LA BUENA SOCIEDAD

Somos una feria de otoño

ferias de otoño mallorca

El otoño en Mallorca es sinónimo de fiesta y ferias. Muchos pueblos de la isla celebran mercados y mercadillos de un solo día en los que sacan a la calle infinidad de productos normalmente gastronómicos. ¡Las ferias en Mallorca son una delicia para todos los sentidos!

Para los amantes de la gastronomía, el otoño es una estación muy deseada porque es la época de determinados alimentos muy apreciados por los mallorquines. Por ejemplo, los buñuelos son unos dulces muy típicos de la isla hechos a base de patata y boniato y que se comen con motivo del Día de las Vírgenes, el 21 de octubre, aunque están buenos todo el año. Otro alimento típico en estas fechas son las castañas, que se comen cuando empieza el frío. De hecho, es común encontrar paradas de vendedores ambulantes de este fruto, que se vende tostado al carbón y sabe riquísimo.

día de las vírgenes, buñuelos
Los buñuelos de viento son una tradición muy ligada a Mallorca.

Tanto los buñuelos como las castañas son productos que suelen estar presentes en las ferias que se celebran en otoño en Mallorca, en total algo más de 40. Hoy les hago un resumen de mis favoritas y Pollença, el pueblo donde mi vida sigue viva, ha mostrado dónde está mi pasado, mi presente y mi futuro, porque es mi cuna y siento una especial devoción, no podía faltar en este top ten de las mejores ferias, las auténticas reuniones sociales que conforman su idiosincrasia, junto a las fiestas patronales, de lo que somos, y quienes somos.

Mamá, que era muy gamberra, me contaba de niño que para conseguir fichas regaladas se hizo amiga de la hija de los propietarios de los coches de choque tanto que la invitaba a dormir a su casa y lo que hiciera falta. Me aproveché de esta anécdota y quise copiarla. La abuela me dijo que de ninguna manera, que con una hija ya había tenido bastante, que no iba a dejar que un nieto de su difunta y alocada hija tuviera que pedir limosna. De saberlo jamás lo habría permitido, porque el trabajo de la gente se paga, la limosna se regala y la ayuda económica se olvida. No le hice caso, me hice su amigo, como el hijo de Catalina. Qué gran respeto siento por los feriantes. El caso es que nada más verme, supo que era el hijo de Catalina, su amiga de la infancia, comportándose de la misma forma que lo había hecho su colega cincuenta años atrás.

Puestos de castañas asadas.

En estas crónicas de la buena vida no podían faltar las ferias de otoño, las mejores a mi entender. Son cinco ferias incluyendo la de mi adorada Pollença. Escritas desde el alma y la verdad de lo observado hasta el día de hoy.

Las Ferias de primavera y otoño en Inca se llevan la palma y no es para menos, pues se celebran en las calles de la ciudad y se enriquecen en las mejores casas que reciben amigos y conocidos, familiares y desconocidos cuando Inca despierta entre flores y caballos, entre aroma de buñuelos y el relincho elegante del pura raza español. Es una feria que parece una pasarela campestre, donde el lino y la piel curtida se mezclan en armonía.

Siempre la he descrito como «la elegancia de lo sencillo, el lujo de lo que huele a campo». Nada más mallorquín que eso.

En el segundo lugar he querido colocar, sin olvidar el famoso Dijous Bo, la Feria del Queso y Vino en Binissalem. Qué pequeño pero qué gran pueblo, el Falcon Crest mallorquín, donde las familias del vino dan lo mejor de sí mismas. Vuelvo al Dijous Bo de otoño, Dijous Bo de Inca.

Popularmente conocida como la «Gran feria de Mallorca». El Dijous Bo es la feria o mercado de un día más famoso de Mallorca. Se celebra en la ciudad, ubicada en el centro de Mallorca, el cuarto jueves después de la fiesta de San Lucas. El Dijous Bo convierte Inca en el punto de encuentro de mercaderes, comerciantes, artesanos, turistas y curiosos venidos de todas partes, en un mercado con un ambiente excepcional de fiesta y en el epicentro de la cita política y social más elevado. Si no estás invitado a una casa buena no eres nadie.

Inca se convierte en un inmenso mercado donde disfrutar de tradiciones y costumbres mallorquinas. En la feria se pueden encontrar todo tipo de productos típicos de la gastronomía balear y, sobre todo, los derivados de la matanza del cerdo negro mallorquín. Y también es sin duda la feria de las vanidades. Sigo no muy lejos del centro de la isla.

Binissalem siempre ha sido sinónimo de vino, pero en estos días de feria se convierte en el epicentro del buen gusto, siempre lo ha sido. Las grandes familias del vino han sabido recibir desde siempre. Las copas tintinean, los productores te explican con pasión cada variedad y el queso local curado al sol y al silencio de los sótanos se convierte en la estrella. He tomado notas entre barricas, en las mejores casas y con la mejor gente, observando cómo los vecinos «brindan por la vida sin saber que están celebrando también la cultura».

Feria del Vino de Pollença: mosaico de aromas, conversaciones y copas

La Feria del Vino en Pollença, mi queridísimo pueblo, de la que fui testigo fundador desde Radio Pollença, aunque nunca fui socio ni sé por qué quise apoyar. Sabía que era buena para mi pueblo, pero mala para los egos que la dominan. Harry Cohen y Margalida Micer lo vieron enseguida, pero también vieron las posibilidades que esa conjunción tenía para los que no tenemos ni ego, ni necesidad de tenerlo.

Ah, Pollença, «mi refugio, mi origen, mi inspiración». Durante la Fira del Vi, el casco antiguo se transforma en un mosaico de aromas, conversaciones y copas que reflejan la piedra dorada del atardecer. La feria no sólo ofrece vino, ofrece identidad. De la buena.

En cada calle, una bodega local presenta su cosecha con orgullo. Los visitantes se pierden entre patios señoriales, donde se respira ese aire antiguo que sólo Pollença tiene: mezcla de nobleza y naturalidad, de poesía y tierra.

El gran Mercer, Mateo de nombre y señor de algunas tierras, solía decir que en Pollença «todo pasa con estilo, incluso el silencio». Yo, su descendiente, lo sigo pensando. La conozco mejor que nadie y, lo que es mejor, no necesito nada de ella porque ya me lo ha dado todo.

Aquí, cada brindis es una conversación con la historia, cada sorbo una caricia al alma. Allí está el Puig de Maria que observa, sereno, mientras el pueblo celebra sin estridencias. Les cuento lo nunca contado, los pollencins nos conocemos de toda la vida, sabemos quién es quién, sabemos quién es y quién sobra. Es la base de la sociedad, de la buena sociedad que cuenta este cuento.

Pollença de mis amores, donde los míos siguen aseando la plaza, por amor a su identidad. Y las ferias son sólo eso, testimonio de un pasado y un presente, y los cimientos de un futuro desde donde saber de dónde procedes, quién es tu familia, quién tu amigo y dónde esta tu verdadera casa.

He decidido incluir también la Feria de la Miel de Llucmajor, la cita dorada donde la miel huele a tomillo, almendra y a pan recién hecho. Las abejas, esos pequeños artesanos del Mediterráneo, son las anfitrionas invisibles. Aquí todo brilla, como el oro.

En Llucmajor el mármol, la caliza y la arenisca se convierten en arte. En esta feria, los escultores, tallistas y arquitectos locales muestran lo que la isla guarda bajo tierra: belleza sólida, silenciosa. Yo, siempre atento a los oficios, habría elogiado esa «maestría sin micrófono» de los artesanos.

Feria de Alcúdia: productos locales y una atmósfera casi cinematográfica

Alcúdia combina historia romana con sabor a mar. Fue el París del Imperio, el de la alta costura, donde su feria, entre murallas y tenderetes, ofrece productos locales y una atmósfera casi cinematográfica donde reconocer el glamour sin pretensión.

Los puestos de aceite virgen, los de cerámica vidriada y las conversaciones en la sombra de un almendro. Alcúdia también soy yo, a través de mi abuela María. En ella, conservadora en el más amplio sentido de la palabra, conocida en Pollença como Alcudienca, el tiempo se detiene y ese es el verdadero lujo, haberlo vivido.

La Fira de Tardor en Sóller es el reflejo de la época en la que estamos. Sóller tiene un tono dorado, casi melancólico. La feria celebra la llegada de las primeras naranjas, los dulces caseros, las flores que decoran cada esquina del valle. Sóller «es un cuadro impresionista: la luz lo pinta todo, incluso la nostalgia». Entre el sonido de la banda local y el perfume del azahar, se siente que la isla aún respira tradición viva.

En cada feria hay algo más que productos o puestos: hay una forma de vivir y sentir todo lo que es uno. Yo mismo, observador de los mundos hermosos, habría subrayado que la verdadera elegancia no está en el lujo, sino en el alma con la que se celebra lo cotidiano.

Y si uno quiere encontrar esa esencia, basta con perderse en las calles de Pollença un día de feria: ver a los vecinos pasear sin prisa, sentir el sol sobre la piedra antigua y entender que Mallorca no se muestra, se revela. Y sólo cuando vale la pena hacerlo, ojo.

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