El discreto y elegante matrimonio Fiennes

Hoy no he querido entrar en asuntos vaticanos porque imagino que incluso acompañando a todos los católicos del mundo en su inmenso y sorprendente dolor mostrado al Santa Padre Francisco en el día de su muerte, que fue ayer y parece que hemos cruzado varios universos, porque aunque no lo creamos llevamos el catolicismo en nuestro ADN. Incluso los no creyentes cuando van a Roma y se acercan al Vaticano saben, o sienten, que están en el centro del mundo.
Descanse en paz Santidad, y guie a los suyos para que el nuevo pontífice sea un acierto del cónclave que viviremos en breve. Me temo que también viviremos un cambio de era en lo que a funerales papales se refiere.
Lindando la popular pobreza para evitar la grandeza de la historia más grande jamás vista. Visitar el Vaticano es visitar el gran poder político de siglos que han marcado la historia del mundo. Qué gran belleza. En fin, está de moda parecer pobre, que le vamos a hacer si nos ha tocado esta era de falsa modestia. Sin embargo, hay personajes que nos salvan desde un tipo de modestia superior y real, elegida desde la meditación y la inteligencia emocional. Hoy les hablaré de una mujer excepcional, María Fiennes, española de nacimiento, y multicultural por destino. Me temo que muchos desearíamos un destino similar.
Supe de la llegada a Mallorca del matrimonio que forman el actorazo Joseph Fiennes y su esposa la artista María Dieguez por casualidad y porque decidieron comprarse una propiedad en mi pueblo, que es Pollença. Una casa de piedra encaramada en las montañas lunares que miran al pueblo vecino y al infinito. Esta casa tiene historia pues la visitó la segunda mujer del Aga Khan, la alemana.
Le pareció poca cosa, y dijo muy altanera que sus cocinas eran más grandes que esa casita indigna de un líder. Me contaron que llegó en helicóptero y se enfurruñó enseguida. Cosas de su madre Renate Thyssen, nada que ver con nuestros Thyssen de toda la vida. Me estoy yendo por las ramas, perdón. También supe por entonces que el actor, encantador, por cierto, se había unido al equipo de futbol local de padres, y que su comportamiento le había canjeado la amistad de todos. Desde el principio quisieron ser uno más y lo más grande es que lo han conseguido. Hay truco, y es que se comportan como unos ciudadanos comunes y corrientes que llevan a sus hijos a la escuela, les bautizan, les infunden valores y además les regalan una vida sana.
En eso sé que son extremistas, tanto que no pasa por su paladar nada que no sea de una calidad superior y con certificado ecológico. No recuerdo ni cuándo ni cómo les conocí, pero sí recuerdo estar con ellos y sentir que esperaban la famosa pregunta, para cuando una entrevista. Como tenia información privilegiada esa petición tardó años en llegar, hasta que no hubo más remedio
que contar quien era esa mujer tan bella que paseaba por Palma o por mi pueblo divinamente vestida, con una dentadura perfecta y un estilo que solo las muy privilegiadas por la genética poseen.
Y llegó el gran día. Llegamos a su casa en la montaña muy de mañana, con el mejor equipo de Vanity Fair, donde colaboraba en esa época. Y María serena pero desconfiada comenzó a contarnos su historia de cuento de hadas. Comenzó por el principio, mientras nos servía un delicioso desayuno en la terraza que mira a la piscina. Y dijo con toda la naturalidad del mundo, pues “conocí a Joe en un restaurante italiano, en Taormina. Yo tenía mi mesa reservada y él estaba sentado justo enfrente, con un amigo mío. Lo miré a los ojos y pensé: ‘Guau’. Nuestros spirits se juntaron. Hubo una fusión muy fuerte. Fue químico”, recuerda la española.
Aun así, la unión de estas dos almas no fue fácil. Al principio, María no sabía quién era ese que había conseguido tambalear sus cimientos con solo una mirada.
Cuando lo descubrió, se agobió. “Pensé que salir con un actor solo me daría problemas”. Y así se publico en la prestigiosa revista. Después pasaron una semana viéndose a diario. Él era imagen de los relojes de la marca de joyería Harry Winston, para la que ella trabajaba de modelo. Y ya tenemos el cuento de hadas que huele a final feliz y buena comida. Era el año 2004. Él tenía 34 años; ella, 22. Eran jóvenes, guapos y estaban en Sicilia.
Se miraban, se buscaban, se encantaban. “Pero no pasó nada. Ni un besito”. Nos confesó en la primera entrevista que concedió a un medio de comunicación. Conseguirlo no fue fácil, nunca lo es con los que de verdad tienen algo que contar para alegrarnos la vida con historias bonitas. Tanto ella como Joseph son muy celosos de su intimidad. Más aún en Mallorca, donde han establecido su refugio: “Nos encanta estar en casa y celebrar. Invitar a la familia y los amigos”.
Es habitual verlos pasear por Palma. Sencillos. Discretos, modernos y elegantes. María que por fin me perdió el miedo nos contó porque había elegido su casa para parir a su hija. Un parto natural, sin epidural, y con el marido cogiéndola de la mano. Es decir, un parto de los de toda la vida, como el que tuvo mi madre para traerme al mundo no muy lejos del mágico mundo de los Fiennes. Nos contó también que su cuñado Ralph Fiennes les visitaba a menudo con su familia, y que su familia , la propia estaba muy cerca de ella, la madre y la hermana, para ayudarla con las niñas, Eva e Isabel, ya mallorquinas de vida y corazón.
“Cuando nos despedimos en Taormina, cada uno se volvió a su ciudad”, recordó María para explicarnos, ya totalmente suelta, como comenzó su relación. Él a Londres, donde vivía. Ella a Berna, la ciudad suiza donde nació y donde estaba cursando sus estudios de Economía, que luego cambió por Bellas Artes. “Entonces no había ni Facetime ni WhatsApp, así que hablábamos por teléfono. Nuestras facturas se dispararon. Salía más barato un billete de avión. Hasta que un día me dijo: ‘Voy a Ciudad del Cabo a rodar una película. ¿Te vienes conmigo?».
María iba para una semana y se quedó un mes. Es mucha María. ¿saben cómo cayo rendida por Shakespeare in Love? Como se lo cuento, en un restaurante de Sudáfrica, donde la española observó un gesto del actor que hizo que se rindiera definitivamente. “Había muchos niños pobres por la calle y cuando nos sentábamos en un restaurante nos miraban fijamente desde el otro lado del cristal. Yo me desesperaba y un día Joe me dijo: «Vamos a invitarlos a comer». Cuando vi la mesa llena de niños pidiendo helados y Coca-Cola, cuando descubrí su bondad, me enamoré”.
Es cierto, Joseph transmite bondad y bonhomía. A su vuelta a Europa, la pareja se instaló en el casco antiguo de Berna. Pasaron 12 meses escuchando Edith Piaf, bebiendo vino tinto y cocinando juntos su plato favorito, lentejas: “Parecía París en los años veinte”. Toma ya. Guapos, jóvenes y comiendo lentejas, que no perdices porque no consumen carne.
María conocía bien esa ciudad. En ella se había criado después de que sus padres emigraran en los setenta: “Como tantos otros españoles”. No fue su primer destino lejos de su Galicia natal. Antes, su madre, Oigna, se había ido con 17 años a trabajar de costurera a París. Su padre, Gerardo, había vivido en Hamburgo (Alemania), donde instalaba postes para la electricidad. Tras
casarse pusieron rumbo a Suiza. En el país helvético comenzaron una dura vida como emigrantes.
Ella trabajaba como enfermera; él, de pastelero en una confitería. “Le encanta cocinar. Lo hace muy bien. Sobre todo, los dulces. De pequeña comía los mejores”. Al poco tiempo, el matrimonio tuvo a su primera hija, Mercedes, 13 años mayor que María. “Somos las mejores amigas. Hablamos cada día”.
Merche nació en Galicia y de los cuatro a los ocho se crio con su tía Lola, en Barcelona. “Ella no pudo tener hijos y mis padres trabajaban. Además, su idea siempre fue volver a su tierra”. Cuando nació María, la situación de la familia era más estable. Mientras Merche estudiaba en el Liceo Francés, María lo hizo en un colegio alemán.”. De aquella época, María recuerda que ella era la rara.
“En mi colegio todas eran rubias con ojos azules. Yo tenía un nombre diferente, un color de ojos diferente. Sufrí acoso y racismo. ‘Go back to your country’, me decían. Pero mi madre me dio el mejor consejo: ‘Imagínate que tienes un triángulo de ancestros detrás de ti. Ponte fuerte y camina. Míralos a los ojos. Como si nada”.
Mientras recuerda su infancia, María nos mira a los ojos y con sencillez cuenta. “Me crucé con Nelson Mandela en el ascensor cuando Joe estaba en Sudáfrica rodando Adiós Bafana basada en el líder sudafricano. También me impresionó el papa Francisco cuando estuvimos en el Vaticano, en una recepción con más gente”.
Quitándose importancia. Sin embargo, no puede hacerlo cuando posa para las fotos que ilustraron el reportaje de una española importante, y sin embargo desconocida. Hasta hoy claro. Durante la sesión fotográfica salió su raza, su fuerza, su poderío y la clase innata que la define. Por cierto, es increíble la cantidad de amigos que han conocido personalmente al Papa Francisco. María ferviente católica habló de él con admiración. ¿Existe historia mas bonita?.
Había que recordarla, porque Mallorca nos hace regalos carísimos, impagables, conquistando a la buena sociedad del mundo mundial para que podamos compartirla y defenderla de la podredumbre juntos. Gente que huye de lo políticamente correcto, gente que se compromete, gente sabía, cultivada, llenado de color nuestras vidas invadidas, perdidas, de una isla que ya no existe pero que se niega a desaparecer.
Gracias María, por tanto. Por cierto, en Palma viven en una casa palacio convertida en pisos bonitos. Su vecina de abajo es la actual novia de Mario Conde, la gran María José Castellvi. No he podido reprimirme, lo siento. Me puede lo muy grande, y esto que les he contado hoy lo es.
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