Apuntes del equilibrio para el intervencionismo
La izquierda o no comprende o no quiere comprender que es esencial mantener la estabilidad presupuestaria, el equilibrio presupuestario. Y, para ello, es fundamental no vivir por encima de las posibilidades de la economía, porque, si no, la economía terminará colapsando en algún momento, que será aquél en el que los ingresos no puedan ya cubrir dicho gasto y la deuda no encuentre compradores.
Rápidamente, y repitiendo el término “neoliberal” hasta el extremo, los intervencionistas, la ideología de izquierdas, principalmente, han presentado el fracaso de Truss como el de las ideas liberales. Siguen sin entender, o sin querer entender, la composición de la estabilidad presupuestaria. El presupuesto se compone de ingresos y de gastos. Si los ingresos son mayores que los gastos, hay superávit y en ese mismo importe se reduce ese año la deuda. Si los ingresos son iguales que los gastos, entonces nos encontramos en equilibrio y la deuda ni aumenta ni disminuye ese año. Si, por último, los ingresos son menores que los gastos, hay déficit y la deuda se incrementa en ese mismo importe ese año. Así de sencillo.
Por tanto, para mantener o buscar el equilibrio presupuestario, los ingresos han de ser iguales a los gastos, y para reducir la deuda hay que lograr superávit. Por eso, es esencial presupuestar con la mirada puesta en ambas partes del presupuesto, no sólo en una.
La izquierda, especialmente en España, sólo mira siempre a los ingresos: gasta lo que tiene y lo que no tiene y sube impuestos no para cuadrar cuentas, sino para incrementar todavía más el gasto sin reducir el déficit. Lo vemos en el caso español: Sánchez está contando con una recaudación extraordinaria que se prevé que llegue a los 32.000 millones de euros adicionales derivada de la inflación y, sin embargo, su previsión de déficit presentada a Bruselas la semana pasada en el “Plan presupuestario 2023” es cerrar el año 2022 con el mismo déficit previsto a inicios de ejercicio, el 5%. Del mismo modo, pretende crear tres nuevas figuras impositivas, discutibles, bien por posible doble imposición, bien por posible invasión de competencias autonómicas, y su potencial recaudación no se emplea para aminorar el déficit, sino para cubrir nuevo gasto por el mismo importe (escenario 2 de dicho plan; de ahí su prisa por adelantar el impuesto de grandes fortunas a 2022, corrigiendo lo que dijeron pocas semanas antes, cuando estaba previsto que entrase en vigor para 2023). Eso genera gasto estructural sobre unos ingresos pasajeros. Cuando caigan los ingresos en momentos bajos del ciclo y cuando el efecto de la inflación se disipe, el desequilibrio será mucho mayor, de entre 30.000 y 40.000 millones de euros al menos, entre lo perdido por el efecto inflación disipado y la caída de actividad. Es decir, añadirá al desequilibrio entre 2,3 y 3 puntos más de déficit.
A Truss le pasó lo mismo: sólo miró a la parte de los ingresos, aunque fuese para bajarlos, pero no quiso o no se atrevió a revisar las partidas de gasto para ajustarlas, cosa que es necesaria y urgente en el Reino Unido y, por supuesto, en España. Hay un gasto desmedido que no se puede sostener y que de no ajustarse para preservar lo esencial, estallará, provocando profundos recortes. Truss hizo como los socialistas españoles: se fijó sólo en los ingresos y apostó por la deuda para mantener el gasto: es decir, cambió bajar impuestos presentes por subir impuestos futuros, con el desequilibrio que ello generaría en el corto plazo, al acumular déficit y deuda. Es decir, realmente, siguió la doctrina socialista, no la liberal. De hecho, los mercados descontaron la equivalencia ricardiana (promulgada por David Ricardo, economista liberal de la escuela clásica, y perfeccionada por Robert Barro, economista liberal de la escuela neoclásica, ambos en términos de liberalismo clásico o europeo), donde todo déficit presente supone nuevos impuestos futuros, elemento que descuentan los agentes económicos, penalizando el presente para guarecerse frente a los futuros nuevos tributos futuros que provocará ese desequilibrio actual. El fracaso de Truss se cimentó en actuar como los socialistas, al no reducir el gasto y poner en peligro el equilibrio.
El gasto desmedido, que es el que preconizan los socialistas españoles, con Sánchez a la cabeza, y el que no quiso abandonar Truss, es el que pone en peligro los servicios esenciales, porque al cebar constantemente el gasto con ingresos coyunturales, cuando estos últimos caen dejan al descubierto un déficit estructural enorme, que en España se aproxima ya al 5%, que obligará a reducir entonces drásticamente el gasto. En lugar de buscar el equilibrio y centrar el gasto en los servicios esenciales, como la sanidad, la educación, las pensiones o los servicios sociales, los socialistas aumentan el gasto de manera desmedida, creando múltiples subvenciones insostenibles, que ponen en peligro lo esencial. Cuando los ingresos caigan y la UE vuelva a recuperar las reglas fiscales, a España le va a exigir un ajuste importante, que el gasto desmedido de Sánchez habrá provocado.
Los mercados penalizaron a Truss no por bajar impuestos, sino por no proponer una reducción equivalente del gasto, es decir, por poner en riesgo el equilibrio. Es lo mismo por lo que penalizan a la deuda española: pone en peligro el equilibrio porque pese a subir impuestos el gasto se incrementa más e impulsa el déficit estructural. Tanto es así que si España no ha tenido el problema del Reino Unido se debe a que el BCE anunció una herramienta antifragmentación, porque en los días en los que anunció que dejaba de comprar deuda soberana la prima de riesgo española se disparó.
Por tanto, lo que ha fracasado con Truss es la política socialista del desequilibrio presupuestario, de no acomodar las bajadas de impuestos con reducción del gasto innecesario, preservando el gasto para los servicios esenciales. En el medio y largo plazo, la atracción de inversiones aumentará más la recaudación, pero en el corto plazo es esencial reducir lo que no es necesario. Es lo mismo que fracasa en España con Sánchez, aunque el efecto se mitigue gracias a la cobertura del BCE y de la Comisión Europea. El problema es que cuando esa cobertura se acabe Sánchez dejará la economía en una situación endeble, peor que Truss en el Reino Unido, con un endeudamiento y déficit estructural enormes.
Truss, posiblemente con buena intención, fracasó por su falta de coraje en la reducción del gasto innecesario. Sánchez ni siquiera tiene la intención de reducir el déficit pese a subir impuestos, porque gasta todo lo que ingresa y, por ese camino, se llega al fondo, como entienden cualquier familia y cualquier empresa. Es el fracaso, en ambos casos, de la receta socialista del gasto desmedido y el desequilibrio presupuestario; es el fracaso, por tanto, del intervencionismo, no del liberalismo.