Las plumas de Moctezuma y las de todes
Pensando en el Papa Francisco, en AMLO, Aznar y hasta en el mismísimo Moctezuma… Es difícil precisar cuál de ellos tiene un aspecto más luciferino, lo cierto es que a los cuatro se les ve el plumero, y no sólo al del penacho de aves tropicales. Ahh… Humanidad que no comprende su naturaleza y busca la seguridad en absurdas cotas de poder…
Y miren, no sé qué es peor… los que dicen que no se arrepienten de nada o los que no se arrepienten de nada verdaderamente, porque aquí, y lo digo desde el cariño y sin personalizar, hablamos de lo mismo de siempre: de tontos, esta vez, en torno al asunto de la hispanidad y los pueblos indígenas.
En Ciudad de México, eliminan el monumento dedicado a Colón en el Paseo de la Reforma. La estatua en cuestión será reemplazada por una réplica de una prehispánica recientemente descubierta: La joven de Amajac. De esta forma, se consuma el rechazo a la figura del descubridor, en el marco de un movimiento mundial en el que se vandalizan los elementos que recuerdan la llegada de Europa al continente americano.
El presidente mexicano López Obrador aka AMLO estimula estos actos y un absurdo de proporciones trasatlánticas como que los mandatarios europeos pidan perdón a los autóctonos como si los habitantes del planeta azul hubiéramos sido germinados en nuestros países de origen, o dicho de otro modo, desconociendo lo innegable: que todos somos mestizos allá donde hayamos nacido. Un hecho, éste, fuera de controversia, del mismo modo que lo es la vileza humana, que siempre ha existido y acompañado al hombre (y a la mujer… y a todes), a la conquista y a la colonia; la misma vileza que acompañó a Roma en su expansión, a todos los pueblos en la historia de la Tierra y que continuará acompañando a cualquier criatura viviente, a ustedes, a mí, a cada uno de los papas disculpándose, a los aztecas, mayas, incas e incluso a las plantas que luchan por tomar su espacio, algunas de manera esplendorosa y otras invasiva, grosera y desagradable porque así es el comportamiento de todo lo vivo.
Que sí… que es bueno pedir perdón, pero hay que pedirlo (y solicitarlo) en un momento adecuado desde la razón, la honestidad y, sobre todo, la lógica.
Me pregunto qué ganarán los pueblos originarios con este guirigay ¿les permitirá mejorar su calidad de vida actual? ¿No debiéramos focalizar nuestra finita energía en la vileza, en la perversidad humana, más que andar rascándole al pasado? ¿No hay suficientes problemas actuales y terribles como la trata, que sigue funcionando en nuestros tiempos de mil maneras? Ese juego indominable entre lo sublime y lo malvado es el perímetro del foro en el que deberían moverse los que nos representan y actuar.
Emplear esfuerzos y entonar manipulaciones a través de disculpitas intercontinentales, además de una pérdida de tiempo es una falta de respeto a los pueblos americanos. Habría que anotar a qué indígenas pretenden pedir perdón porque para los tlaxcaltecas, entre otros enemigos de los mexicanos, la llegada de los españoles supuso la liberación donde los aztecas, eran tan depredadores y dominantes como cualquiera. Siempre ha habido esta propensión en todas las civilizaciones donde el colonialismo transformó sus identidades, algo que igualmente nos ha ocurrido a los europeos.
Pero hoy vivimos política y sociológicamente de enfaditos, en la era de los sentimientos de algodón, ocultando torpemente intereses manifiestos y luchando por manipular a los sencillos y tomarlos por idiotas, que lo serán, ¿eh?
Como resultado, fenómenos hermanos de embarazosa inconsistencia como el indigenismo, el buenismo, la Leyenda Negra, la nueva progresía, la cancelación y la ideología Woke, que más allá de despertar las conciencias ante problemas como el racismo, más allá de una exigencia, de que Europa y la comunidad blanca expíe su culpa, no tienen la capacidad de generar debates o conversaciones.
Sin embargo, entre los cursis y sus tejemanejes, y la prepotencia de aquellos (tan poco analíticos como los primeros) que piensan que los pueblos autóctonos eran dos docenas de monos que los españoles invitaron a bajarse del árbol, vestirse, calzarse e ir a la universidad, no me quedo con ninguno. Y luego ese cesarismo lacerante: «En esta época en la que se pide perdón por todo yo no voy a engrosar las filas de los que piden perdón, no lo voy a hacer», dice Aznar. Porque hablar tenía que doler o engordar.
¿Deberíamos los seres humanos disculparnos compulsivamente a diario? Puede ser. Lo que está claro es que todes deberíamos reírnos de todes y todes tendríamos razón.