Memoria colonial y olvidos en el Thyssen
No queda claro si la exposición Memoria colonial en las colecciones Thyssen-Bornemisza presente en el museo madrileño, es una suerte de examen de conciencia de la familia generadora de la colección, cuya historia de magnates industriales se forja en un momento álgido de la Europa colonialista objeto de revisión en la muestra. Los organizadores debían haber sido más explícitos en este sentido.
Sea como fuere, la exposición reflexiona sobre el pasado colonial para posicionarse frente a la «violencia racista de nuestro presente». «La necropolítica instaurada por la supremacía blanca -se afirma en el catálogo- continúa operando en nuestro presente como una maquinaria de segregación y deshumanización que actualiza de forma constante su capacidad destructora».
Asumido el planteamiento presentista de la muestra, puede sorprender su silencio sobre la interminable guerra que lleva asolando el Congo y países vecinos desde hace más de treinta años. Un conflicto de dimensiones tales, con millones de muertos y de desplazados, al que se llama con razón la Guerra Mundial Africana.
El conflicto que asola la zona de los Grandes Lagos, por el control de la extracción de materias indispensables para la producción tecnológica como el coltán, bien merecía una reflexión sobre los efectos actuales y candentes del colonialismo y el postcolonialismo.
Sin embargo, en la exposición no hay más que algunas breves y genéricas alusiones a los conflictos africanos, como la señalada a propósito del artista congoleño Pierre Mukeba, él mismo exiliado a causa del conflicto. Su obra se incluye en el catálogo en un apartado sobre la esclavitud como elemento de la dominación colonial, aunque figura en otro pasaje en la exposición.
Lo mismo ocurre con una pieza del palestino Taysir Batniji sobre el conflicto en Gaza, identificando así a Israel con la idea del esclavismo. Dicho de un pueblo que fue realmente esclavizado a manos de sus exterminadores nazis y que sufre hoy el secuestro de decenas de ciudadanos por el grupo terrorista islámico Hamás, parece una más que desafortunada alusión.
Resulta llamativo que en una exposición dedicada a «quebrar silencios», como apunta el ministro de Cultura, Ernest Urtasun, en su texto de presentación, se omita cómo en la dominación colonial -que, según los comisarios, se perpetúa en el mundo actual- han entrado en juego otros nuevos protagonistas.
En este sentido, no hay que olvidar que China es hoy el principal inversor y primer socio comercial de África. Además, es el segundo socio comercial de Iberoamérica, donde representa el mayor acreedor soberano. La presencia china en estos dos continentes trasciende la simple dimensión extractiva de materias primas, dimensión con la que, por cierto, queda irremediablemente identificada en la exposición, ya desde el primer capítulo que saluda al visitante, la histórica presencia española en tierras americanas.
Este reduccionismo olvida una marca propia de la Monarquía Hispánica, que fue el desarrollo de infraestructuras viarias, portuarias, hidráulicas, militares, hospitalarias y educativas. Constituyó un capítulo sin parangón, como bien han estudiado Manuel Lucena Giraldo y Felipe Fernández-Armesto en Un imperio de ingenieros.
Sin embargo, ninguna alusión existe en la muestra del Thyssen a esta magna aportación española, ni a los hospitales, universidades o trazados urbanísticos creados en el continente americano, como ejemplo de la obra civilizadora de España que reivindicaron y reivindican tantas figuras intelectuales de uno y otro lado del Atlántico.
Asimismo, aunque se citan en el catálogo las Leyes Nuevas de Carlos I prohibiendo la esclavitud de los indígenas en 1542, se olvida que ya en 1503, cuando se había cumplido una década de la llegada de Colón, Isabel la Católica estableció que los nativos eran «personas libres, como lo son, e non como siervos, e hacer que sean bien tratados». En 1512, su esposo Fernando abolió la esclavitud mediante las Leyes de Burgos.
También se ofrece una visión negativa del mestizaje, considerado exclusivamente como violencia sexual, cuando las realidades de América y de España no pueden entenderse sin el singular e irrepetible fenómeno del mestizaje humano, social, cultural y religioso, que no se dio en los territorios de dominio anglosajón.
La exposición dedica su último capítulo a la lucha por los derechos civiles, en especial la de la población afro-estadounidense. Habría sido también buena ocasión para subrayar que en EE.UU. los matrimonios interraciales no fueron legales en todos los estados hasta 1967, mientras que, en la América hispana, ya se habían reconocido los matrimonios entre españoles e indígenas en 1514, casi cinco siglos antes.
Parece así que el propósito de la exposición sea establecer olvidos más que «memorias» con el ya manido fin de maridar las presencias española y anglosajona en las tierras de América como generadoras de un mismo tipo de colonialismo. Sería deseable que la pulsión descolonizadora de los museos promovida por el ministro de Cultura se alejara de la tentación de revestir la momia de la leyenda negra con los nuevos vendajes de la cultura de la cancelación.
Fundir a negro la coloración diversa y compleja de la presencia española en América para equipararla al colonialismo anglosajón u holandés, es un ejercicio poco loable en instituciones culturales costeadas con el dinero de todos los españoles. No se entiende que el Ministerio de Cultura tire piedras sobre nuestro propio tejado.
Lo digo porque asumir que nuestra potencia cultural viene dada por aquella primera globalización española, es un primer paso ineludible para aprovechar las ventajas de lo que hoy, más de cinco siglos después, ha fructificado en un formidable universo de 600 millones de personas que compartimos la misma lengua y cultura.
Como colofón, vale la pena citar a los Hidatsa, pobladores de las Grandes Llanuras de los EE.UU. En la exposición se afirma que quedaron reducidos a medio millar por culpa de enfermedades como la viruela entre 1837 y 1838, bajo dominio anglosajón. Si hubieran sido súbditos de la Monarquía Hispánica, a lo mejor eso no habría pasado: treinta años antes, el cirujano levantino Francisco Javier de Balmis encabezó una expedición por las provincias españolas en América y Filipinas para llevar a cabo la primera campaña de vacunación mundial de la Historia, precisamente contra la viruela.
Nada menciona la exposición sobre esta expedición humanitaria promovida por la Corona española. Con lo que se confirma que el Thyssen se ha contagiado también de la moda de simplificar con un borrón negro todas las complejas luces y sombras de la presencia de España allende los mares.
Es de esperar que los visitantes vengan vacunados de casa contra esa moda, pero lamentablemente no es seguro que eso ocurra entre todos los que transitan por el paseo más internacional de Madrid. Menos mal que al espectador le queda la oportunidad de disipar tan oscurecidas memorias de la Hispanidad con la luminosa paleta de la pintora Rosario de Velasco, sabiamente recuperada por el propio museo Thyssen.