APUNTES INCORRECTOS

Ostras en Valencia mientras Biden destroza Occidente

Ostras en Valencia mientras Biden destroza Occidente

He estado unos días de vacaciones en Valencia, la ciudad que puso en el mapa la malograda Rita Barberá y que ahora está destrozando el socialismo con su toque de queda permanente que mata la hostelería, ya dañada por Ximo Puig y su insistencia en los confinamientos.

Voy con la familia al Ostras Pedrín, que es un bar diminuto en la calle Bonaire que nos encanta. Como su nombre indica tomamos unas ostras, y aunque somos patriotas, preferimos las francesas, porque cuando tomas las gallegas tienes siempre la impresión de tragar una flema.

Hablamos de política y de las cosas que escribo al respecto. Mi hijo mayor, aunque apenas me lee, dice que soy muy radical y que debería moderarme. Augusto, mi compadre, también piensa que debería apretar el freno, y eso que es marqués y que siempre ha vivido en el barrio de Salamanca de Madrid. Benito Arruñada, que es un intelectual al que respeto mucho, opina que cuando contengo los adjetivos resulto más eficaz. De este me fio. De la familia y de los amigos no.

Trato de responder diciendo que no hay motivo para la moderación y el centrismo cuando tienes un presidente del Gobierno con una mayoría parlamentaria precaria soportada por unos talibanes que quiere construir un país inclusivo, feminista, ecologista, y falsamente cohesionado. Y que aparece con traje y alpargatas en televisión.

El caso es que estamos tomando unas ostras francesas acompañadas de champagne mientras el mundo se hunde irremisiblemente después de la toma de Kabul, que tendrá unas consecuencias catastróficas para la Humanidad. Es el fin de un ciclo, de una época, el término del orden liberal tal y como lo hemos conocido hasta la fecha.

La retirada apresurada de las tropas americanas de Afganistán, el dominio casi instantáneo del país por los talibanes, deja claro que Estados Unidos ha dejado de ser un socio fiable para la comunidad internacional, y que en adelante ya no será el gendarme de la libertad que todos hemos conocido hasta la fecha. El fiasco de Biden es terrorífico para la OTAN, es letal para la India, para Taiwán, para Australia, y es una inyección de adrenalina para todos los enemigos de Occidente como Rusia y sobre todo China.

Biden, ese presidente que fue acogido como un liberador, ha demostrado ser el líder senil que algunos presumíamos, incapaz de estar a la altura de las circunstancias. Ha dejado muy claro que Estados Unidos no está dispuesto a mover un dedo por nadie. Y que ya no tolera más soldados muertos por causas que antes le parecían colmadas de grandeza pero que repentinamente se han convertido en menores.

Toda la intervención de Biden en Afganistán ha provocado espanto entre los aliados, aunque no lo digan. Se le tenía, como ha sido tradicional entre los demócratas, por un internacionalista, a diferencia de Trump. Ha resultado lo contrario.

Yo he sido ‘trumpista’ siempre. Una vez, hablando con el consejero delegado de una empresa importante, me dijo: “Si pierde las elecciones generales estamos aviados”. Jamás reconocería en público estas palabras. Pero me las dijo. Se refería a la guerra mundial que se libra en estos momentos, que más allá de Afganistán, tiene lugar en todo el planeta, y que se ha exportado desde Estados Unidos. Se llama guerra cultural, y tiene que ver con los principios y los valores hasta hace un tiempo dominantes. Con el avance imparable del progresismo, de lo políticamente correcto, de la protección descarnada a las minorías raciales o de género, y finalmente con la determinación de socavar los tres pilares sobre los que se construyó el mundo clásico y el más próspero: la filosofía griega, el derecho Romano y la religión católica.

Actualmente en Francia tres millones de musulmanes visitan con frecuencia la mezquita mientras sólo dos millones de católicos van a la Iglesia los domingos. Los índices de natalidad occidentales son dramáticamente bajos mientras los musulmanes tienen normalmente familias numerosas. Los vientres funcionan y la fe mueve montañas. Pero ni los americanos ni los europeos tienen hijos con el añadido de que han perdido cualquier clase de determinación para defender los valores y las causas que los hicieron grandes y que han construido la sociedad más próspera jamás conocida.

La guerra cultural está definitivamente perdida con Biden -sólo la podía combatir Trump- y la militar, probablemente también. Los talibanes instaurarán el régimen genocida en el que creen y exportarán el terrorismo, aquel que comprobamos en las Torres Gemelas o en Madrid, Barcelona y otras capitales europeas. A diferencia de los occidentales, ellos no tienen reloj, ellos disponen de tiempo, que es el que han empleado en Afganistán para derrotar a Estados Unidos por desistimiento. Todo la reputación, el prestigio y la autoridad que tenían los americanos ha saltado por los aires desde que han salido de Kabul como gallinas. Como los españoles de Irak con Zapatero. Han hecho un soberano ridículo, pero esta consideración es una frivolidad. Es algo mucho peor, que tendrá consecuencias nocivas para nuestros hijos y nietos.

Cuando se pierde una guerra, como la que hemos perdido nosotros, lo normal es que se abra un periodo de crisis y de reflexión, pero no parece que esto esté sucediendo ni en América ni en Europa. Desde luego, Rusia o China no van a desaprovechar la oportunidad que les han brindado en bandeja. Llevamos camino, como mínimo en Europa, de convertirnos en un parque temático. Y así lo demostramos mi familia y yo mismo aquí en Valencia tomando delicias en el Ostras Pedrín, ajenos a cualquier noticia perturbadora. ¿Cómo no se puede ser radical en estas circunstancias? A mí me parece que se debe, a pesar de lo que piensen mis hijos. ¿Y a usted?

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