Sánchez, las 3 eses, ¡ya!
Todos conocemos las famosas tres erres que resumen tres consignas para conservar el medio ambiente y dejar un mundo mejor a las próximas generaciones: reducir, reutilizar y reciclar. Eso enseñan a nuestros hijos en el cole y algunos padres intentamos que lo practiquen en casa.
Pero muchos profes y políticos se olvidan de la otra cara de la moneda de la sostenibilidad, la financiera. Si solo nos preocupa la primera, dejaremos a nuestros nietos mucho campo para correr y aire limpio que respirar, pero poca pensión para gastar, mucho ozono para protegernos, pero poca sanidad gratis para cuidarnos.
Quizá a los nietos de Sánchez les dé igual tener que pagar lo que su abuelo se gastó (vía deuda pública), pero a los que nos preocupan ambas caras de la sostenibilidad, la medioambiental y la financiera, rechazamos consumir tanto los recursos naturales como los financieros de nuestros nietos. No son nuestros.
La deuda pública se justificaba para inversiones estructurales que creaban riqueza a futuro y cuyo uso no se agotaba en el tiempo, como puede ser un aeropuerto o un pantano. Así quedaba justificado usar nuestro bolsillo y el de los nietos. Pero hace años que ese principio pasó al olvido y se recurre a la deuda para pagar las pensiones y el gasto corriente. No llega con lo que ingresamos para tanta fiesta.
Y así llegamos a la gran pregunta: cómo ser sostenibles, no solo medioambientalmente, sino financieramente; cómo utilizar los recursos (también los financieros) actuales, sin consumir los de las generaciones futuras. Hoy, más que nunca, debemos hacernos esa pregunta. Con una deuda en récords históricos (1,42 billones), con más de tres millones de desempleados, con el déficit comercial triplicado y con una pirámide de población que demanda más pensiones y gasto sanitario, Sánchez sigue gastando alegremente y con la presión fiscal como solución.
Pues bien, igual que los ecologistas nos proponen las 3R, yo les propongo, además, las 3 eses: suprimir, sustituir y simplificar. La teoría de las 3S (El Estado David, Unión Editorial, 2019) propone pasar de un Estado Goliat, como en el que estamos, a un Estado David, mediante esas consignas.
Primero, mediante la SUPRESIÓN del gasto superfluo (chiringuitos, ministerios ad personam, enchufados, subvenciones clientelares, etc). Solo con ello se ahorraría en España el equivalente a tres puntos del PIB, aun manteniendo el sistema autonómico.
Una vez suprimido todo lo suprimible, lo segundo es SUSTITUIR. Así se pueden sustituir las subvenciones por desgravaciones, la financiación de la oferta por la de la demanda (por ejemplo, con el cheque escolar), los monopolios públicos por la competencia y la gestión pública directa por la gestión indirecta a través de las distintas fórmulas fiscales, de contratación, y colaboración público-privada. Los países de nuestro entorno que han avanzado más en esta segunda, esos son los que mejor preparados están ante crisis como las que estamos viviendo.
Y ya, cuando se haya suprimido y sustituido, es cuando se pueden SIMPLIFICAR las funciones que haya de realizar directamente el Estado. A todos los partidos se les llena la boca hablando de simplificación y modernización de las administraciones; pero, de qué sirve que una unidad administrativa trabaje muy bien si esa unidad o lo que hace es prescindible.
Solo con las tres eses podremos pasar del Estado Goliat de Sánchez a un Estado David sostenible.
Pero los autoproclamados “defensores de lo público” ven en la reducción del Estado una amenaza y no una oportunidad para asignar mejor los recursos y garantizar la sostenibilidad de los servicios básicos. Olvidan, como decía Calsamiglia, que «una sociedad no sólo es justa si respeta una concepción determinada de igualdad, sino que también debe asignar correctamente los recursos. Una sociedad que despilfarre recursos que cubren necesidades básicas no es una sociedad justa»
¿Puede llamarse social un Estado que asegura prestaciones a las generaciones actuales, al mismo tiempo que pone en peligro su provisión a las futuras? ¿A qué idea de justicia social responde un Estado que relega el criterio de eficiencia a un segundo plano en la gestión de sus recursos? ¿Puede haber sostenibilidad sin eficiencia? ¿Y justicia social sin compromiso intergeneracional y sostenibilidad? Pues ya sabes, Sánchez, las 3 eses, ¡ya!
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