, una mujer compasiva que defendía la ayuda a los más desfavorecidos. ¿Hay algo que ambos personajes tengan en común? ¿O no hay nada?
Yo no diría que Umbral fuera un escritor frívolo, ese sólo fue uno de sus registros. Tiene páginas de una capacidad introspectiva que diría que son casi únicas en la literatura española. Y no, no tienen absolutamente nada que ver, más allá de plantear preguntas a quien se acerca a su obra con curiosidad y que a mí me pareció que estaban sin resolver. Otra cosa es que lo haya conseguido.
Sin duda, si una cosa ha ocurrido en los últimos años, no sabría decir el punto exacto de este hecho, la política ha canibalizado cualquier debate de las ideas, aunque éstas sean –o parezcan– banales, ¿no cree?
Bueno, hay que decir que las ideas tienen su lado positivo y necesario, como le decía, pero también resultan peligrosas cuando nos encierran en un universo mental donde sólo ellas, las que cada uno de nosotros tiene, caben. Creo que es un peligro del que deberíamos ser conscientes. Las ideas abren y cierran nuestra mente. Deberíamos mantener siempre una actitud vigilante y autocrítica para no caer en la cerrazón mental: sólo me interesa aquello que refuerza mi pensamiento, el único que está en lo cierto, o mis creencias y nada quiero saber de aquellos que no piensan como yo. Creo que moverse así es fatal para la convivencia y la tolerancia.
Yo, personalmente, echo de menos el debate entre intelectuales, incluso, a través de los artículos de prensa, eso ya ni ocurre. Ese fuego cruzado a través de brillantes artículos. Piénselo, ahora lo hacemos por Twitter, un lugar con límite de caracteres.
Totalmente de acuerdo. Ahora es más necesario que nunca el debate intelectual, y que sea lo más libre posible. Ni los pensamientos ni los sentimientos pueden intercambiarse a golpe de tuit. Sin embargo, el tiempo fluido y enriquecedor de la conversación parece haberse acabado. Ojalá nos demos cuenta a tiempo, nos olvidemos de las pantallas lo suficiente como para pensar por qué estamos aquí y qué se espera de nosotros.
El otro día leía a Borja Sémper en un reportaje de ‘Cinco Días’ hablar de “capitalismo humanista”, ¿referirse a estos dos conceptos juntos en uno solo es un oxímoron o sencillamente una cursilería?
No conozco el contexto en que lo dijo el ex político Borja Sémper, pero yo detesto la criminalización que se hace del capitalismo. El problema es el control del mismo. Tenemos que aprender a controlar a quienes nos están controlando. Entonces, tal vez, llegaríamos a un reequilibrio del sistema, porque podría haber un capitalismo humanista, seguro que lo hay aunque no lo conozcamos lo suficiente, frente al capitalismo salvaje, ciego, irresponsablemente ciego, a todo lo que no sea tenernos sometidos a ser meros consumidores de sus productos.
“Si caes en un charco de barro con un cerdo, tú te ensucias y el cerdo se divierte”, este es uno de los consejos de los asesores de Joe Biden ante su debate con Donald Trump. El otro día, no sé dónde leí, que para revertir la mediocridad de la clase política se requiere de profundas reformas que comiencen por la Educación. ¿Es el mayor problema que tenemos? ¿El desinterés por el conocimiento y los valores?
Absolutamente de acuerdo en que la educación es la clave de bóveda de nuestro futuro. En ella es donde se debería invertir apasionadamente y de una forma creativa. Creo que habría que reformar la educación de arriba a abajo para enseñar a los y las jóvenes que crecen en medio de la confusión y la lucha de saberes, no a asimilar más o menos conocimientos, eso es fácil de adquirir, sino enseñarles a pensar, a ser conscientes de la poderosa herramienta de que disponen y de que deben aprender a manejarla. Hay que fomentar la inteligencia general frente a la especializada. Este ha sido, en mi opinión, el gran error de la razón cartesiana.
El feminismo y la clase social, ¿cree usted que están relacionados?
La clase social es un hecho que cruza todo el ser del individuo. Seguramente una mujer de buena posición vive el feminismo de un modo muy distinto al que puede experimentar una mujer que carece de recursos. Su intemperie, como mujer es máxima, mientras que la mujer de buena posición tiene preocupaciones de otra índole. Pero las dos mujeres tienen muchas cosas en común: embarazos no deseados o deseados y fallidos, compatibilizar la casa y el trabajo, la durísima responsabilidad de la maternidad, la preocupación por un mundo que ha perdido el sentido de la medida de las cosas, etc.
La mujer culta, Anna, ¿es temida por las personas en general y los hombres en particular?
Ocurrió en el pasado de una forma terrible. La marimacha, la cultiniparla, la sabihonda, la sabelotodo, la marisabidilla… Tenemos muchas expresiones depreciativas hacia la inteligencia de la mujer. Eso ha cambiado radicalmente y una de las cosas más satisfactorias hoy en día es ver a muchos hombres atendiendo con el mayor interés lo que pueda decirles una mujer. Antes huían de la conversación femenina, ahora no. La mujer culta ha encontrado su lugar y ahora le toca defenderlo.
Recuerdo el prólogo de Esther Tusquets en ‘Las mujeres que leen son peligrosas’ de Stefan Bollmann (2006) donde cuenta que le pregunta a un amigo suyo si, efectivamente, le parecían peligrosas por leer y le contestó: “Me dan más miedo las que no leen”.
¡Claro!
Usted ha dicho en alguna ocasión que la belleza física es una herramienta de empoderamiento femenino, ¿en esta sociedad y en las pasadas las mujeres guapas lo tienen más fácil? ¿O, por el contrario, también es una condena porque carga con estereotipos?
Es una idea que tomé de Hanna Arendt cuando en su biografía de Rahel Varnhagen, uno de sus primeros libros, reflexiona sobre la belleza femenina: ante el sometimiento en el que se ha visto sumergida la mujer, su belleza ha sido, o ha podido ser, su protección, una especie de escudo contra el mundo que le ha permitido gestionar su propio destino. Evidentemente también le ha supuesto infinidad de problemas. Para las mujeres tener que convivir con unos estereotipos pensados con independencia, incluso en contra de sus propios deseos, el “ideal erróneo” del que hablaba Arenal, ha sido una cruz.
El que una mujer que se case con un hombre sólo por su poder económico y social, ¿no es otra forma de prostitución?
A mí no me gusta juzgar comportamientos que no conozco. Una mujer es libre para decidir qué le conviene más y actuar en consecuencia. Yo no soy quién para decirle qué debe hacer y cómo debe vivir su vida.
Hace apenas unas semanas, en una entrevista, la ministra de Igualdad, Irene Montero, hablaba de que todo el mundo debería tener acceso a la belleza, ¿usted sabría decirme exactamente a qué se refería con ello?
Leí la entrevista hecha por Joana Bonet y no recuerdo que dijera esto. Ella decía, pero no iré a comprobarlo, sólo es la impresión con la que me quedé, que la belleza es una necesidad. Y estoy completamente de acuerdo. Kant, Hegel, Camus, Yourcenar y tantos autores han sostenido que sin el aliento de la belleza no hay esperanza para el ser humano.
Como intelectual, ¿cree que estamos ante una nueva generación pesimista como la del 98 o exagero?
El pesimismo se ha apoderado de nuestras mentes, de nuestras conciencias, de nuestras vidas y para mí esto es lo más inquietante que nos puede ocurrir. Sin esperanza no hay futuro. Yo, por decirle algo muy personal, en la segunda parte de mi vida he aprendido el optimismo y no dejo de practicarlo. Es un ejercicio que te obliga a compensar una mala noticia con otra que no lo es tanto. Lo veo una necesidad para no caer en el abatimiento. Y creo que los medios de comunicación deberían ayudar.