Sexo, mentiras y el satisfyer

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Se cumplen diez años del succionador de clítoris, un invento que ha revolucionado más dormitorios que Ikea con sus diseños minimalistas, aparentes y asequibles. Un gran avance de la técnica que no ha impedido, sin embargo, que las heterosexuales continuemos siendo las últimas a la cola del orgasmo.

¡Hablemos de sexo, amigos! La divulgación en materia de cultura amatoria se hace necesaria en una sociedad donde la «educación sexual» fue más bien un curso acelerado de «cómo no quedar embarazada» con un breve seminario sobre enfermedades que te harían pensarlo dos veces antes de pretender alguna clase de placer.

Habrán escuchado, imagino, acerca del concepto de brecha sexual, un fenómeno innegable y muy triste, por obra y gracia de la falta de conocimiento al respecto de todos los involucrados en el proceso y, reconozcámoslo, por nuestra propia ausencia de asertividad, la de las féminas, eso sí, comprensible y plagada de atenuantes que ahora veremos.

Cuatro de cada diez mujeres no han tenido un orgasmo en toda su vida. No me he sacado la cifra de la chistera, lo dicen las revistas científicas a disposición de todos. Una locura que, hasta que llegó el primer succionador al mercado, era todavía más flagrante. Por eso, muchos califican el aparatito de revolución sexual femenina como lo fueron en su momento los anticonceptivos.

Y, ¿qué hay de la revolución sexual de los hombres? ¿O hemos de llamarla evolución? Para ellos, transformar su sexualidad implica en muchos sentidos soltar un privilegio, un derecho, donde el placer masculino siempre ha sido considerado aceptable y natural y donde la mujer que hablaba de su placer, de sus necesidades orgásmicas o simplemente de lo que le gustaba entre las sábanas era incuestionablemente objeto de penalización…

En efecto, la brecha orgásmica no tiene que ver con nuestras diferencias fisiológicas, ya que los porcentajes se igualan en el caso de la masturbación. Tiene que ver con nuestra inhibición a la hora de expresarnos, igual que el escaso nivel de los hombres a la hora de ejecutar un intercambio sexual con nosotras, tiene que ver con que nunca han sido cuestionados: «Así no, ahí no…». ¿Conocéis a algún hombre que no crea que es un portento en la cama?

Su ignorancia sexual y nuestra falta de espontaneidad tienen su reflejo y también sus antecedentes por ejemplo en el cine, y no hablo del porno, hablo de cualquier producto friendly de Netflix, artículos culturales que han extendido una disparatada leyenda: la idea falocéntrica de que tres empujones sobre una encimera, acompañados de dramáticos alaridos, equivalen a un orgasmo femenino. La realidad es que muchas mujeres han tenido que convertirse en actrices como las de sus pantallas para no herir susceptibilidades masculinas ni quedar como taradas: «Te cuesta mucho llegar, qué rara eres».

Y sí, manifestar que una penetración «perrera» al más puro estilo cine club no nos entusiasma nos ha convertido, a ojos de algunos, en criaturas insólitas. «¿Cómo? ¿Que tienes otras preferencias? Con mi ex nunca fue un problema…». Campeón, tu ex era más diplomática que el mejor embajador de la ONU. «Esto nunca me había pasado», dirán muchos, mientras una se pregunta, con todo cariño y sin culpar a nadie, si es momento de presentar un PowerPoint titulado Tu ego y tú: una aventura imprescindible aunque incómodo.

La ironía de todo esto es que, en nuestra sempiterna programación social destinada a satisfacer expectativas ajenas, las mujeres hemos olvidado que el sexo había que disfrutarlo y nos hemos aburrido de ciertas performances absolutamente soporíferas. «Las mujeres son hipo sexuales», «ya estás con jaqueca» o «follas menos que un casado» son algunos de los clichés con los que convivimos, dado que las señoras terminan por echar mano de hobbies más gratificantes, como el origami o el punto de cruz. «¿Sexo? No, gracias, estoy a mitad de un patrón complejo de ganchillo». Al menos hasta que llegó el succionador, AKA Orgasmo asegurado en dos minutos aunque pienses en la Franja de Gaza

Pero amigues, el satisfyer ha hablado y es hora de abandonar los manuales de Latin Lover y empezar a escucharlo. Sin remilgos, nosotras, ellos, con generosidad y madurez.

Exploremos el vasto y misterioso mundo del placer con humor, honestidad y un buen Satisfyer en rosa, amarillo pastel e incluso dorado o con orejitas, moderno, fresco y ergonómico… Háganse ya con uno, para utilizarlo a solas o en pareja, diríjanse a su sex shop más cercano sin miedo, ya no encontrarán un espacio oscuro y turbio repleto de engendros de silicona con venas y todo, los antiguos «consoladores» (¡Ay! Qué palabras), como si los fabricaran unos seres del inframundo para mujeres indeseables que en la soledad de sus madrigueras personificaran la freudiana «envidia de pene»… ¡Ofendiditos sexuales y negacionistas a terapia!

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