Sánchez o la vileza de utilizar a los menas como caballo de Troya contra el PP

Opinión de Eduardo Inda

Cuando conocí a Pedro Sánchez en las postrimerías de 2014 hicimos buenas migas. Me pareció simpático, conciliador y tolerante, en resumidas cuentas, un socialdemócrata de libro más parecido al transversal Felipe González que al guerracivilista José Luis Rodríguez Zapatero. Un tipo de centroizquierda de ésos que puede llegar a ser votable en determinadas circunstancias para un ultraliberal como yo. El entonces recién elegido secretario general del Partido Socialista se esforzaba por trabar complicidades con periodistas que no éramos de su cuerda. En mi caso lo logró. Llegó a caerme bien.

Coincidíamos en nuestro rechazo a la extrema izquierda en general y a esa sucursal chavista que es Podemos en particular. A las huestes del delincuente Pablo Iglesias les dispensaba el mismo desprecio moral e intelectual que cualquier demócrata de pro, nada diferente al que generaban entre los viejos socialistas, los Felipe González, Alfonso Guerra, Carlos Solchaga et altri. Pronto, tan pronto como en las elecciones de diciembre de 2015, comencé a sospechar que la intuición me había fallado clamorosamente, que nos hallábamos ante un simple oportunista capaz de vender su alma al diablo con tal de asentar sus posaderas en Moncloa. Mariano Rajoy cayó de 186 a 123 escaños y él vio la oportunidad de su vida pese a que había reducido a unos míseros 90 los 110 que le había legado Alfredo Pérez Rubalcaba. Un Alfredo Pérez Rubalcaba que, antes de morir, fue tajante con el pájaro: «He estado cinco veces con él y las cinco me ha engañado, nunca más hablaré con él». Y se murió sin volver a dirigirle la palabra.

Febrero de 2016. El sujeto que soltaba toda suerte de justificadas lindezas contra Pablo Iglesias se alió con él para forzar una investidura con lo peor de cada casa, incluyendo a la marca blanca de ETA, Bildu, el siempre traidorzuelo PNV y uno de los partidos que habían protagonizado el golpe sedicioso en Cataluña, ERC. No pasó a mayores porque, con buen criterio, los suyos le pararon los pies. Los comicios se repitieron en junio y Mariano Rajoy pasó de los raquíticos 123 a 137, exactamente 52 más que nuestro protagonista, que se había desplomado más aún, de 90 a 85. Como holgado vencedor, el presidente popular se sometió a la investidura en la confianza de que se mantendría la tradición imperante desde 1977, que no era otra que dejar mandar a la lista más votada. Bastaba la abstención del PSOE pero él se enrocó vilmente en el «no es no» y tuvieron que forzar su destitución para facilitar la gobernabilidad.

Pronto comprobé que Sánchez era sólo un simple oportunista capaz de vender su alma al diablo con tal de asentar sus posaderas en Moncloa

Ya entonces atisbé con meridiana claridad que estábamos ante un ser vil como pocos y carente de inteligencia emocional como ninguno. Y eso que algunos de sus mejores amigos sostienen que su falta de empatía es su mayor problema pero también su más notable fortaleza toda vez que le permite mentir, delinquir y matar adversarios políticos sin que se le mueva un músculo o una sola pestaña. Esa condición de triope —psicópata en versión subclínica, narcista y manipulador— de la que tantas veces les he hablado. Maldad en grado sumo que quedó meridianamente clara cuando con el concurso activo o pasivo de etarras, golpistas catalanes y esos podemitas a los que antes detestaba le permitió desalojar de Moncloa al hombre que le había arrasado en la cita con las urnas de 2016.

Su deriva autocrática camino de esa «dictadura perfecta» que mencionaba la semana pasada ha llegado en esta legislatura en la que el titular de los peores resultados electorales de la historia (derrota electoral en 2023) manda más que el Felipe González de los 202 diputados, el José María Aznar de los 183, el Zapatero de los 169 en 2008 o el Rajoy de los 186 tres años más tarde. Por una vez, y sin que sirva de precedente, no mintió: advirtió que gobernaría «con o sin el concurso del Parlamento» y lo está llevando a la práctica, ¡vaya si lo está llevando a la práctica! Y, para completar la jugada totalitaria, elabora leyes censoras contra los medios que nada tienen que envidiar a las de Putin, Erdogan o Maduro, asalta empresas privadas como acostumbraba ese Hugo Chávez al que deseamos toda la suerte en el infierno e intenta cargarse la separación de poderes desnaturalizando las oposiciones a juez para que lo sean sus amiguetes, aboliendo la acción popular y adueñándose de la instrucción de los casos penales. Por no hablar de una bastarda alianza con ETA que resume como ninguna otra indecencia la catadura moral del personaje.

Lo suyo es el mal por el mal. La persecución estalinista del rival, la vulneración sistemática de la legalidad desde el poder y, por lo que leemos cada mañana, la delincuencia organizada. Lo primero lo hemos contemplado infinidad de veces con Isabel Díaz Ayuso, a la que castigaron en pandemia con vueltas a la normalidad a deshora, 155 encubiertos para obligarle a cerrar Madrid en contra de los criterios científicos y económicos, filtrando datos fiscales confidenciales de su novio y su padre y acusándola de «asesina» por haber hecho lo mismo que otras comunidades con las residencias de ancianos. Residencias, por cierto, que eran competencia de Pablo Iglesias, según el Boletín Oficial del Estado.

La bastarda alianza de Pedro Sánchez con ETA resume como ninguna otra indecencia la catadura moral del inquilino socialista de Moncloa

Ahora ya no va sólo a por esa parte de las baronías populares llamada Ayuso sino que ha metido la quinta con el todo. El reparto de los inmigrantes menores no acompañados, los celebérrimos menas, es la gota que ha colmado el vaso de la amoralidad de un individuo al que yo apodé «Franquito» mucho antes de que el presidente de El País y la Ser trazase una analogía entre el dictador y nuestro primer ministro. Una columna, la firmada el lunes pasado por Joseph Oughourlian, que suscribo de la A a la Z salvo en las loas a una Prisa que ha infligido más daño a España que la Pérfida Albión en los tiempos de la Armada Invencible o los gabachos napoleónicos con la invasión de 1807.

La distribución por toda España de una parte sustancial de los 6.300 menas hacinados en Canarias representa un acto de caridad con los muchachos y de solidaridad con unas Islas en situación límite por la inmigración ilegal. Hasta ahí nada que objetar. Lo que no esperábamos es que el marido de la tetraimputada Begoña Gómez aprovechase este drama para hacer nuevamente el mayor daño posible a los contrincantes ideológicos empleando a los menas como caballos de Troya que él cuela sin piedad en territorio enemigo en un mix de xenofobia y racismo al que no se atrevería ni Alternativa para Alemania. La distribución es uno de los mayores escándalos del sanchismo y eso que el nivel está en la estratosfera. Sobra añadir que al autócrata le importan un pimiento los menores, su educación, que crezcan sintiéndose queridos y con estabilidad psicológica. Lo de Sánchez es también en este caso simple táctica política para dañar al de enfrente. Punto.

A Madrid le ha endosado más menas que a nadie, 806, seguida de Andalucía, 796, y la Comunidad Valenciana de Carlos Mazón con 477. Toda comparación es odiosa pero la que es obligado trazar con Cataluña resulta escandalosa. La comunidad comandada por Salvador Illa figura a años luz de las tres anteriores con sus raquíticos 26. Nuestro todavía presidente es un chulo también a la hora de prevaricar. Porque hasta Abundio sabe que Madrid tiene 7 millones de habitantes, que Andalucía cuenta con 8 millones y que Cataluña supera ya los 8,4. Vamos, que esta cacicada no resiste el más mínimo cálculo proporcional. Un escándalo de marca mayor cuyo indisimulado fin es atestar de chavales inadaptados los territorios controlados por el PP y permitir que Junts se marque un tanto ante su parroquia a cambio de prorrogar artificialmente su vida como presidente del Gobierno.

La distribución de menas por las autonomías es uno de los mayores escándalos del sanchismo y eso que el nivel está en la estratosfera

Por contra, las que mejor paradas salen en esta diabólica distribución son el País Vasco (87), donde gobiernan en coalición PNV y Partido Socialista de Euskadi, y Navarra y Asturias, en manos del sanchismo. A Castilla-La Mancha le ha metido un buen estacazo pero, claro, ahí ostenta la vara de mando el único correligionario que se atreve a llevarle la contraria. La única autonomía que Pedro Sánchez salva es Baleares, presidida por Marga Prohens. Tal vez es que la tirria que dispensa al PP es en este caso menor al miedo que le causa la posibilidad de cargarse esa gallina de los huevos de oro que es el turismo.

El virus que inocula a las comunidades enemigas se verá con el paso del tiempo en forma de incremento exponencial de la inseguridad. Los menas son chicos que aterrizan en un mundo extraño sin familia, sin estudios y sin trabajo. Y muchos de ellos hacen lo mismo que se nos ocurriría a cualquiera de nosotros en idéntica coyuntura: delinquir para llevarse un mísero chusco de pan a la boca o para comprarse un móvil con el que comunicarse con los familiares que se quedaron al otro lado del Estrecho.

El PP haría bien en pasarse por el arco del triunfo estos designios del caudillo porque son ilegales. El Derecho Natural considera un bien moral la desobediencia frente a cualquier ley o resolución gubernativa que no esté en consonancia con la norma o con la ética. Y, desde luego, este reparto caprichoso por malicioso quiebra no sólo los criterios de proporcionalidad sino, además, ese principio de igualdad ante la ley sin el cual la democracia es una entelequia.

Yo que Ayuso, Moreno y Mazón me negaría en redondo a cumplir los designios de Franquito, como ha avanzado Fernando López Miras tras subrayar que los servicios sociales están colapsados en su región. Y si quieren arrastrar los pies por miedo a que los lleven a los tribunales y les caiga en suerte una juez como la de Catarroja, que al menos se hagan un Sánchez metiendo más menas en los municipios de sus comunidades gobernados por el PSOE. O que los manden directamente a Moncloa donde sobra espacio y funcionarios. Si tan solidario es Sánchez que los acoja en su casoplón. Y, entre tanto, no estaría de más avanzar legislativamente para contemplar lo obvio: que estos muchachos vuelvan con quienes mejor pueden estar, sus padres. No es racismo ni aversión al extranjero sino purito sentido común.

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