Silenciosamente

Silenciosamente

Arranca diciembre, que es lo mismo que decir que empieza la cuenta atrás para terminar 2023. Como la tarde de los domingos, los finales de año están llenos de melancolía, siendo éste el motivo principal por el que en estos días estamos todos más predispuestos a todo lo humano. Dicen los psicólogos que, en esta época del año, es cuando más se abarrotan sus consultas. No se asusten, que no voy a seguir por ese sendero. Es tentador ahondar en lo políticamente incorrecto, pero hoy tengo ganas de hablarles de cosas bonitas. Ya saben que mi único encanto es no temer a la originalidad y a la inspiración escandalosa y espontánea. La investigación científica se me da bien, pero nada como escribir sobre los puros deseos, las gentiles melancolías o las severas desesperanzas que moran en los dominios de todo aquello que roza la poesía.

Estuve el fin de semana en el Teatro de la Maestranza, viendo el Ballet Nacional de España, un espectáculo de Rubén Olmo basado en las fotografías de Afanador, de una belleza impresionante. Impecables la dirección artística, la coreografía, la dramaturgia y la composición musical. La versatilidad y la pulcritud de los bailarines de nuestra compañía nacional son francamente pasmosas, con ajustes milimétricos. Hicieron un repaso a todo lo nuestro, y no sólo me refiero al flamenco, que la jota también tuvo su momento; y el dolor, la pasión amorosa, la angustia, la ambición, los celos, un despilfarro de pasiones y emociones en blanco y negro. Eso sí, como estaba en primera fila, podía ver bien las expresiones y fallitos menores que no se aprecian tanto en filas posteriores. Destacaré que me cuesta todavía ver un zapateao poseso y arrastrao en una bailarina con rasgos orientales, aunque haya nacido en Triana. Ya me entienden.

A continuación, quizás egoístamente, retornaré a los pequeños poemas en prosa. Me fascinan las biografías de personas cuyas aventuras se desarrollan silenciosamente bajo la cúpula de un cerebro colosal. Son tan escasas… Siento mucho si soy reiterativa en mis debilidades, pero para criticar a Sánchez ya están todos los demás periodistas. Y ya que he nombrado a mis compañeros, seguiré por esa senda llena de hojarasca colegial. Los domingos compro la prensa en papel. Confieso que sólo compro dos periódicos; y uno de ellos, por el suplemento. En él escribe uno de mis escritores vivos favoritos: visceral, inteligente y sincero. Este domingo afirmaba que las personas poco espirituales acuden recurrentemente a la gimnasia, a la cosmética y a la cirugía para «ahuyentar patéticamente el fantasma de la decrepitud». ¿Por qué todo el mundo tiene tanto miedo a envejecer? Cómo me gusta ver a alguien que muestra su rostro tal cual, sin retoques, y poder ver en él la coherencia, la serenidad y la franqueza. Pues sí, he vivido cincuenta años, ¿por qué voy a tener que renegar de ellos? Ni pienso, ni lo entiendo. ¿Acaso ser joven es mejor que ser una persona madura? No lo creo.

Y llegado a este punto, en el que me estoy envalentonando, voy a volver a bajar el tono (si es que en algún momento ha estado bajo) para terminar en paz y armonía y que, cuando envíe este texto al periódico, no me esté arrepintiendo hasta que desaparezca. Sigamos con nuestras coronas triviales en esta semanita de largo puente prenavideño. Envío un saludo muy especial a los amantes del arte y la exquisita elección, que acuden a obras sabrosas y picantes para saborearlas con el conocimiento excelso de que, en la literatura, como en la moral, existe tanto peligro como gloria en ser delicado. Sencilla y silenciosamente.

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