Por qué Sánchez condena al paro a los hijos de los demás

(La Junta Escolar de Toronto -Canadá- veta un acto con la Nobel de la Paz Nadia Murad porque su testimonio sobre cómo el ISIS la esclavizó sexualmente fomentaría la islamofobia)
Déjenme que me ponga un poco hiperbólico: la mejor noticia del mes ha sido la decisión de algunos intelectuales americanos y británicos de fundar la Universidad de Austin, en el estado de Texas, Estados Unidos. El objetivo es preservar la libertad de investigación y el intercambio de ideas al margen de la asfixia creciente provocada por la ortodoxia progresista que domina la academia en el mundo anglo, quizá en el resto, y desde luego en España.
En este proyecto están personas tan notorias como Pano Kanelos, Steven Pinker, Niall Ferguson, Larry Summers y otros. Muchos de ellos han enseñado en Harvard y centros de nivel parecido y en algunos casos han ocupado cargos públicos importantes. Estos señores, que de momento son un grupo minoritario con gran prestigio, aunque todavía a falta de recursos para un proyecto de tal envergadura, han dicho basta.
Lo que está ocurriendo en los sistemas educativos de los países occidentales es sencillamente insoportable para cualquiera que tenga no sólo una reputación contrastada sino un poco de sentido común. Se puede resumir diciendo que el espíritu crítico ha desaparecido en favor de la corrección política, que el saber ha pasado a un segundo plano en favor de la ideología dominante. La iniciativa de estos profesores se propone revertir el rumbo antiliberal que han tomado tantas universidades en las últimas décadas con un deterioro acelerado de la libertad de cátedra, de discusión y de intercambio de ideas. Este es el producto más redondo que ha forjado el llamado movimiento woke, que aspira a diseñar la enseñanza y trata de condicionar el comportamiento de los estudiantes en atención a los colectivos presuntamente discriminados, alienados, marginados u ofendidos por lo que consideran que ha sido hasta la fecha la cultura oficial.
En opinión de estos dictadores de nuevo cuño, la civilización occidental es la culpable de todas las plagas del milenio, porque ha sido básicamente opresora y ha impuesto un código de valores que hay que cambiar a toda costa. Aquí en España se habla poco del movimiento woke, o de la llamada política de la cancelación, que básicamente consiste en lo mismo: en una reversión agresiva y dramática de la cultura en la que todos hemos ido creciendo, y que está en pleno apogeo desde hace años. Se practica con denuedo igual que al otro lado del Atlántico desde que los socialistas llegaron al poder.
Aunque estos sucesos tienen que ver más con el sistema político y la Universidad, la fuente de alimentación de esta operación subversiva y revolucionaria empieza en la escuela. En España, la nueva ministra de Educación, Pilar Alegría, ha impulsado un decreto que sigue la estela de todos los enemigos de la juventud, que se remontan a los socialistas José María Maravall y Alfredo Pérez Rubalcaba. En adelante, los alumnos podrán graduarse sin tener todas las asignaturas aprobadas, ya no habrá exámenes de recuperación de la ESO y se podrá hacer la selectividad con un expediente sucio, porque se considera que los exámenes y las notas son baldones que no ayudan a la felicidad del alumno y forman parte del patrimonio repudiable de la derecha. Y que la exaltación del mérito, también.
Es obvio que la pretensión de que todo el mundo, al margen de sus capacidades y del esfuerzo que hayan empleado en el intento, puedan llegar a la Universidad es una condena cierta que lastrará sus posibilidades de encontrar un trabajo para poder independizarse y ganar la autoestima precisa para competir en un mundo feroz, pero esta es la propuesta que ha elegido el equipo de Sánchez para congraciarse con la juventud.
Yo nunca he comprendido el interés supremo de la izquierda por masacrar a nuestros hijos, pero tengo una amiga, una de las mayores expertas en educación del país, a la que no cito para no ponerla en un compromiso, que me da una explicación oportuna y convincente. Lo hacen así, me dice, enarbolan esta bandera del igualitarismo y de la mediocridad educativa porque es algo ajeno a ellos, porque sus hijos no van a la escuela pública, que se convertirá, de acuerdo con sus tesis, en un patíbulo para los vástagos de las clases más desfavorecidas. Esto es lo que dicta la historia. La Institución Libre de Enseñanza, fundada por egregios intelectuales krausistas, era para los suyos. La universidad pública Carlos III de Madrid, una de las más elitistas, cuyo primer rector fue Gregorio Peces Barba, era para los suyos. Las teorías progresistas de estos señores son para los hijos de los demás. Esto de que el niño sufre mucho si se esfuerza y es bastante más feliz con menos trabajo es para los hijos del resto. No para los propios. Como ya dijo Orwell, todos somos iguales, pero unos más que otros.
En una escuela normal como la que hemos conocido toda la vida, si hay unos saberes que transmitir, profesores que los quieran enseñar y alumnos que los deseen aprender, todo es perfecto. Todo funciona. Es el triángulo de la pedagogía tradicional. Pero esto es lo que los socialistas ya se han cargado. Ahora se trata de crear una sociedad con nuevos valores (los de la nueva izquierda) y para eso el sistema educativo es imprescindible. Y el que mejor lo entendió al respecto fue Rubalcaba, despedido con funeral de Estado después de haber sido el responsable de la degradación de la instrucción nacional y responsable de nuestra clasificación pésima en todos los estudios comparativos, pero igualmente el mayor experto en producir socialistas en serie.
Él y los que luego lo sucedieron han sido avezados en maquillar las escandalosas cifras de fracaso escolar y, al tiempo, en formar cada vez peor a las nuevas generaciones porque les iba poco en ello, su prole estaba y está a salvo en colegios privados, y el objetivo de antes, como el de la ministra Pilar Alegría ahora, alberga pretensiones mucho más ambiciosas: es una política de estado para crear un nuevo régimen, aunque tenga unas repercusiones gravísimas: ¿Cómo vamos a resolver el problema de sostenibilidad de las pensiones si en lugar de instruir a jóvenes empleables estamos fabricando carne de cañón incapaz de encontrar un puesto de trabajo por falta de actitud y de cualificación?
Ya hace tiempo que el esfuerzo estaba más que despreciado en la escuela, y también en la Universidad. Pero ahora el propósito es de matiz diferente, de mayor envergadura, el desafío es de otro nivel. Se trata de incrustar en la mentalidad de los jóvenes, por ejemplo, que el hombre blanco es malo -y debe pedir perdón a la humanidad por haberla civilizado de manera impropia-; de profanar la educación con la atención desmedida por el género y todos aquellos colectivos e identidades presuntamente maltratados o postergados. Se trata de ensuciar la mentalidad de los niños con el lenguaje inclusivo y, en el caso de los más creciditos, con el mantra de la justicia social, es decir, con todo aquello que los condicione y determine insuperablemente impidiéndoles pensar por sí mismos, expresarse honesta y libremente, de prepararlos solo para que repliquen la superioridad moral de la ideología del momento. Se trata de inocular en la mentalidad de nuestros hijos las bondades previamente retorcidas de la diversidad, del igualitarismo agresivo, del cambio climático, de la inclusión a martillazos solo para producir una sociedad ajena al bien más notable de todos, que es el de la libertad. Entre otras cosas, de la libertad para formar a los hijos en paz según el criterio inmarcesible de la familia, que es donde descansa la más alta responsabilidad de la educación en cualquier país decente.
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