Con Vox buenas ideas y menos impuestos

El próximo presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, se ha estrenado con buen pie. No ha puesto obstáculo alguno para que el señor Mañueco gobierne en Castilla y León con Vox, por primera vez en España. Para calibrar lo acertado de la decisión sólo hay que ver las reacciones que ha provocado entre la jauría progresista que dicta las reglas de la pureza democrática y decide lo políticamente correcto.
Resulta que ahora el señor Feijóo ya no es el moderado que pensaban. «Ahora ha inscrito su nombre en la ignominia democrática y ha infligido una humillación política y una espesa vergüenza moral en la derecha convencional del país», dicen estos cretinos. Lo cierto, sin embargo, es que Feijóo se ha desembarazado sin complejos del sesgo totalitario e inquisitorial de la izquierda, de sus dictados inaceptables y de su falsa superioridad ética.
Con su decisión ha normalizado la vida política, que es lo que vienen exigiendo todos los votantes de la derecha sin excepción. Porque ¿acaso quiere Vox erosionar o destruir la democracia como dicen sus debeladores? Estos sostienen que así es por su recelo a los partidos nacionalistas desleales con la Constitución, por sus reticencias a la inmigración masiva y por su oposición a las leyes de discriminación positiva del colectivo LGTBI. A mí estos objetivos me parecen soberbios. Los independentistas catalanes o los filoetarras vascos están en contra de la unidad de España y de la Monarquía parlamentaria, principios consagrados en la Carta Magna, de la que se sirven, pero que socavan a diario.
Pretender racionalizar la inmigración, limitarla a la que sea legal, y auditar los abusos que con frecuencia se cometen al calor del Estado del Bienestar con estos grupos que recalan aquí en muchos casos para aprovecharse de un sistema de protección social tan generoso que no podemos financiar es un objetivo muy conveniente. Lo mismo que, en lo que respecta a la violencia de género, equiparar la protección de las mujeres con la de los varones, o que condicionar la influencia en la educación de los colectivos que representan opciones sexuales alternativas a la previa aceptación de los padres. Todas estas ideas políticas no erosionan la democracia, sino que la vivifican, aumentando la representatividad de los que estamos hartos de la tiranía de la izquierda, de sus imposiciones sin freno facilitadas por los complejos ancestrales de la derecha.
Además de estas buenas ideas, la presencia de Vox en el Gobierno de Castilla y León será providencial para impulsar una reducción masiva de impuestos a las pequeñas empresas, a los autónomos y a las familias, todos castigados por el socialismo en el poder. Vox es partidario de rebajar el gasto público drásticamente a fin de ganar espacio para una menor presión fiscal y esto dará nuevas alas al PP para emprender esta tarea ineludible en los tiempos convulsos que vivimos, con un crecimiento declinante y una inflación al alza.
En Madrid, por ejemplo, Vox ha presentado una proposición no de ley para introducir un tipo reducido en el Impuesto de Transmisiones Patrimoniales y así mejorar la promoción de la vivienda social en la Comunidad, al igual que otra para bonificar por completo el impuesto de sucesiones y donaciones entre hermanos o de tíos a sobrinos. Aunque los de izquierdas también tienen familia, da la sensación de que la hipocresía, la demagogia y la ideología es muy superior al pecunio e incluso al cariño, de manera que estas iniciativas les pondrán de los nervios, confirmando su incontestable acierto en caso de que sean finalmente aprobadas.
El trastorno mental permanente que padecen los que tildan a Vox de ser un partido ultra, anti sistema y contra el régimen democrático han callado hasta la fecha sobre la agenda de Podemos, socio de Sánchez en el Gobierno. Pero lo cierto es que Podemos es un agente genuino que trabaja sin descanso en la erosión y la destrucción de la democracia y del régimen constitucional. Está en contra de la prensa libre -pilar fundamental del sistema-, a la que quiere maniatar y finalmente silenciar. Está en contra de la economía de mercado, pues propone una estatización del sistema productivo que nos conduciría, irremediablemente, a la pobreza más absoluta. Detesta el mundo de los negocios que crea prosperidad y puestos de trabajo. Es partidario de la invasión institucional, de modo que los partidos políticos pongan sus sucias manos en todos los organismos independientes como la Autoridad de Responsabilidad Fiscal, las Comisiones de la Competencia y del Mercado de Valores y hasta el propio Banco de España. No soporta un modelo judicial que no atienda sus delirios y eventualmente los detenga aplicando la ley. Y finalmente, al apoyar a los partidos separatistas en sus reivindicaciones y perseguir con insistencia a la Corona, se aparta por completo de la Constitución.
No. Vox y Podemos no son comparables. El primero es un partido conservador en lo que se refiere a la política y próximo al liberalismo en lo que respecta a la economía. Que sea reticente a las ineficiencias del modelo autonómico o incluso euroescéptico dice mucho de su honradez intelectual y en caso alguno merma su legitimidad. Podemos es un partido comunista que no ha renunciado a la reconstrucción de la República vil anterior a la guerra civil -tampoco el socialismo de Sánchez-, que no acepta al adversario y que, si pudiera, impondría su programa político a sangre y fuego liquidando a sus enemigos. Lo sigue afirmando todos los días Pablo Iglesias y los sucesores, todavía a sus órdenes, son inquietantemente iguales.
El aval de Feijóo al acuerdo de su partido con Vox en Castilla y León es un acierto histórico, abre las puertas a parte de la derecha demonizada sin causa por los mandarines de la opinión pública y contribuirá a equilibrar el juego de fuerzas en el país, actualmente escorado hacia la izquierda que lo gobierna inmoralmente, la que quiere acabar con la nación tal y como la hemos conocido hasta la fecha. Contra lo que diga la propaganda socialista, con Vox en los gobiernos progresaremos en igualdad y en derechos civiles bien entendidos, no en el sentido en el que Sánchez malversa estos principios tan inmarchitables y nobles.
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