Otegi, amo y señor del gulag vasco

Lo sucedido en Bilbao y aledaños el pasado miércoles a propósito de la llegada de La Vuelta Ciclista a España, con los grandes canales deportivos de la televisión mundial en directo, viene a confirmar que, en efecto, ETA dejó de matar pero su espíritu pervive. El que quiera engañarse que se engañe.
Lo de este Arnaldo Otegi, condenado por terrorismo, no tiene nombre. Se permite hablar de genocidio en Gaza, que probablemente lo sea, cuando él es uno de los responsables de un larguísimo periodo de exterminio entre vascos que no aceptaban en modo alguno ni los objetivos ni los métodos (coche bomba, tiro en la nuca, secuestros, extorsiones) de una banda terrorista que nació en el rescoldo de un seminario atizado por un grupo de frailes locoides y asesinos.
Todo el mundo sabe que, en la actualidad, en su tierra la vida no se les hace nada fácil a los vascos que quieren continuar siendo españoles. Nada fácil. ETA ha desaparecido, teóricamente, pero sus hachas y serpientes siguen vivas por esos lares. Lo cierto es que lo de La Vuelta ha sido un cántico al poderío político y social del terrorista Otegi. Mientras, el País Vasco en su conjunto ha emitido un mensaje al mundo, el de que aquí (allí) cambian poco las cosas, seguimos instalados en la sinrazón, la kale borroka, la violencia y el acoso. Punto. Y en medio de ese caldo, emerge la figura de un secuaz «hombre de paz» (Zapatero dixit) que finalmente sentará sus reales en Ajuria Enea, en detrimento de ese partido abyecto y fatuo, fundado por un racista conocido como Sabino Arana.
Nada tendrá de extraño porque el tal Otegi ha conseguido ni más ni menos torcer el brazo a dos presidentes del Gobierno de España: primero ZP; luego, Sánchez. Hasta convertirse en socio preferente de este último. Han pasado de la bomba lapa a ser visitantes asiduos y habituales del centro del poder ejecutivo de la vieja nación española. ¡Con un par!
Enhorabuena, Otegi. Nunca tus participaciones en actos terroristas fueron más rentables.
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