Las verdades venenosas

Las verdades venenosas
Las verdades venenosas

Como es archisabido, a todos, con alguna excepción, se nos suele hacer la boca agua al saborear el término democracia. Sin embargo, lo que se silencia y oculta es lo que pasa en torno a ella. De tanto manosearla y ajarla, de tanto no respetarla, de tanto pasársela por el arco del triunfo, de tanto adjetivarla, llega a no significar nada. Ni siquiera sabemos distinguirla e, incluso, podemos llegar a sufrir estilos de gobierno que nada tienen que ver con ella. Nos puede pasar que nos hacemos cómplices de su deterioro y aniquilamiento. Nos puede pasar que, por nuestra propia ignorancia, vivimos temporalmente felices, como si fuera con nosotros.

No creo que existan, ahora mismo, muchos ciudadanos que no adviertan que España atraviesa un momento crucial. El proceso de deterioro viene de lejos. Un poco con la colaboración de todos. Es cierto. Pero los orígenes de este siniestro destino radica en la izquierda. Cuando en los tiempos del Gobierno de Felipe González, el Constitucional -¡qué osadía!- se atrevió a disentir a propósito del tema del aborto, Alfonso Guerra sacó a pasear su verdadera casta: «Si el fallo del Tribunal Constitucional sobre el aborto nos es desfavorable, habrá que poner en marcha la máquina de hacer indultos. Las leyes no pueden permanecer paradas por doce personas que además no han sido elegidas por las urnas». ¿Cuántas veces no hemos escuchado este mantra o ritornelo en hombres y mujeres de la izquierda, que nos ha gobernado y gobierna?

¡Las urnas! Como han ganado o han podido pactar gobiernos sin escrúpulos, incluso atentatorios de la unidad de la nación que desean destruir, se consideran la Ley misma. ¿Qué diría Montesquieu si los oyera? Si por algo se distingue un régimen democrático es por ser la única garantía del ciudadano frente al todopoderoso poder del Gobierno. La Ley, en una democracia, obliga a todos, también al propio Gobierno, que viene constreñido a someterse a ella. Si por algo se caracteriza un Gobierno democrático es, además de por el modo, por el estilo, por el talante como actúa. No se comporta de modo sectario y altanero, escucha a todos, da cuentas de su gestión, no impone su mayoría para impedir que la oposición cumpla con su papel, no es arbitrario, ni autoritario, ni caprichoso, respeta y garantiza las libertades de los ciudadanos, va por delante pero con el ejemplo, como si fuera un ciudadano más. Vamos, exactamente lo contrario, por ejemplo, a como se comporta Sánchez, auténtico jefe narcisista, o, en estos pagos mediterráneos, la inconsistente Armengol. No hay más que repasar sus gestas en el Gobierno respectivo.

Pero, volvamos al argumento inicial. El Parlamento, sede del poder legislativo, ya era, en virtud de las listas cerradas, un puro apéndice del Gobierno de turno. Para acaparar todo el poder había que dar un paso fundamental. Era necesario desactivar de alguna forma el llamado poder judicial. Semejante logro, -oh, casualidad- fue obra de la izquierda. En concreto, de Felipe González mediante la Ley 6/1985. El Consejo del Poder Judicial, órgano de gobierno de los jueces, en vez de estar integrado como había previsto la Constitución, pasaba a manos de los partidos con representación parlamentaria, esto es, por el sistema de cuota. ¿Qué ha venido ocurriendo desde entonces? Muy sencillo: Las máximas instancias jurisdiccionales en todo el país se proveen según el interés político. El Gobierno de turno pasa, de este modo, a convertirse, hasta cierto punto, en un poder único. Se hace realidad una situación de excesiva y antidemocrática concentración de poder en uno mismo.

Así se ha permanecido hasta que se ha llegado a un momento de imposible entendimiento entre las dos fuerzas políticas mayoritarias. Sus intereses son muy diferentes: volver a la Constitución, como quiere Europa y la derecha, u otra cosa diferente, que signifique poner en manos del PSOE el control del Consejo Judicial. Al final, parece que Sánchez se ha llevado el gato al agua. Y, además, también será determinante en el Tribunal Constitucional. Por si le faltase algo, ya se sabe, como dijo Sánchez en forma de pregunta: «¿Quién manda en la Fiscalía …? Pues eso».

En definitiva, si, como ha recordado Gabriel Albiac, «la división, autonomía y contraposición de poderes determina la existencia de una sociedad democrática”, resulta que en España, gracias al progresismo de la izquierda, todo el poder radica ahora mismo en sus manos y, en consecuencia, no existe, propiamente hablando, división, autonomía y contraposición de poderes. ¿Cómo hablar entonces de la existencia de una sociedad y un estado democráticos? Al final de todo este siniestro proceso, va a resultar que lo que en realidad rige en España no es lo que se airea para manipular al electorado, ni lo que cabría esperar de un Gobierno progresista, sino algo que se oculta y silencia. Esto es, un poder absoluto, incontrolado y antidemocrático. Un poder degenerado que, con el dinero de todos, se compra, presuntamente, el voto a Sánchez.

No hace falta recalcar la importancia que en una democracia tienen los derechos irrenunciables a la libertad de expresión e información. Su garantía determina la calidad del sistema democrático. Pues bien, a Sánchez, como buen autócrata que es y a los socios de gobierno que él se ha buscado no les gusta que se les cante la cuarenta en bastos. ¿Cómo evitarlo

Con el inmenso poder que atesora, ha decidido resucitar la censura y limitar la libertad de expresión. ¿Qué les parece? Esta gente de izquierda, tan demócratas ellos, no tolera la más mínima crítica a su gestión como tampoco soporta que se les señale con el dedo por sus actuaciones. Aprovechando los calores de agosto, sacarán una nueva Ley de secretos oficiales en el que se arbitran sanciones muy altas. ¿Cuál es el verdadero truco? Muy sencillo: será el propio Gobierno quien decida cuáles son las materias que deben ser protegidas a toda costa, so pena de incurrir en sanción millonaria. Él tiene la sartén por el mango. Sus vergüenzas, lo que no quiera que se sepa, lo declarará secreto. ¡Prepárense, periodistas disidentes, los pocos que ya van quedando!

Ahora, ciudadanos libres e iguales, se va a retirar del sistema el oxígeno indispensable. Se nos dirá que es para proteger, precisamente, el propio sistema, los intereses y la seguridad del propio Estado. No hagan caso. Les están manipulando. Nunca olviden que las verdades, las ideas y las certezas que se ocultan y se silencian son las más venenosas.

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