Opinión

Yolanda Díaz blanquea a Puigdemont

Acaban de cumplirse 84 años de uno de los acontecimientos más lamentables y vergonzosos de los ocurridos en toda la historia europea. El 23 de agosto de 1939, nueve días antes de que las tropas alemanas atravesaran las fronteras de Polonia dando comienzo a la Segunda Guerra Mundial, los ministros de Asuntos Exteriores de la Unión Soviética comunista, Viacheslav Mólotov, y de la Alemania nazi, Joachim von Ribbentrop, firmaron en Moscú el Pacto germano-soviético por el que ambas potencias llegaban a un acuerdo público de no agresión y resolución pacífica de sus conflictos y otro secreto por el que se repartían Polonia y todo el resto de Europa oriental y central. Tras la firma de tan ignominioso tratado, el diplomático nazi se hizo fotografiar con rostro serio, mientras estrechaba la mano de un sonriente Iósif Stalin, quien por esas fechas era ya el responsable directo de la masacre de millones de ucranianos en el genocidio conocido como Holodomor.

Nazis y comunistas se estrechaban la mano por primera vez, iniciando una colaboración que duraría dos años, hasta que Alemania decidió invadir la Unión Soviética a finales de junio de 1941. Este enfrentamiento final acabaría contribuyendo a la derrota del régimen nazi con otra histórica fotografía en la que el primer ministro de Reino Unido, Winston Churchill y el presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt posan, sonrientes de nuevo, blanqueando los crímenes del mismo Iósif Stalin, en la conferencia de Yalta de febrero de 1945. Este blanqueamiento provocó que la barbarie comunista haya sido bendecida hasta nuestros días, haciendo creer falsamente que nazismo y comunismo son dos regímenes opuestos, cuando en realidad son prácticamente indistinguibles, como los ultras de dos equipos rivales de fútbol, que se creen muy diferentes por los colores de sus camisetas y se matan por ellas, pero la verdad es que los demócratas no somos capaces de diferenciarlos porque vemos que son idénticos: estatistas, anticapitalistas, liberticidas, antidemocráticos, totalitarios, violentos, populistas y genocidas.

Este lunes, en Bruselas, se repitió una fotografía similar a la del Pacto Ribbentrop-Mólotov. Una sonriente y siempre sobona comunista Yolanda Díaz, vicepresidenta en funciones del Gobierno de España presidido por Pedro Sánchez, posaba con el líder de lo más parecido a un partido nazi que existe hoy en España, el prófugo de la justicia Carles Puigdemont. Nazis y comunistas de nuevo de la mano negociando cómo repartirse un país que esta vez no es Polonia, sino España. Una fotografía que debería provocar bochorno a cualquiera que respete mínimamente las reglas democráticas, pero de la que ambos se sienten orgullosos, hasta el punto de que la líder de Sumar se llevó con ella a su fotógrafa y a su directora de Comunicación.

Puigdemont, huido de la justicia española que lo acusa de malversación agravada y desobediencia por su papel protagonista en la declaración ilegal de independencia del golpe de Estado de octubre de 2017, ha comparecido ante los medios de comunicación delante de un cartel que lo identifica como «president» Carles Puigdemont, sin aclarar qué es lo que preside el prófugo, para detallar lo que exige a cualquiera que quiera contar con sus votos para ser investido. Sánchez o Feijóo deberán asegurarle la amnistía, el reconocimiento del referéndum del 1-O como un ejercicio del derecho de autodeterminación y la figura de un mediador que dé cuenta del cumplimiento de los acuerdos. Esto para empezar a hablar.

Conocido este intento de chantaje, el líder del PP ha anunciado inmediatamente que no se sentará con los independentistas de Junts si no retiran sus exigencias. Si a todos nos avergüenza la fotografía de Yolanda Díaz con Puigdemont, no resultaría menos insultante que Feijóo negociara su investidura con los representantes de su partido, por mucho encargo que haya recibido del Rey. Del mismo modo que el PP justifica que no tiene nada que hablar con Bildu, debe hacer lo mismo respecto de Junts, por mucho que le falten sus votos para derogar el sanchismo.