¿Derogar el armengolismo?
Sólo a un alma de funcionario como la de Alberto Núñez Feijóo se le puede ocurrir invocar una frase como «derogar el sanchismo» como principal leitmotiv de campaña para combatir la agenda social del PSOE. No sabemos exactamente qué significa esta expresión pero parece referirse al deseo de derogar las leyes que han sido promulgadas bajo la égida de la presidencia de Pedro Sánchez. Cuando le preguntaron a Feijóo sobre las leyes que quería derogar en caso de ser presidente del Gobierno, el gallego bajó la apuesta y apenas anunció unas pocas, entre ellas, las de memoria histórica que aquí, en Baleares, su conmilitona Marga Prohens acaba de salvar en una operación que nadie, absolutamente nadie entre los periodistas con los que he compartido mesa y mantel estos días en comidas y cenas de Navidad, entiende.
Todo indica que Prohens y Sebastià Sagreras han hecho lo que en mallorquín llamamos con sorna un ou de dos vermells. Que para dejar intacta la Ley de Educación de las Islas Baleares (1/2022), que prometieron modificar hace apenas dos años y medio, precisamente por orillar el español como lengua vehicular, la dupla de Campos haya decidido mantener otra ley como la de Memoria Democrática aprobada a propuesta de la izquierda balear en 2018 y que ahora estaba a punto de derogar a instancias de Vox y encima renunciar a aprobar la ley de presupuestos de 2025, demuestra una clarividencia difícilmente igualable que deja como unos iletrados en ciencia política a todos sus predecesores en 40 años de autonomía. ¡Vaya lucidez!
Por no tocar una norma que habían prometido modificar se deja intacta otra que debía derogarse y se renuncia a aprobar la principal ley del año, la de los presupuestos. Entiendo la desmoralización de los periodistas que nutren la pepesfera balear y la súbita resurrección de la izquierda balear que debe estar frotándose los ojos. Genialidades al margen, lo que ha quedado meridianamente claro es que en el ánimo de estas dos almas de cántaro que dirigen el PP balear no está, precisamente, la de «derogar el armengolismo», más bien todo lo contrario.
En realidad, tampoco está claro que Feijóo, en el caso cada día más hipotético de que llegara a ser presidente del Gobierno, derogara ninguna ley aprobada por los gobiernos de Pedro Sánchez. La historia de los gobiernos de Aznar y de Rajoy nos dice precisamente todo lo contrario, la nula voluntad del PP de terminar con la agenda social del socialismo ni con sus leyes de ingeniería social. Como el mito de Sísifo, el PP está condenado a arreglar el estropicio económico heredado por el socialismo y poner las cuentas en orden, sin tocar la agenda social de la izquierda que al final, a pesar de los golpes de pecho iniciales de los populares, acaban asumiendo como propia. Nadie ejemplifica mejor estos cambios de opinión que la diputada del PP balear Marga Durán. Hace dos años y medio decía una cosa y hoy dice exactamente la contraria. La velocidad de vértigo a la que los líderes del PP balear cambian de opinión hace que para sus votantes que se llaman todavía «conservadores» sea muy difícil seguir el desenfrenado ritmo de cambio de sus dirigentes, a menos que el término «conservador» signifique seguir confiando en el mismo partido y no en mantener intactas (conservar) sus ideas.
¿A qué viene el seguidismo de los dirigentes populares a la agenda social de la izquierda que hace que, en amplios sectores de la opinión pública española especialmente resentidos con el PP, se haya instalado la sensación de que el PP es el PSOE azul o el PSOE con cinco años de retraso? En su magnífico libro De la crisis de fe a la descomposición de España, Gabriel Calvo Zarraute cuenta una anécdota la mar de clarividente que nos explica las razones de este seguidismo del PP de la ingeniería social de la izquierda española encabezada por el PSOE. Preguntado Rodrigo Rato antes de ser ministro de Aznar en 1996 sobre los motivos por los cuales el PP había renunciado a crear un sindicato ideológicamente afín, como sí habían hecho otros partidos como el PSOE, el PCE o el PNV, Rato decía que la renuncia de su formación a tener un sindicato aliado se debía a que «el PP era un partido liberal y que su objetivo no era conformar la sociedad. A diferencia de los partidos de izquierdas, que querían ocupar todos los ámbitos de la vida social, el Partido Popular se limitaría a gobernar y a administrar los servicios públicos de forma eficiente. Cuando el PP gobernase, la sociedad tendría que seguir su propio rumbo, sin interferencias de los políticos».
La renuncia del PP a modelar la sociedad conforme a unos valores determinados explica la debilidad de la sociedad civil de derechas y la fortaleza, infinitamente superior, de la sociedad civil de izquierdas dispuesta a tomar la calle y a coaccionar a los políticos desde todos los frentes. El resultado es que la izquierda, estando en el gobierno o en la oposición, siempre termina gobernando gracias a sus leyes que siguen intactas. Quien no dirige la sociedad, nos recordaba el comunista italiano Antonio Gramsci, está abocado a ser dirigido por ella y mientras sean tus rivales quienes la moldeen en las escuelas, las universidades, la prensa, el cine, el teatro o la cultura, la única opción del PP será la de gobernar una sociedad moldeada por las ideas de sus rivales, de modo que cuando quiera cambiar algo ya será demasiado tarde porque no sólo tendrá enfrente a sus adversarios declarados sino incluso a sus propios votantes que se le echarán encima.
Pablo Casado, que llegó a ilusionar a la militancia del PP creyendo que podía terminar con la pachorra de Mariano Rajoy y la tradicional indefinición ideológica de su partido, se reveló como un digno sucesor del gallego cuando renunció a dar toda batalla cultural. «Un partido no puede pretender que una sociedad se parezca a él por mucha razón que tenga. Lo que debe hacer es parecerse lo más posible a la sociedad y caminar junto a ella para mejorar su vida y para ir conquistando espacio para nuestras ideas desde los gobiernos». No sabemos a qué se refería con «nuestras ideas» pero los hechos han demostrado que las ideas del PP son inevitablemente las mismas que proclama el PSOE con notable retraso, aunque a la vista de los acontecimientos este retraso es cada vez más pequeño. Con que Marga Prohens acelere un poquito más, seguro que puede compartir ticket electoral con Francina Armengol al frente de una sola marca: PPSOE. Ahora sólo falta que convoque elecciones.