crítica

Nafornita, una diva en ciernes que enamora con la voz y sus gestos en el Castillo de Bellver

La soprano moldava, protagonista absoluta de la quinta cita del Festival Bellver, enamoró por completo al público.

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La soprano moldava Valentina Nafornita, protagonista absoluta del Festival Bellver.

Formalmente era un recital lírico al uso, si bien con matices sobresalientes, y el primero de ellos, una segunda parte que en realidad era un monográfico Puccini, que, además conectaba, a su manera, con la primera a través de esas dos piezas de Alfredo Catalani, quien al igual que Puccini nació en Lucca y estudió en Milán con Ponchielli, asimismo maestro de Puccini. Otro matiz, de igual relevancia, era la presencia única de la soprano moldava Valentina Nafornita, protagonista absoluta de la velada, que como ya ocurrió en 2020 en el Festival de Pollença, acabó enamorando por completo al público.

Estoy hablando de la quinta cita del Festival Bellver, ocurrida el 17 de julio en un patio de armas que acogía a un público enfervorizado, aunque tal vez no lo supiera de buenas a primeras. Nos disponíamos a presenciar un duelo de bellísima factura entre la Orquesta Sinfónica de Baleares, dirigida por su titular Pablo Mielgo, y la prodigiosa soprano lírica Nafornita. El repertorio parecía haber sido cuidadosamente seleccionado para que efectivamente los incendiados diálogos entre orquesta y voz solista fluyeran en el altar de los grandes ceremoniales de la escena. Todo estaba perfectamente encadenado.

Empezando por el principio, como debe ser y más en este caso, la Sinfónica abrió con la obertura de Loreley, ópera de Catalani estrenada en 1890 y la verdad rara vez representada y compuesta por Catalani a la misma edad que ahora tiene Nafornita, 37 años. El dato es importante porque Nafornita, pese a su juventud, ya apunta maneras de diva en el mejor sentido del término.

Acto seguido le llegó el turno a la moldava, que eligió para la ocasión hacer un guiño a sus raíces eslavas, atacando con un profundo sentimiento el aria, Canción a la luna, de la ópera Rusalka del checo Antonin Dvorak, toda ella un elixir de amor elaborado con los ingredientes propios de la tradición eslava más ancestral donde el ser de agua, la duendecilla Rusalka, le pide a la luna convertirla en un ser humano que pueda ser amado por el Príncipe y de entrada a quien ciertamente enamoró fue al público.

Su presencia áurea estuvo siempre acompañada de una introspección de inspirada relevancia. La misma introspección a base de silencios y complicidades, que está bien plasmada en su utilización en la banda sonora de Paseando a Miss Daisy, la película dirigida por Bruce Beresford en 1989.

Valentina Nafornita no abandonó el escenario porque tocaba repetir con el italiano Catalani, a través del aria Ebben Ne andrò lontana, el aria más conocida de su ópera La Wally (1892), un clásico del verismo (de nuevo un guiño a Puccini) que se hizo popular gracias a estar en la banda sonora de La sombra del testigo, de Ridley Scott (1987), que también es manera de ir a subrayar el dramatismo de la pieza y tan magistralmente trasmitido por una Valentina Nafornita, que se transformaba permanentemente en un recorrido que nos presagiaba estar presenciando a una diva en ciernes que nos embriaga, a través de su voz y de sus gestos. Era verla y derretirse.

El resto de la primera parte estuvo dedicado a Giuseppe Verdi, tampoco un gesto casual, puesto que el musicólogo Kurt Pahlen sostiene que Puccini es «el más grande sucesor de Verdi». Primero la Sinfónica atacó la obertura de Nabucco, por sí sola una pieza emblemática, sin lugar a dudas, y después fue el turno de la introspección más intensa, tanto de la orquesta como de la solista, al encarar ese milagro de la más dramática intimidad, encarnado en Ave María, aria del cuarto acto de Otelo con una derrotada Desdémona  dialogando tristemente con la virgen, sin saberse en puertas de su muerte. 

Resulta impresionante la naturalidad de Nafornita para entrar de lleno en el alma del personaje. Presenciamos una transfiguración que nos estremece.

Metidos ya en la segunda parte, como ya he apuntado Puccini era la excusa y una excusa justificada, puesto que este 2024 se conmemora el centenario de su muerte, y puesto que la fecha señalada es el 29 de noviembre seguro que la temporada de abono de la Sinfónica de Baleares le hará un hueco.

Si se me permite la expresión, La Sinfónica de Baleares encaró dos piezas instrumentales del compositor de Lucca, que encajan bien con su propia definición a propósito de su trabajo: «Soy un compositor de pequeñas cosas». Y así fue como desfilaron, Capricho Sinfónico y Crisantemi, de un minimalismo instrumental -así en sentido amplio- desconocido en su época. En cambio, la ocasión reclamaba un lucimiento personal para la orquesta que llegó en el momento de interpretar un extra: Intermezzo de Cavallería Rusticana, de Pietro Mascagni. Aunque, por encima de todo, reconocemos a Puccini como «el compositor del amor, de la ternura y de la sensibilidad», fijado magistralmente en su condición de «creador de unos inolvidables papeles femeninos, llenos de ternura». La musicología.

Y en esas entró a saco Valentina Nafornita dando vida al sacro principio de Puccini: «Umanità, sopra tutto… umanità». Y para ello apeló a la derrotada amargura de Suor Angelica (Senza mamma), a la aparente ligereza de La Rondine (Chi il bel sogno de Doretta) y ya, por último, el empoderamiento –ahora sí que sí- de Mimí, en Sí, mi chiamano Mimí (La Bohème). Final de la velada, el deber cumplido, el público entusiasmado y las adivinanzas a propósito de qué bis nos iba a regalar, que por cierto llegó.  

Sorprendentemente se alejó del legado ancestral, incluso de su condición de soprano lírica, para adentrarse, por sorpresa en el musical de Broadway. La Sinfónica de Baleares empezó temprano especulando con las melodías de I Feel Pretty y en esas, de la nada o casi, apareció para subirse de un brinco al escenario Nafornita recreándose en el número de María, con sus amigas, del musical de 1957 West Side Story, aunque para ser exactos, lo que hizo fue rememorar el número de Natalie Wood, en la película de 1961, y hasta el punto de cerrar con un guiño divertido al baile final de la escena.

Hemos tenido la fortuna de escuchar a Valentina Nafornita en un recital de piano y voz, y ahora con orquesta sinfónica. Viéndola, tan a gusto, en la noche del Castillo de Bellver, no creo imposible del todo verla de nuevo y esta vez en la Temporada de Ópera del Teatro Principal de Palma. Miquel Mascaró, ja pots prendre nota. O no. Es un sueño bastante improbable.

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