El mensaje de Navidad de Begoña Gómez
Mediados de diciembre del año 24. La actividad política es frenética, un caso de corrupción desmedido bloquea el país. Una dramática DANA acaba de dejar más de 200 muertos, los políticos se esconden para no asumir responsabilidades. Se reinaugura uno de los templos de la cristiandad en París, los españoles no estamos representados, algo inaudito que los cristianos tomamos como una ofensa. La situación social es crispada y convulsa.
En este ambiente, la primera dama, consciente de su importancia, decide atenuar la tensión con un manso y afable mensaje navideño para todos los españoles. El acto tiene lugar en los jardines de Moncloa, con música clásica de fondo y un floreado altar para ella. Lleva su característico flequillo, más largo de lo habitual para taparse un poco los ojos, un traje de terciopelo blanco hasta los pies, muy escotado, y unas sandalias de tacón con piedras semipreciosas incrustadas en las tiras. Se siente sexy y segura. Sobre ella, una estrella dorada cuelga estratégicamente desde el altar.
El mensaje, financiado íntegramente por el Gobierno de España, ha necesitado de escribano, traductor, poetas, escenógrafos, floristas, trompetistas, paisajistas, peluqueros, estilistas, cinco asesores literarios y ocho profesores del África Center para darle un aire exótico. Las autoridades socialistas y un ramillete de periodistas afines son los primeros en llegar, felicitaciones y achuchones por la preciosa presentación preludian un acto inigualable. Asimismo, acompañan a Gómez en primera fila su entrenador personal, su dietista, el rector de la Complutense, el hermano de su marido y todo el equipo legal que llevan sus numerosos casos de corrupción.
Todos portan velas y una sonrisa fraternal e inamovible. En la invitación quedaba claro el protocolo para asistir. Van vestidos de ángeles. Una trompeta anuncia el comienzo del discurso. Se hace el silencio. Begoña empieza a hablar: «Españoles, me gustaría que nos hiciéramos dos preguntas. ¿Cuál es la intención transformadora de la Navidad?, ¿qué intención?, es decir, ¿qué intención real? Y ¿cómo se definiría la Navidad en relación con el impacto positivo que genera para el mundo? Si somos capaces de responder a estas preguntas, somos capaces de avanzar hacia ese espacio social ligado con nuestros negocios, porque yo estoy segura de que la razón de más peso debe ser aquella que hace mejor el mundo».
Aplausos, vítores, jarana y algarabía. El público no puede dejar de sonreír por protocolo; además, unos carteles detrás de las cámaras le avisan de cuando tiene que aplaudir y si debe o no ponerse en pie. Todo está siendo retransmitido en directo por Televisión Española. El presidente lo está viendo desde muy cerca, pues está tirado en el sofá de su casa con las dos niñas apoyadas en su regazo. Saben que es un momento histórico y único, y se sienten muy orgullosos. «Si mamá hubiera sido miss mundo, hubiera dicho ese mismo mensaje», comentan abrumados por la emoción.
Fuera, Begoña continúa: «Tenemos que plantearnos qué hace nuestra compañía para hacer mejor el mundo porque, cuando apartas esa visión, es una visión de futuro que cambia el paradigma de tu compañía y establece un nuevo entorno que es más sostenible, que es más humano, que es más rentable. Yo trataba todos estos temas en mi cátedra, pero no se me ha entendido. Mi nivel es demasiado avanzado para ellos, que siguen soñando con un sistema político desfasado, el caudillismo ya no se lleva en Europa. Sólo mi marido nos hará avanzar. Le necesitamos y, para demostrar que somos un matrimonio adaptado a los tiempos, pero también culto y sensible, terminaré este mensaje navideño con un poema:
Mi inocencia ¡tan pura!
pone a mi marido muy tierno,
Moncloa rodeada de albura
con el sueño de lo eterno».
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