Un viaje mágico a la sonoridad de mediados del siglo XIX
Recital de Domenico Codispoti en el altillo de la celda de Chopin en el XIII Festival Internacional de Música Clásica Pianino 2022
Domenico Codispoti es discípulo ente otros, de nuestro Joaquín Achúcarro. Es fácil adivinar en él la predisposición a buscar sonidos que le conecten de manera satisfactoria con el pasado histórico y no precisamente para buscar sonoridades antiguas sino comprender el alma original de la composición.
El año pasado se enclaustró en el Auditorio de Zaragoza para conformar el repertorio de su disco Notebook y para ello fue a refugiarse en un piano Steinway del año 1957, cuando sus colegas -por lo general- apuestan por lo habitual: el presente puro y duro, sin mayores complicaciones y conforme a su actitud, cerrando la puerta al historicismo que es una palabra antigua. Es más, me permitiré asegurar que el gremio ve en los historicistas una suerte de frikis que juegan a ser ingenuos exploradores de partituras.
En Notebook nos regalaba Codispoti un cuaderno de notas que le servía de guía en la búsqueda de respuestas. Por ejemplo, cuando apunta: «Cada uno a su manera», refiriéndose a Chopin y Janacek, «convirtieron la música en un reflejo de su compleja y riquísima vida interior, y en una forma de rehuir de las expectativas en las sociedades de las que formaban parte».
La aproximación a su obra, entonces, necesitaba urgentemente del auxilio de «la soledad del teclado», como él apunta, y qué mejor soledad que ir a buscar respuestas en las entrañas de instrumentos de la época. Porque en esa específica naturaleza del sonido reside parte de su autenticidad. Parece revelador en ese sentido que Domenico Codispoti acabe escribiendo en su cuaderno de notas que «todo lo que podía hacer fue buscar su voz, en mi traducción, aquí y ahora». Unas palabras cercanas a introspección: observar para reflexionar; medir los tiempos, entendidos como inspirados latidos.
Refiriéndose a Chopin y sus 24 preludios recogidos en el disco, el italiano refiere en su cuaderno de notas que «se volvió más introspectivo y por ello más libre de alcanzar lugares hasta entonces desconocidos». ¿Por qué eligió este pianista italiano un instrumento –el Steinway de 1957- que sombreaba los usos contemporáneos? Sencillamente porque «era el entrenamiento a la práctica de la improvisación». ¿Qué mejor, entonces, sino acudir a fuentes más precisas para entender la génesis de sus composiciones?
Una génesis, que resume bien Codispoti en esta reflexión: «Una puerta de salida que se deja abierta (…) Una lucha atormentada y la sensación de su incompletitud (sic)». Es decir, la cualidad de lo incompleto.
El recital del sábado 25 de junio, festividad de San Guillermo de Vercelli, se podría decir que reunía los ingredientes necesarios para establecer una íntima comunión entre el lugar (altillo de la celda de Chopin), el piano (un Pleyel de cola construido en 1851), el programa (Chopin y Schumann), un público tan expectante como entregado y por supuesto el solista que repetía en ese mismo lugar, dos años y medio después: Domenico Codispoti.
El pianista italiano en julio del año pasado había grabado los 24 preludios y en el cuaderno de notas reflejaba que «Chopin me guio, a través de sus fantasmas y demonios dentro de la Cartuja de Valldemossa». No es casual la cita, en primer lugar porque Codispoti había ofrecido un recital a finales de 2019 en el altillo de la celda que ocupó Chopin; celda, precisamente, en la que el compositor polaco escribió el año 1839 alguno de los preludios.
Codispoti había indicado a la propiedad de la celda su intención de ofrecer el recital con el Pleyel, que además tiene la particularidad de ser ejemplar único, puesto que todas sus piezas son originales, de manera que el sonido iba a transportarnos con exactitud a la sonoridad de mediados del XIX. Cabría apuntar entonces, que se nos estaba invitando a un viaje mágico.
Si en el disco había optado por acompañar los preludios con dos piezas de Leos Janacek, aquí Codispoti elige enfrentar dos suites contemporáneas y que comparten la fugacidad de sus partes. El recital comenzó con la suite, Kinderszenen (escenas de la infancia), un total de 13 piezas inspiradas en la infancia del propio Robert Schumann. Esta obra fechada en 1838 es en rigor fielmente contemporánea de los preludios chopinianos y en ella puede saborearse una de sus páginas inmortales: la pieza número 7, traumerei. A continuación Codispoti elegía continuar con Papillons (1831), que puede considerarse una obra de juventud formada por 12 piezas breves inspiradas en el último capítulo de la novela de Jean-Paul Richter, Flegeljahre.
Schumann, además, sentía especial debilidad por los preludios de Chopin, que al ser editados causaron gran consternación y sin embargo gracias a la capacidad de introspección del compositor y pianista alemán quedó escrita una elocuente cita al respecto: «Son esbozos, comienzos de estudios o, por así decirlo, ruinas, alas individuales de águila, todo desorden y confusiones salvajes». No en vano, en sus años de Liceo el joven Schumann ya había escrito un ensayo Sobre la íntima relación entre la poesía y la música. Lo que viene a conciliar la frase que siempre pronunciaba el violinista checo, Eugen Prokop, durante tantos años director del Festival de Pollença: «La música de cámara es a la música clásica, lo que la poesía es a la literatura».
Así pues imagino que de manera premeditada Domenico Codispoti dispuso de 25 piezas igualmente de «carácter fugaz» (en palabras suyas refiriéndose a los preludios) para que el singular timbre del Pleyel preparase al público para enfrentarse a los 24 preludios que iban a ser escuchados, de manera similar a como lo fueron en la primera mitad del siglo XIX. Y ésta era la magia que nos aguardaba. Codispoti echó mano de partitura en las partes de su recital precisamente porque estaba situado ante un teclado compartiendo el mismo día a día de aquellos pentagramas. Elegir, por tanto, el Pleyel de cola en absoluto era gratuito, más bien todo un reto para alumbrar el viaje al pasado que entrañaba esa cita a pocos metros del lugar donde Chopin se inspiró para desarrollar alguno de sus preludios. Además, guiándonos la luz tenue de las velas. El recital se enmarcaba en el programa del XIII Festival Internacional de Música Clásica Pianino 2022.
Tal vez no seamos conscientes de ello pero el recital del 25 de junio sí cabe considerarlo un hito, desde el momento en que sirve para indicar distancias a propósito de la dirección de un camino, de la misma manera que marcar un momento importante en el desarrollo de un proceso, tal que el Pianino.
Parte de este escrito lo he publicado en mi blog y me llaman la atención las visitas que se han producido desde Europa y los EEUU. Lo que me afirma en la convicción de que no somos conscientes del capital cultural que suele acompañarnos cuando el emprendimiento en simplemente un fin superior.