Revilla como síntoma, efecto y conclusión

Revilla amnistía

Denunciar la corrupción para su exterminio de cuajo es una obligación no sólo de los responsables políticos, los medios de comunicación, los tribunales de justicia, sino también de aquellos ciudadanos honrados, limpios y comprometidos con su país.

Sin embargo, a lo largo de los últimos años hemos podido ver con excesiva frecuencia acusar a los demás de corruptelas y hechos impropios cuando a su alrededor todo era detritus y podredumbre. Es algo que, desgraciadamente, hemos visto con demasiada frecuencia, y que me produce úlcera viperina.

Durante los años del marianismo, mucho menos con el sanchismo, el que se creía eterno mandarín por la gracia de Dios en la bella tierra cántabra, llámese Miguel Ángel Revilla, aparecía un día sí y otra noche también, como el gran inquisidor de los trinques patrios, azuzado especialmente por algunos periodistas de izquierdas (mejor ultraizquierdas) que utilizaban a este tipo de camisa azul para zaherir a la diestra sin compasión y en muchos casos sin datos ni recato. No se libraba nadie y entraba a saco desde el capote ultrarrojo que siempre le pone, interesadamente, el soriano irredento por excelencia, un tal Jesús Cintora. A las obsesiones de Cintora, algunas con argumentos objetivos, otras, productos de sus frustraciones personales y profesionales, entraba Revilla como un toro de las nieves. Lo mismo le daba a Angela Merkel por machacar a los griegos (sic), por supuesto a Rajoy, al Rey Juan Carlos hasta convertirlo en un guiñapo y hasta María Auxiliadora o el Beato de Liébana. Hablaba con tal desparpajo inconsistente y desinformado (en determinados casos y asuntos) que el jefe de un Gobierno regional con muchos años atrás se curaba en salud de lo que ocurría en su propia casa. Al final, de su longa caminata a caballo de patochadas pueblerinas y zotes, hemos descubierto la verdad sobre Revilla: que su Gobierno estaba corrupto hasta los tuétanos. Y él lo sabía. Punto.

No, Revilla, no, esto no iba de impartir conferencias sobre José Antonio Primo de Rivera, tu prócer inmarcesible, asunto con el que te ganaste muy bien la vida tiempos otrora. Tú, azuzado por Cintora, entre otros, vituperaste a mucha gente –unos más honrados que otros, sin duda- cuando en tu Gobierno había gente de tu confianza que se lo llevaba crudo y construiste calderas de corrupción infumables. Ésta es la verdad. Triste verdad al final de tu huida hacia adelante. Los que te llevaban interesadamente a su terreno te deberían ayudar ahora a pagar las fianzas, costas y demás legajos. Porque si en este país todavía llamado España existiera una mínima conciencia judicial, ya estarías empapelado.

Y pretendes, a cambio de vender tus votos, una amnistía política por parte de tu sucesora, que a la postre no sería otra cosa para ti que una enorme losa sobre tu perecedera tumba. Sic transit gloria mundi!, Revilluca.

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