La pandemia de nunca acabar

La pandemia de nunca acabar

Volvemos a estar en medio de una psicosis generada por las informaciones que sobre la pandemia transmiten los medios de comunicación mañana, tarde y noche, en un bombardeo continuo en diversos países y, por supuesto, también en España. Ello ha provocado que se vuelvan a limitar o suspender los tradicionales encuentros, viajes y celebraciones propios de estas fiestas navideñas, cuando las previsiones apuntaban a un próximo retorno a la normalidad.

Esta incierta situación ha ocasionado que, camino ya de los dos años de pandemia, se haya cronificado la existencia de una cifra considerable de personas denominadas «negacionistas» porque se oponen a vacunarse. Para que no haya dudas al respecto, y pese a mi escepticismo ante la gestión de la pandemia, soy de los ciudadanos que ha recibido la dosis completa, la tercera; y, sin embargo, ya se anuncia que no es suficiente ni para alcanzar la inmunidad personal ni es impedimento para seguir contagiando. Por ello me atrevo a pensar que, de seguir con esta errática y caótica política sanitaria, lo previsible es que el volumen de población negacionista vaya creciendo, en lugar de disminuir.

Hagamos un somero y sumario recuerdo de lo sucedido desde que la OMS declaró la alerta mundial hace casi dos años, recordando a modo de autocrítica las numerosas contradicciones, continuas y continuadas, que se han venido afirmando para tratar de entender el porqué de ese sector de la población al que se homologa nada menos que con los que niegan el holocausto judío por parte del Tercer Reich nazi durante la Segunda Guerra Mundial.

De entrada, no conocemos con certeza dónde y cómo se generó el virus, pese a que en mayo, tras la salida de la presidencia por parte de Trump —que lo denominaba «virus chino»— Biden anunció que había dado un plazo de tres meses a los servicios de inteligencia para que facilitaran esa información. A finales de agosto venció el período fijado y no hemos sabido nada al respecto, ni siquiera por qué no se han podido concluir esas pesquisas. El dato no es baladí ya que, conociendo el origen del virus, la ciencia estaría en mejores condiciones de luchar eficazmente contra él.

El año pasado se anunció que con las vacunas que estarían disponibles tras el verano, la pandemia quedaría vencida definitivamente. Ahora tenemos no una ni dos, sino bastantes vacunas a nuestro alcance, la población ha iniciado la tercera inoculación, y la explicación que recibimos de la preocupante situación es que una variante sudafricana de nombre ómicron ha entrado en juego y ha cambiado totalmente el escenario anunciado, obligando a establecer restricciones a la población casi como hace un año. Nadie puede asegurar que después de ómicron aparezca otra variante coreana o indonesia. Alemania la considera de riesgo «alto o muy alto», mientras países como Portugal —calificado como modelo de vacunación— ha anunciado un confinamiento total para enero y exige PCR a sus visitantes aunque estén vacunados con la dosis completa. España es de los países con mayor porcentaje de población vacunada, y tampoco hemos alcanzado la «inmunidad de rebaño» prometida, pese a que se había aconsejado la vacunación masiva para conseguir ese fin.

¿Puede alguien extrañarse que ante una situación así haya ciudadanos que digan ¡basta ya! y se nieguen a ser vacunados hasta no disponer de explicaciones solventes acerca de lo que sucede? Calificar de conspiranoicos y negacionistas a quienes a estas alturas simplemente exigen respuestas claras, es una manera de callar voces críticas o discrepantes impropia de países y sociedades plurales y democráticas. Si la referencia mundial sanitaria es la OMS, financiada en gran medida por las grandes corporaciones farmacéuticas que producen las vacunas, se cierra el circulo de la razonable desconfianza, mientras el pasaporte Covid y las sanciones a los que nos someten con tanta discrecionalidad recuerdan demasiado a Orwell.

Hace un siglo la sociedad no disponía ni de lejos de los conocimientos científicos que tiene ahora, y se superó la impropiamente denominada «gripe española». Ahora parece que estemos ante la pandemia de nunca acabar. Inmunidad no se ha conseguido, pero rebaño parece que sí. Quizás hay que mirar más a lo alto y no tanto a esta presunta ciencia.

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