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Adiós al mítico bar de toda la vida de Irún: cierra tras décadas y los clientes no dan crédito

bar Irún
Blanca Espada

Durante años fue uno de esos lugares que parecía que iba a durar para siempre. El bar Avenida de Irún, situado en plena avenida de Gipuzkoa, formaba parte del paisaje cotidiano de la ciudad. Un lugar en el que el tiempo pasaba entre cafés, comidsa y conversaciones entre los vecinos que se conocían desde siempre. Pero ahora, su cierre definitivo ha dejado un vacío difícil de explicar, una sensación de despedida que muchos en Irún aún no terminan de asimilar.

Un bar de esos de toda la vida. De los que muchos saben que no volverán a existir frente a las nuevas cafeterías y opciones cada vez más sofisticadas. Ahora, este bar de Irún tiene la persiana bajada y un cartel de Se vende que duele, especialmente para los que crecieron viéndolo abierto día tras día. Y el golpe de realidad ha llegado de manera particular con una carta, escrita por un vecino de Irún de nombre Ángel Amaro, que como tantos otros, no ha podido evitar la tristeza al pasar por delante del bar y verlo cerrado. Sus palabras, compartidas desde su cuenta de Facebook, han removido la memoria colectiva de la ciudad. Decenas de comentarios, recuerdos y anécdotas inundaron los mensajes, porque el cierre del Avenida no es sólo  el fin de un negocio, sino el adiós a una parte del alma de Irún.

El cierre de un bar de Irún que nadie puede creer

El bar Avenida formaba parte del Irún de siempre. Su interior, como recordaba Amaro, tenía algo especial: una barra interminable, un ventanal que filtraba la luz según la hora del día y una atmósfera abigarrada, casi cinematográfica. No era un espacio moderno ni pretendía serlo. Y tal vez por eso resultaba tan auténtico.

Allí se juntaban los del barrio, los de toda la vida. El camarero sabía cómo tomaba el café cada uno y la clientela era como una familia extendida. En sus paredes, decoradas con viejos carteles de cine, se respiraba nostalgia y vida. Había quien entraba a charlar, otros sólo para mirar el fútbol o matar el rato antes de volver al trabajo.

La carta que ha despertado la memoria colectiva

Cuando Ángel Amaro escribió su mensaje, lo hizo sin pretensión alguna, sólo movido por un impulso de gratitud. «Ayer pasé frente al bar Avenida y estaba cerrado. Nunca lo había visto así», comenzaba su texto. Aquella frase, sencilla pero cargada de sentimiento, encendió una ola de recuerdos en quienes también habían pasado por allí cientos de veces.

En su carta, Amaro evocaba las veces que miró el interior sin atreverse a entrar, los carteles de películas que le guardaban con amabilidad, y ese ambiente que parecía sacado de otra época. Contaba cómo allí consiguió carteles de Mogambo o West Side Story, reliquias de un tiempo en que los bares eran una extensión del cine, del vecindario y de la vida misma.

Su relato no hablaba sólo del cierre de un bar, sino de todo lo que desaparece con él: los gestos cotidianos, las risas compartidas, las costumbres sencillas que hoy parecen pertenecer a otro mundo. Por eso tantos vecinos respondieron emocionados, compartiendo anécdotas y un mismo sentimiento de pérdida.

El final de una era en la hostelería local

El cierre del bar Avenida se suma a una lista creciente de locales históricos que han ido desapareciendo en los últimos años en Gipuzkoa. Bares, tabernas y cafeterías que resistieron décadas, pero que hoy se ven superados por los nuevos ritmos y las dificultades del sector. Cambian los hábitos, cambian los barrios, y con ellos se esfuman también los lugares donde solía latir la vida cotidiana.

Muchos de estos negocios eran además punto de reunión: donde se celebraban goles, se hablaba de todo, se juntaban amigos y familias o se discutía sobre política y fútbol con la misma pasión. Su cierre no sólo  deja un local vacío, sino también una grieta en la identidad de los barrios. Y eso es algo que se nota, aunque no siempre se diga en voz alta.

En el cierre de su carta, Amaro se despide con una frase que ha tocado a muchos: «Nos ha quedado pendiente un café.» Esa frase resume el sentimiento de todo un vecindario que vio en el Avenida algo más que un bar. Era una cita con la costumbre, una excusa para verse, un refugio que ahora solo existirá en los recuerdos.

Decía también que, como en las películas cuyos carteles coleccionaba, «lo que pudo ser nunca pasaba». Y quizá esa sea la esencia de todo esto: que los bares de siempre son pequeñas películas de barrio, historias que no volverán a rodarse pero que siempre estarán ahí, grabadas en la memoria.

Este de Irún baja la persiana, sí. Pero su historia seguirá viva en quienes lo conocieron, en las conversaciones que aún lo mencionan con cariño y en cada vecino que, al pasar por la avenida de Gipuzkoa, lo recuerde con nostalgia como ha hecho Amaro con su carta.

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