Opinión

Sánchez, el golpista de Hamelín

El discurso de investidura de Pedro Sánchez se convirtió más en un ataque a la «derecha reaccionaria» que otra cosa, porque el candidato socialista, lejos de presentar un programa de gobierno, se limitó en convertir al PP y Vox en el pretexto para justificar su continuidad en la Moncloa. Escondió la amnistía, sobre la que pasó de puntillas, y la defendió con argumentos que son una oda la hipocresía: fortalecerá la convivencia, la economía y hasta -el culmen del cinismo- la propia Constitución española. Se puso el disfraz de Robin Hood y se erigió en garante único de los derechos sociales anunciando unas medidas económicas como la prórroga de la bajada del IVA en algunos alimentos, la gratuidad del transporte público -con permiso de las Comunidades y Ayuntamientos-.

Por momentos pareció el flautista de Hamelín -el salvador de todos los males-, aunque, visto lo visto, mejor sería llamarle el golpista de Hamelín, porque su ataque al Estado de Derecho con el pacto ignominioso con el separatismo -que justificó bajo el mantra de la convivencia- le hacen merecedor al apodo. Despachar al final y en cinco minutos una ley de amnistía que lo que hace es quebrar la convivencia y la igualdad entre los españoles retrata al personaje. En suma, Pedro Sánchez en estado puro.

Según el candidato, «hay que hacer de la necesidad virtud». Es en lo único que no ha faltado a la verdad, porque supone reconocer que la claudicación ante el separatismo responde a su necesidad personal. Lo llegó a asumir en el debate, lo que echa por tierra la misma exposición de motivos de la ley de amnistía. En el fondo, lo que Sánchez ha trasladado a la opinión pública es que, ante el riesgo que representan las «derechas reaccionarias», había que elegir entre lo malo -la amnistía- y lo peor -un Gobierno del PP-. En suma, que por seguir en la Moncloa merece la pena romper en pedazos el Estado de Derecho.