Vox y el choque de legitimidades en la España de Sánchez
Resulta curiosa la afición del PSIB-PSOE a los minutitos de silencio por las víctimas de la violencia «machista» y a las solemnes declaraciones institucionales en el Parlamento balear, máxime cuando saben perfectamente que sus tentativas van a quedarse en meros manifiestos para consumo de periodistas. Y lo saben porque ahora mismo hay una formación, Vox, que no comulga con las ruedas de molino del pensamiento único progresista y que difícilmente va a apoyar emergencias climáticas, la criminalización del beso más universal después del de Judas Iscariote o memorias históricas en las que la fuente oficial de los censos de víctimas recae en una fundación tan neutral como la de Largo Caballero (https://theobjective.com/espana/politica/2023-09-25/gobierno-largo-caballero-censos-memoria/).
Como tampoco se va a sumar a pancartas condenando la violencia «machista» (¿acaso saben los omniscientes políticos que se ponen detrás de una pancarta condenando el último asesinato de una mujer si el crimen se ha producido por el «simple hecho de ser mujer», como así define el machismo la propia ideología de género?, ¿acaso no sería más sensato esperar a que el juicio dilucidara las causas últimas del crimen?). O a interesadas apelaciones a los derechos humanos que tan a menudo sólo pretenden aventar los crímenes execrables de las dictaduras de derechas mientras se corre un tupido velo sobre aquellos otros crímenes que las propiciaron, por no hablar directamente de los perpetrados por las sanguinarias pero debidamente blanqueadas dictaduras de izquierdas a las que tan cercanos se sienten los socialistas, sumares y nacionalistas de todo pelaje.
Los socialistas son unos profesionales de la política, justo es reconocerlo, viven de, por y para la política, no se quieren apear del burro ni con agua caliente y, como consumados profesionales, nunca dan puntada sin hilo. ¿Por qué insisten en proponer minutos de silencio y declaraciones institucionales que, al no contar con la unanimidad de todas las fuerzas, van a derivar en meros manifiestos partidistas que no tienen otro interés que reafirmar los posicionamientos de quienes los proponen? La respuesta es muy sencilla: porque quieren dejar en evidencia a Vox y, por contagio, al PP al que quieren poner en un brete examinándole sobre sus siempre sospechosas credenciales democráticas.
Porque ya se sabe, aquí en España quien sigue dando carnés de demócrata sigue siendo la izquierda, por inútil, despilfarradora, hipócrita y sectaria que se muestre cuando gobierna. Y por abonada que esté a la mentira cuando habita en la oposición. Y es que, pese a la impugnación práctica del socialismo en el terreno de la gestión, la fuerza del Ideal sigue siendo inexpugnable. Miren a la socialista Catalina Cladera exigiendo al PP y Vox que no utilicen «políticamente» el fiasco del túnel de Sóller de la que ella es responsable mientras ella misma utiliza políticamente el último crimen contra una mujer sin saber a ciencia cierta si el móvil del crimen todavía caliente se ha producido debido «al simple hecho de ser mujer». En su deslizamiento hacia la sinrazón, hace lustros que a la izquierda no le importa el qué, sino el quién. Hay víctimas que hay que esconder dentro de los armarios deprisa y corriendo, otras en cambio conviene aventarlas ayudadas por las las siete trompetas del Apocalipsis.
Las declaraciones institucionales y los minutos de silencio se han convertido en la penúltima forma de hacer política contra la derecha balear, para forzarla a pronunciarse en aquellas cuestiones capitales para la izquierda como son el machismo, el racismo, el cambio climático, la intolerancia o la homofobia. Estas cuestiones, contrariamente a lo que algunos dirigentes de derechas creen, no son una mera cortina de humo para desviar el foco sobre la inexistente gestión de los últimos años de Francina Armengol. Es verdad que la inutilidad gestora de la izquierda se ha vuelto a poner de manifiesto tras ir aflorando los pufos que el Govern de Prohens se está encontrando ahora por doquier (https://okdiario.com/baleares/emt-palma-trae-peninsula-hidrogeno-sus-buses-estar-cerrada-planta-lloseta-10593218, https://www.ultimahora.es/noticias/local/2023/08/12/1993331/turismo-mallorca-consell-encuentra-expedientes-turisticos-govern-dejo-tramitar.html, https://www.mallorcadiario.com/juan-pedro-yllanes-dejo-13194-proyectos-de-energias-renovables-pendientes-de-tramitar), pufos de quienes decían que, tras los dos cuatrienios negros de Xisco Antich, habían aprendido, esta vez sí, a gestionar. Como decía el pasado martes Marga Prohens en la cámara balear, «la izquierda nunca defrauda». Nunca.
El feminismo radical como nuevo pegamento del «bloque de progreso»
Constatada una vez más la inanidad de la izquierda balear para gobernar, sería un error pensar que su matraca ideológica es una mera cortina de humo para desviar la atención de sus pufos, a cual más formidable. Craso error. En realidad, toda esta matraca ideológica es la única propuesta que a día hoy tiene para ofrecer a los españoles. Su único proyecto es la lucha contra el machismo, contra el cambio climático, contra la LGTIQfobia, contra el fascismo, contra el racismo, contra el monolingüismo en castellano. No se trata de un proyecto político propiamente dicho, sino de un proyecto moral y educativo, de tintes religiosos. Como moral es, en opinión de las bellas almas de la izquierda, su apuesta franciscana por el empobrecimiento y el decrecimiento económico, la consideración de la vivienda como «un derecho» y no como una «mercancía» (Mercedes Garrido dixit), su combate a muerte contra la masificación turística o sus lacónicos cantos de sirena a una diversificación económica que nunca llega pese a haber gobernado en las Islas doce de los últimos veinte años. El lema de la izquierda, como bien ha apuntado Javier Benegas, podría resumirse en algo así: “seremos más pobres materialmente, pero a cambio seremos multimillonarios en buenas intenciones”.
No sólo se trata de una ostentación moral que da vergüenza ajena. El columnista Hughes va un poco más allá y sostiene que el feminismo radical se ha convertido en el pegamento que une al llamado «bloque de progreso» que en los últimos años habría encontrado una nueva fuente de legitimidad, la lucha contra el «machismo criminal», una nueva legitimidad que habría sustituido a la vieja legitimidad que había nacido de la lucha de nuestra democracia contra el terrorismo de la ETA y en la que todavía se mantendrían PP y VOX.
Desaparecida la mala conciencia que siempre despiertan las víctimas etarras y diluida la ilegitimidad de su brazo político gracias al blanqueamiento sanchista, los bildutarras habrían entrado como sujetos de pleno derecho en el «bloque progresista» que sustenta a Pedro Sánchez. El «bloque de progreso» habría amnistiado a EH-Bildu de sus fechorías y asesinatos, convirtiéndose en uno de los suyos. Ahora sería un metafórico «terrorismo machista» y no el terrorismo etarra el que delimitaría la frontera moral en España entre lo que es el bien y el mal, lo legítimo y lo ilegítimo, lo correcto y lo incorrecto. De este modo, Vox habría ocupado el lugar de EH-Bildu como epítome de lo malo y perverso en España. Este desplazamiento de legitimidades -que supone el esfuerzo mayúsculo de cambiar la mentalidad del pueblo español- se estaría trabajando gradualmente en cada uno de los actos políticos convocados contra el llamado machismo criminal, ofreciendo a los crímenes perpetrados contra las mujeres el mismo trato, el mismo exhibicionismo y la misma parafernalia -como los minutos de silencio- que antes se dispensaba al terrorismo etarra.
Ahora las víctimas ya no son los españoles que mueren por ser españoles (vieja legitimidad en la que siguen anclados el PP y VOX) sino las mujeres que, a juicio de nuestros progresistas, mueren por el simple hecho de serlo, víctimas de las que emana la nueva legitimidad del autollamado «bloque de progreso». A tenor del resultado de las últimas elecciones generales, la mitad de los españoles habrían comprado esta nueva legitimidad al considerar a Vox más peligroso y amenazante que EH-Bildu y los golpistas de Junts y ERC. La fábrica de mentiras del sanchismo habría funcionado a la perfección.
No hay virtud sin la existencia del vicio: la búsqueda del chivo expiatorio
La contracara necesaria a este discurso profundamente moral de la izquierda española es la creación no de un adversario con el que se debata racional y civilizadamente sobre políticas reales, sino de un monstruo al que hay que exterminar de la faz de la Tierra, un hombre de paja que debe reunir todos los vicios habidos y por haber y ser capaz, en potencia y quizás en intenciones, de los crímenes más execrables. Cabe presentarlo -ahí está el Diario de Mallorca en ello, convertido en un diario antiVox- ante la opinión pública como la quintaesencia del mal absoluto, un chivo expiatorio deshumanizado del que incluso hay que sospechar cuando dice algo objetivamente bueno, real y con sentido. Si señala un hecho evidente o una amenaza real, se le reprochará que utiliza las formas inadecuadas para hacerlo al despreciar la lengua de madera políticamente correcta, como ha ocurrido recientemente en el Ayuntamiento de Alcúdia con un concejal de Vox. Si señala la degradación de algunos barrios de Palma como Pere Garau debido a la inmigración masiva y sin control, degradación que está a la vista de todo el mundo, las bellas almas de la izquierda lo tacharán de «racista» y «xenófobo» porque nunca, nunca, nunca hay que vincular delincuencia con inmigración… pese a la tozudez de las estadísticas oficiales del propio Ministerio de Interior o del Ministerio de Igualdad (https://theobjective.com/espana/politica/2023-09-27/extranjeros-mitad-crimenes-machistas/).
Si señala que la inmersión obligatoria en catalán es inconstitucional, como certifican multitud de sentencias de los altos tribunales, se le tildará de «odiar a la lengua catalana» y «querer terminar con su uso social». Si hace gala de su escepticismo climático, se le tildará de «terraplanista», de «negacionista» y de ser «contrario a la ciencia» aunque la mayoría de sus flamígeros acusadores ignore en qué consiste el método empírico y desconozca las entretelas de la ciencia. Si señala que el beso más universalmente conocido después del beso de Judas Iscariote no pasa de una grosería, máxime en un contexto tan exquisitamente civilizado y propio de la alta cultura occidental como el planeta fútbol, será tachado de «orgullosamente machista». No hay que dar tregua a los de Santiago Abascal, de ahí que la consigna a seguir en la inmensa mayoría de medios de comunicación estatales y semiestatales es que Vox tiene que aparecer siempre como algo malo, perverso, malvado, ridículo, ultra. Nada positivo, todo negativo, como decía el filósofo futbolístico Luis Van Gaal.
Este cordón sanitario, sin embargo, lleva camino de alcanzar también al PP a quien sólo se le perdona si se suma al cordón del «bloque de progreso» y, en consecuencia, se resigna a no gobernar y a liderar amablemente la oposición, como «así ocurre en todas las democracias civilizadas». De lo contrario, si el «PP se tira en brazos de la ultraderecha», o sea, si pretende gobernar con Vox, la izquierda política y mediática pasa a asimilar el PP a Vox. El propio PSIB en sus comunicados se refiere a la derecha como PPVOX, sin el guion (-) que todavía aspira a delimitarlos como algo distinto: «PP-VOX». El mensaje subliminal que quieren transmitir a la opinión pública es que «PPVOX» son el mismo partido cuando son formaciones que se parecen como una patata a una castaña.
Antes de la irrupción de VOX, el fascismo lo representaban el PP y Cs, tanto monta. Ahora el infame sambenito se ha trasladado sobre el pecho de VOX, con lo cual, ahora mismo, los ataques antifascistas sólo rozan de perfil al PP y por lo tanto sólo puede ser fascista por contagio. Amalgama, lo llaman en política. En esto está la izquierda y sus medios, en erosionar al PP a través de Vox, de ahí la incomodidad de los populares que no saben cómo desprenderse de la desgracia y de la perenne sospecha que pesa sobre ellos de no ser lo suficientemente democráticos, hagan lo que hagan, tanto si avanzan en sintonía con el resto de las fuerzas de Progreso como si ponen pie en pared frente a sus planteamientos más extremos.
Hay que admitir que la estrategia de moralizar la vida pública española en base al miedo a Vox y todos los vicios que supuestamente representa les ha dado resultado. De no ser por el pánico moral a Vox, la izquierda española habría perdido las últimas elecciones por goleada. Esta moralización permanente, sistemática, emocional, simplista y maniquea de nuestra vida pública, acompañada por la «señalización virtuosa» del disidente transformado en un monstruo, ha convencido a millones de españoles de que el problema real en España no es su bienestar material, ni la inflación, ni la inmigración descontrolada, ni la carestía de los alimentos, ni la depreciación de sus rentas salariales, ni unos servicios estatales caros, ineficientes y malos como esta educación estatal que sirve para todo menos para aprender algo, ni el futuro de sus hijos y nietos sobre los que va a pesar la losa de una deuda pública galopante que tiene visos de ser impagable, ni los cuellos de botella de las administraciones que tardan años en evacuar una licencia de obra. No, nada de esto representa un problema para la izquierda española. Para esta izquierda, que destaca por su exhibicionismo moral, el problema de España es el machismo, el racismo, el fascismo, el «negacionismo» climático, el «odio» o la intolerancia. A ello se dedican en cuerpo y alma sus virtuosos misioneros, en hacernos mejores personas, en elevar nuestros estándares éticos y morales y, al mismo tiempo, en escarnecer y repudiar el mal.
A juicio de nuestra izquierda buenista, el problema más grave que tendría España es la resistencia a ser educados de la mitad de los españoles, es la desidia de no avanzar en sintonía y de la mano de sus elites sacerdotales hacia las cúspides morales más excelsas del progresismo, es el inmovilismo de los rezagados que no «cambian de opinión» y se mantienen impertérritos en sus posiciones trasnochadas, es el conservadurismo de esta media España que no se deja concienciar y se mantiene insensible ante estas «nuevas realidades conceptuales» nacidas de las facultades de ciencias sociales y debidamente elevadas a rango de ley gracias a nuestros políticos progresistas.
Para el nuevo «bloque de progreso» el verdadero problema de España es la existencia de esta media España que, a pesar de ser bombardeada por los medios de comunicación, el cine, Netflix, los ingenieros sociales que cuidan de la educación de nuestros hijos, los pregoneros de las fiestas municipales y los insufribles responsables de cultura de todas las administraciones, se resiste a aprender, a agachar la cabeza, a dejarse reeducar, a dejar de lado sus prejuicios y sus dogmas «de vieja». Esta España «deplorable» -que diría Hillary Clinton- que no se deja reeducar por las altas instancias oficiales y que está destinada, no se ha enterado todavía, a desaparecer tarde o temprano en el altar de la religión climática, feminista, antifascista, multicultural. En suma, en el altar de las virtudes progresistas del siglo XXI.
Esta España que todavía no es digna de votar a la izquierda sólo tiene dos opciones. Quienes desean dar pasos en la buena dirección y, aunque indignos todavía de votarles, suspiran un día por hacerlo y encuadrarse por fin en el bando correcto del Progreso aunque a su debida hora a la espera de que sus líderes abandonen las viejas ideas y realicen el aggiornamento deseado. Algunos votantes socialdemócratas del PP estarían en esta situación.
En varios peldaños más abajo, más allá de toda salvación, yacerían los condenados a los que se da por imposibles y que, más allá de toda remisión, sólo les quedaría, como en su día aseguró la «jefa» de opinión de los domingos de Ultima Hora, Amaya Michelena, sumarse al pelotón de los «catetos y desarrapados» que votan a Vox.
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