La razón de las jugadoras se pierde al imponer una cacería en la RFEF
No puede decirse que el hecho de que la mayor parte de las jugadoras convocadas haya vuelto a los entrenamientos tras su rechazo inicial a formar parte de la selección española de fútbol femenino signifique que la situación pueda calificarse de normal. En realidad, la situación no puede estar más lejos de la normalidad, pues lo ocurrido en los últimos días no deja de ser la expresión de una situación insólita y surrealista. Por muy justas que puedan resultar algunas de las reivindicaciones de las futbolistas, lo que parece evidente es que no es desde posiciones maximalistas como puede resolverse un conflicto larvado desde hace años y que ha estallado tras el intolerable acto del ex presidente de la RFEF Luis Rubiales con aquel beso a Jennifer Hermoso que ha provocado un terremoto social y político, con la izquierda tratando de rentabilizar lo ocurrido.
Desde entonces, todo es profundamente irracional y contrario al sentido común, empezando por un Ejecutivo en funciones que se ha convertido en abogado defensor de las jugadoras, representadas, además, por un sindicato que ha decidido subirse a lomos de la radicalidad.
Y es que la razón que asiste a las futbolistas en no pocas de sus demandas se han canalizado por este sindicato de forma tan abrupta y en franca connivencia con el Consejo Superior de Deportes (el Ejecutivo, para entendernos) que se ha perdido por completo el equilibrio.
No es normal, se mire por donde se mire, que un grupo de jugadoras plantee un órdago a la federación que pasa por el veto a determinadas personas -toda una cacería- bajo amenaza de no jugar con la selección, hasta el punto de pretender configurar el organigrama mismo de la institución, como ha vuelto quedar de manifiesto con la destitución en las últimas horas del secretario general de la federación, Andreu Camps, uno de los señalados por las seleccionadas. La imposición pura y dura parece haberse impuesto al sentido común.
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