Planes adecuados para objetivos inconfesables

Sánchez
Planes adecuados para objetivos inconfesables

Cuando para conseguir un objetivo tienes un plan, éste puede o no salir bien, pero si no lo tienes el proyecto saldrá mal seguro.

El problema de Pedro Sánchez no es tener o no tener planes, que está claro que en muchas ocasiones no los tiene y anda improvisándolos, el problema es el objetivo para el que se encauzan esos planes. Y así, en estos momentos de zozobra económica, el objetivo del presidente del Gobierno no es que todos estemos mejor, sino darse herramientas para hacer política, para hacer propaganda y para que le salgan bien las elecciones del próximo año.

Parecería que la mejor respuesta a esta crisis inflacionaria es, por un lado, asegurar el mantenimiento de la oferta de la energía y de los bienes que han sufrido escasez, y, por otro, cubrir necesidades concretas, pero tratando de dejar dinero en manos de las personas y las empresas para que se mantenga la demanda interna y no se desestimule demasiado la actividad económica. Sin embargo, el objetivo prioritario de Sánchez es tener él el dinero y repartirlo a través del incremento del gasto público. Le da lo mismo que eso retroalimente la inflación y profundice sus efectos nocivos, a la vez que distorsiona el mercado; no es que no crea en lo que dicen Milton Friedman y otra media docena de premios Nobel, es que le da igual.

Pero esto no es nuevo, porque sus objetivos siempre han sido diferentes de los que ha confesado, y por supuesto de los que deberían ser. Ocurrió con las alianzas cafeínicas con los populistas, con la gestión de la pandemia o con la inexplicada modificación de las posiciones y relaciones internacionales; pero, sobre todo, ocurre con Cataluña.

Ya desde la moción de censura, Sánchez ha optado por ir desactivando la solución política y judicial que terminó con el procés. Se cometió un delito, o varios, y por eso primero se quitó del poder a quienes los cometieron y después, con un seguimiento escrupuloso de la legalidad, se les condenó en un juicio formal y garantista. Pero esta solución, que además de ser jurídicamente inatacable era la que servía a España, incluida Cataluña, no le sirve a Sánchez.

Sus objetivos, que ya no es capaz de ocultar, son asegurarse el apoyo actual de los partidos secesionistas y potenciar, en el devenir de la carrera electoral, el posicionamiento nacionalista y supuestamente pacificador del PSC. Seguramente ya no perciben otra forma de compensar la pérdida de votos que previsiblemente se dará en toda España y que ha venido anunciándose en las otras dos regiones, Andalucía y Madrid, que reparten un número diferencial de diputados. Una vez más, para el futuro del socialismo radical, el PSC es el clavo ardiendo. Desde la elección interna de Rodríguez Zapatero, el PSOE siempre ha tenido que vender su alma al demonio nacionalista y supremacista del socialismo catalán.

Evidentemente, esos objetivos personalistas y partidistas, que provocan siempre un trato diferencial con Cataluña, están en contra de los intereses nacionales. Además de la inevitable desafección que generan (interesantes las consideraciones de Elvira Roca sobre el deseo, creciente en todo el país, de que Cataluña se independice), las políticas de continuas concesiones mantienen distorsionadas y desequilibradas las relaciones inter-autonómicas y de las comunidades autónomas con la Administración central. Ninguna política nacional es posible, para financiación, para armonización fiscal o para lo que sea, si siempre hay alguien que juega con más cartas que los demás, las tiene siempre marcadas o amenaza, en cuanto se le contradice, con tirar del tapete.

En estos últimos días es difícil saber qué resulta más impúdico, si la exhibición de delictiva (e impune) deslealtad de los secesionistas catalanes o el tancredismo del Gobierno de España: Junts quiere imponer la inmediata utilización de las instituciones para abrir un nuevo procés y ERC dice que, en el camino a la independencia, lo que hay que hacer es seguir aprovechándose de la condición de tontos útiles de los españoles; y, al lado de ambos, el presidente del Gobierno sigue aplaudiéndolos, financiándolos y considerándolos sus socios preferentes.

Obviamente, los intereses reales de los catalanes y del resto de españoles son otros, pero eso a ellos no les importa. A costa de sacrificarlos, unos quieren mantener el lucrativo negocio que les proporciona el sueño de la independencia y el otro, continuar haciendo realidad el sueño de su egolatría y de su patológica ambición.

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