La victoria del hombre tranquilo

Alfonso Rueda

No parece ser Alfonso Rueda un buen remedo de aquel Hombre tranquilo que protagonizó en 1952 el americano John Wayne en su vuelta al pueblo irlandés de sus antepasados. Nada que ver, pero para el título y para la exposición que viene a continuación, el recuerdo encaja bastante bien, sobre todo, por la sola circunstancia que homologa a aquel persistente vaquero, venido a aldeano isleño, al gran triunfador de las elecciones gallegas del domingo: el dominio de la situación, uno en la pura ficción, otro en la dura realidad de una campaña donde ha soportado el acoso -nada de derribo, desde luego- de una legión de paracaidistas llegados desde Madrid por tierra y sobre todo por aire.

Es el caso ya del desvergonzado aún presidente del Gobierno, que ha tomado el helicóptero y el avión como adminículos de su absoluta propiedad. El PSOE (bueno, lo que resta de ese partido histórico, que no es mucho) desdeñó desde el mismo día en que se convocaron las elecciones al candidato popular. Con su acostumbrado vocabulario agreste, sujetos que apenas han rozado el bachillerato, como Óscar Puente o Patxi López, atribuyeron a Rueda los peores y más ofensivos adjetivos: desde amanuense de Feijóo, hasta oscuro funcionario, pasando por estúpidas alusiones a su incapacidad para enfervorizar a las masas.

Y, ¿qué hizo Rueda? Pues nada, como si no fuera con él, no descompuso el gesto, como los grandes toreros, ni siquiera cuando le lanzaban cornadas traperas contra su familia, que de todo ha habido. Por lo que se dice desde Galicia, Alfonso Rueda no ha dudado ni un solo momento en todos los días desde la disolución del anterior Parlamento hasta las 09:00 horas de la mañana de su triunfo absoluto, en devolver los tiros. Realmente no le ha hecho falta.

Además, cuando se le ha puesto en ese tiempo en la tesitura de prepararse para un fracaso, Rueda ha respondido sin despeinarse: «Es que eso no se va a dar». Y no se ha dado. En esta España estridente en que soportamos a políticos vocingleros o mentirosos, Alfonso Rueda se puede catalogar como su envés. Lo demostró el domingo cuando empezó su disertación victoriosa portándose amablemente con los vencidos y abierto a su gobernación de «todo y para todos». Esto sucedía cuando reconocía haber recibido la felicitación del pobre Besteiro pero no de Pedro Sánchez, el auténtico cabeza de lista del decadente PSOE gallego y español. No debió sorprender mucho a Rueda esta conducta porque le ha escuchado a su amigo Feijóo confesar que aún está esperando un reconocimiento de Sánchez a su incontestable, aunque corta victoria del pasado julio.

Este hombre tranquilo tiene una gran suerte: las cuatro provincias que va a gobernar son un espacio de convivencia también tranquila que sólo vivió una convulsión efímera con la actividad terrorista de aquel fantasmal Ejército de Liberación que, durante unos pocos años se hinchó a poner bombas en discotecas «de pijos», como las llamaba Beirás, el prohombre y fundador del primer Bloque. Hay que recordar (quizá a algunos votantes del BNG se les haya olvidado) que el antecedente de este Bloque que sólo ha enseñado su patita blanca en esta campaña, es aquel Ejército y que, por tanto, algunas de las propuestas de aquellos cafres metidos a dinamiteros han sido incorporadas al programa electoral que ha llevado la aspirante a la Xunta durante toda la campaña.

Erróneamente, porque, en realidad, Galicia es una tierra de hablar quedo y de mucha morigeración en los comportamientos. A esa actitud se adoptó, más que adaptó en su momento, el primer presidente de la Xunta, el doctor Fernández Albor, al que no en menos de dos ocasiones le oí decir: «No hace falta que gritemos, los gallegos nos escuchan hasta cuando no hablamos», por eso prefería las merendinhas electorales que los mítines. Se trataba también de un hombre tranquilo que tenía frases para todo, hasta para los momentos picantes. Reconocía cosas como éstas: «Yo tengo todas mis virtudes agotadas, nadie en España ha visto tantos aparvados como yo». Era proctólogo, así que figúrense de qué hablaba el buen doctor».

Rueda no se dedica a ese menester de su predecesor, pero ya en política las ha visto de todos los colores. Ahora se le presenta como el hombre-dique que ha impedido la llegada del leninismo-separatismo al poder, pero en toda esta etapa en que ha sucedido a Feijóo, se le ha retratado como un personaje débil, oscuro, que hacía aguas cuando se enfrentaba con la figura de Ana Pontón a la que, al cabo de una veintena de años, se le ha atribuido una condición excelsa de líder para disputarle el poder histórico a la mismísima Rosalía de Castro sin ir más lejos. Rueda ha contemplado, con enorme templanza, los ataques venidos por doquier, tanto desde la izquierda como de Vox (¡háztelo mirar Abascal!).

Rueda no ha dedicado ni un minuto de campaña a ponerse nervioso por las arremetidas venidas principalmente de Madrid. Como aquí, en la capital, estamos todos metidos en la túrmix de los mil enredos, cavilaciones y operaciones sin fundamento, no hemos querido leer en todas estas fechas los periódicos de Galicia; pues bien, revise la hemeroteca la legión saprofita de Sánchez y se topará con esta dolorosa constancia: ni siquiera en los peores días del supuesto desliz de Feijóo, esos diarios se han ocupado del asunto; nada, y cuando se dice nada es que es nada.

El PSOE y sus amanuenses mediáticos son tan mendrugos que no han recaído en que se votaba en las cuatro provincias gallegas, no en la Cibeles de Madrid. Y así les ha ido. El hombre tranquilo ha ganado y el único grito más audible de lo normal que ha salido de su boca ha sido éste: «Gallegos, hemos ganado las elecciones». Él forma parte ya de la tribu de políticos populares a la usanza moderada de la democracia más clásica, que no han levantado la voz en su vida. Ahora la tiene para gobernar en su tierra y, desde luego, para demostrar una vez más que su Estilo Rueda es el que tiene que llevarse en toda España. Que así sea.

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