Azucena Caballero: “Aunque los adolescentes pasen más tiempo con sus amigos, necesitan a sus padres»
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Azucena Caballero, docente y madre de 3 hijos que ya han superado la adolescencia, participa estos días como ponente en el IV Congreso Internacional Montessori que este año dedica su edición principalmente a la adolescencia.
Adolescencia. Una palabra que genera controversia porque suele ir acompañada de mala fama. Algo que muchos expertos en educación se empeñan en matizar. En realidad, la adolescencia es una etapa más en la vida y, prácticamente, todo lo que en ella sucede es necesario para el crecimiento de la persona en su fase de transición de la infancia a la vida de adulto. Dura poco, pero es muy intensa y en ella concurren muchísimos factores, entre ellos un brutal cambio hormonal. Todos pasamos por ella, unos de una manera más complicada que otra, pero todos, sin excepción, atravesamos esos cambios. En el IV Congreso Internacional Montessori de este año (gratuito aquí https://www.tuguiamontessori.com/congreso/), este año se va a poner un especial interés en la adolescencia con ponentes expertos en educación a esas edades. Azucena Caballero, docente en el Montessori British School Murcia, y una de las ponentes, da su visión sobre este tema.
Pregunta.- ¿Qué es lo primero que escucha al iniciar una charla sobre adolescentes o sobre como su hijo va creciendo y se aproxima a esa etapa?
Respuesta.- Esto es lo que yo escucho mucho: “Buf, me da miedo llegar a esa etapa, qué difícil es lidiar con ellos cuando llegan a esa edad, no hacen más que desastres, etc”.
Parece que muchos de los males de la sociedad se deben a los adolescentes, a quienes se tacha de vagos, gamberros, dejados e incluso peligrosos.
Es curioso que se tenga esa visión de los adolescentes, cuando según datos del Instituto Nacional de Estadística la mayoría de los delitos y condenas se producen en la edad adulta. En el año 2021 fueron condenados por sentencia firme 282.210 adultos, frente a 13.595 menores. Así que esa mala fama de la adolescencia debería desaparecer. Sí, están en una etapa de descubrimiento, en la que desean conocer cuáles son sus límites e independizarse de sus padres, pero eso es natural y un proceso sano que, con el acompañamiento adecuado, no debería ser un peligro ni para ellos ni para nadie a su alrededor.
P.- ¿Se parecen mucho al adolescente que fuimos nosotros…nuestros padres o nuestros abuelos?
R.-En realidad, los de hoy en día no son muy diferentes a los de otras épocas. Experimentar, asumir ciertos riesgos controlados, cuestionar lo que sus padres enseñan, querer transformar la realidad a mejor… forma parte del desarrollo físico, mental y hormonal de esta etapa. Y es algo de lo que hablamos ampliamente en el IV Congreso Internacional Montessori. De eso y de cómo acompañar y guiar adecuadamente a nuestros hijos en este momento de sus vidas y de todas las opciones que tienen ante sí.
A medida que nuestros hijos aprenden nuevas reglas de vida y lecciones durante su adolescencia, los padres también debemos adaptar nuestro estilo de crianza. Porque, aunque los adolescentes empiecen a pasar más tiempo con sus amigos y menos con sus familias, aún necesitan la guía de sus padres, unos padres activos, respetuosos y conscientes.
Cinco cosas que muchas veces hacemos mal con nuestros hijos adolescentes:
1.-Al ver señales de alarma que indican algún tipo de malestar en nuestros hijos, creer que sencillamente “están en una fase”. El vacío existencial es esa sensación de que tu vida no tiene sentido y no ves salida ni camino a seguir. Es un sentimiento de frustración y confusión que ataca a muchos adolescentes, especialmente desde la pandemia, que no sienten motivación por lo que hacen, ni se sienten dueños de su futuro. Muchos adolescentes buscan formas de suplir este vacío y algunas pueden ser artificiales, perjudiciales y dañinas (adicciones de todo tipo, a las compras, ropa de cierto tipo, drogas, alcohol, búsquedas de compañías inadecuadas que les den sentido a su existencia, sectas, grupos de ideologías radicales, pasión por el riesgo, etc). Lo peor es que los padres y educadores no siempre lo detectamos y no siempre podemos ayudar. Muchos de los adolescentes que se sienten así son niños aparentemente sanos, con una actividad social y familiar cordial y que supuestamente están bien. Y muchas veces los síntomas nos da la sensación de eso, de que solo son una fase. Y en principio lo puede ser, pero hay que observar, porque puede no ser una fase, puede ser algo más profundo, y el adolescente que entra en una espiral de vacío, vida carente de sentido, desesperanza frente al futuro y frustración personal constante, necesita ayuda.
2.-No tener en cuenta sus opiniones. Muchas veces damos por hecho que sus opiniones no son importantes, porque un adolescente es solo un niño, o porque no estamos de acuerdo con ellos. Aunque la última palabra y las decisiones importantes nos correspondan a los adultos, escuchar lo que nuestros hijos tienen que decir y tener en cuenta lo que opinan es muy importante. Solo si saben que lo que dicen nos importa les ayudaremos a preservar su autoestima.
3.-Demeritarlos frente a otros. Hay que evitar a toda costa hablar mal de nuestros hijos con otras personas, especialmente con nuestros hijos delante. ¿Cuántas veces hemos escuchado a una madre o un padre quejarse de su adolescente con otras personas, con el niño o la niña delante, como si no estuviera? ¿Puede haber algo más violento? ¿Cómo creemos que va a afectar a su autopercepción? Jamás hables mal de tu hijo con terceros en su presencia. Nunca.
4.-Establecer límites demasiado difusos. Demasiadas veces decimos que no a algo, y tras la insistencia de nuestro hijo, lo convertimos en un sí. De esa forma, el límite nunca queda claro, ya que todo es negociable constantemente. Eso genera muchos conflictos. Los límites no deben ser extensos, para todo, pero han de estar clarísimos. Necesitamos decir muchos síes y muy pocos noes, pero ser muy firmes. Si una cosa tiene un límite porque tenemos claro que hay una razón de ser para ello, lo mantenemos. Si no, no lo pongamos ya de inicio. Porque los adolescentes necesitan seguridad. Primero hay que pensar lo que va a ser que sí y lo que va a ser que no y que nuestros adolescentes tengan claro dentro de qué marco se pueden mover en libertad.
5.-No darles responsabilidades. Muchas veces nos escudamos en que la labor principal de un adolescente es estudiar, y bajo esa premisa, evitamos darle otro tipo de responsabilidades. De esa forma, logramos que el joven crea que no es confiable, ya que no se le solicita hacer nada y no se cuenta con él y con su ayuda. Si jamás te piden ayuda es porque consideran que no eres capaz de brindarla. Debemos dar a nuestros hijos responsabilidades múltiples, pedirles ayuda y hacerles saber que su implicación con otros y con las diversas labores y necesidades que surgen en la familia y en su entorno, es importante. Como se comentará en el IV Congreso Internacional Montessori, el adolescente es un recién nacido social (así lo llamaba María Montessori en persona) y eso hace que tendamos a no darle responsabilidades por temor a su torpeza. Pero eso no debería ser un impedimento, sino todo lo contrario, un motivo por el que animarle más a que las asuma para que se entrene. De la misma forma que no frenamos a un bebé que empieza a andar por temor a que se caiga, no debemos frenar el avance social y la toma de responsabilidades del adolescente por temor a que se equivoque.
Para evitar todos estos errores lo esencial es “mantener una buena comunicación con nuestros hijos. Para ello hay una serie de claves esenciales:
Escucharlos de verdad, de forma activa, asintiendo e interviniendo en función de lo que nos vayan comentando.
Interesarnos por cosas que les gusten a ellos, para así tener canales de comunicación fluidos todo el tiempo, ya que tenemos algo en común que nos divierte a ambos.
No reaccionar escandalosamente cuando nos cuenten algo de sus amigos o de lo que ellos han hecho que sea un comportamiento cuestionable. Si nos alarmamos en demasía y exageramos en nuestra reacción, es probable que no nos vuelvan a contar ese tipo de cosas, y queremos, precisamente, que nos sigan contando todo, es la única forma en la que podemos intervenir y ayudarles si fuera necesario, sabiendo qué hacen.
También es esencial que seamos nosotros quienes les contemos cosas y no solo quienes les preguntemos qué han hecho o cómo les ha ido. Es muy difícil que ellos nos cuenten cosas si nosotros nunca les contamos nada y no les hacemos partícipes de nuestro día a día.
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