Votar como Edmundo o como en San Mateo

votantes

El cuento es muy bonito, nos explica Félix Ovejero: «Los ciudadanos configuran sus demandas políticas a partir de convicciones firmes y meditadas. Los partidos intentan responder con sus propuestas y, si no las atienden, los ciudadanos cambian su voto y los penalizan». Eso es lo que nos gustaría, pero el filósofo añade que, desgraciadamente, el cuento es enteramente falso: «A los votantes les trae sin cuidado la verdad, sostienen opiniones inconsistentes y mudadizas y, sobre todo, no votan según sus opiniones, sino que forman sus opiniones según votan».

Este tipo de votantes son los sectarios, primero votan y luego se pasan cuatro años justificando patéticamente lo votado. El arrepentimiento no está de moda. Éste tipo de votante abunda dentro de los propios partidos y nos proporcionan grandes y cómicos momentos de contorsionismo dialéctico para decir Diego donde dijeron digo. Si Sánchez dice que rebelión, rebelión; y si dice que a indultar, a indultar. Comen lo que les pongan.

Dentro de los sectarios nos encontramos con los sigleros, que forman el llamado suelo de los partidos. Inmutables a los cambios de ideario o de líderes, votan a unas siglas y punto. Es el valor de la marca. Su único objetivo es que no gobiernen los otros. Ya puede su líder decir que no pactará con Bildu y pactar, que no dormirá bien con Podemos y no salir de la cama. A los sigleros les da igual que les mientan siempre que no gobiernen los otros. Qué fácil sería si todos fuésemos así. Cuánto dinero ahorraríamos al Estado en elecciones. Podríamos apuntarnos en un censo a los 18 años indicando ya nuestro voto y no habría que hacer elecciones.

Pero hay más clases de electores. Por ejemplo, los cautivos, especie abundante en aquellos feudos en los que un mismo partido ha gobernado durante décadas y, legislatura a legislatura, ha tejido su red de bienpagados y vividores del boletín oficial que temen pasar frío si cambia el proveedor. Hay que pagar la hipoteca o el renting del coche y se amarran a quien les hace partícipes del presupuesto. Puedo llegar a entenderlos, pero, al menos, que no intenten convencerme, ni convencerse.

Parecido al cautivo, aunque solo ocasionalmente, encontramos al vendido. Les diferencia es que aquéllos están en nómina y a estos solo les llega un sobre cada cuatro años. Reconozco que me equivoqué: hace unas semanas les indique cómo podría ganar Sánchez las elecciones y se me olvidó incluir la particular ruta del pucherazo en aquel decálogo para líderes sin escrúpulos. Al menos, estos vendidos no te dan la chapa, no argumentan, como sí lo hacen quienes les pagan.

Y aún nos quedan otros dos tipos de votante, o más bien no votantes. En primer lugar, el abstencionista pasota a quien todo le da igual; pasa, pues cree, equivocadamente, que no le afecta lo que los políticos decidan por él. Junto a él, podemos encontrarnos al abstencionista ilustrado, ése que no vota porque considera a todos los candidatos unos mediocres o que son igual de mentirosos, ladrones o lo que sea; o bien que el sistema no funciona, es una pantomima y bla, bla, bla. Les gustaría poder elegir a gobernantes casi perfectos en un sistema casi perfecto. A mí también. Pero ellos no han entendido que no eligiendo al menos malo puede salir el peor.

Parecido al abstencionista ilustrado tenemos a Edmundo Bal, que ha dicho que va a votar en blanco. A lo mejor piensa que en un sistema donde el voto en blanco no está representado, sirve para algo un sobre vacío.

Y en el otro extremo, frente a Edmundo y los abstencionistas, encontramos a los votantes de San Mateo de Gállego, municipio de Zaragoza donde el pasado 28M hubo un empate y se decidió por sorteo quien sería el alcalde, pues así lo dice la Ley. La fortuna fue para el PP, pero, tras el sorteo, la Junta Electoral anuló un voto y la Alcaldía volvió al PSOE. Más allá de la disputa por la Alcaldía, lo que han aprendido todos sus vecinos es la importancia que tiene un solo voto. Yo soy de los que aún creo que mi voto cuenta tanto como el último voto de San Mateo.

Si por pereza o hartazgo, o porque se confía en que su partido ya es ganador o que no importa un voto más, y se convierte en uno de aquellos abstencionistas, no se queje de que los sectarios, sigleros, cautivos y vendidos decidan por usted. Acuérdese de San Mateo de Gállego.

Lo último en Opinión

Últimas noticias