De la Marcha Verde (1975) a la Azul (2021)

De la Marcha Verde (1975) a la Azul (2021)
  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

A un comandante de la Sanidad Militar le preguntaron allá por junio de 1975. “Y, ¿cómo son los “Polisarios?”. El jefe respondió: “Son azules”. Azul era la capa que se superponía a sus chilabas de entonces, y azul era sobre todo, y en opinión de este militar, la faz de los individuos de los que, también él afirmaba: “Los tenemos siempre al lado, muchos han pasado por mi botiquín”. Eran sus habitantes. Este cronista trae este recuerdo en estos días posteriores a la invasión marina de Ceuta, también de Melilla, por los “enviados especiales” del rey Mohamed. Son con certeza herederos, nietos y biznietos que aquellas trescientas mil personas que un 18 de octubre de 1975 salieron de Agadir (famoso sólo por el terremoto de 1960) para llegar cuando fuera y como fuera a Tarfaya, último enclave marroquí antes del puesto fronterizo de Tah. Aquella eclosión itinerante estaba incluso presupuestada antes de comenzar: iba a costar veinte millones de dólares, y no la iba a pagar sólo el reino de Marruecos, sino 16 países árabes que apoyaban la reivindicación de los alauitas sobre el Sáhara Occidental. No fue una iniciativa programada a toda prisa y al buen tun tun. El plan se inició dos años antes y el rey Hassan II -“hermano”, según declaración propia, del entonces Príncipe de España, Juan Carlos de Borbón- contó antes de iniciarse aquel invasivo viaje, al menos con la comprensión y, desde luego con el silencio, de su gran aliado: los Estados Unidos de América.

Las crónicas más fiables han contado posteriormente que en ese tiempo, la CIA norteamericana redactó un informe que contenía dos especificaciones: la primera, que Estados Unidos ayudaría a Hassan a hacerse con el Sáhara; la segunda, literalmente: que “hay que evitar a toda costa la presencia de un movimiento de liberación afín a los intereses de Moscú”. Kissinger, secretario de Estado a la sazón, y que jugaba obviamente a dos barajas, se puso a la cabeza de aquella iniciativa, y se cuidó mucho de que los Servicios de Información españoles no se enteraran de nada. Tanto es así que, tras abandonar el Sáhara, su último comandante, el general Gómez de Salazar, declaró con gran humildad: “Nosotros no sabíamos nada de lo que se estaba preparando”. Salazar y su Ejército habían preparado sin embargo una contraofensiva por si Marruecos pretendía alguna acción. Toparon toda la zona vecina al reino aluí, y colocaron bien visible esta inscripción: “Cuidado, zona minada”.

La Marcha Verde se llamó en sus inicios Marcha Blanca, acorde con el color de las chilabas de los expedicionarios, los que llevaban por todo armamento un ejemplar del Corán. En cada descanso, Hassan había preparado para sus súbditos seiscientas tiendas de campaña y víveres para todos, aunque nada abundantes en opinión de los también seiscientos periodistas que siguieron al día la marcha. El cronista de ABC, Manuel María Meseguer, se pasó veinte días comiendo latas de sardinas: “He tenido suerte -confesó luego- no he trincado el escorbuto”. «Los voluntarios habían sido convocados con dos martingalas igualmente engañosas: que su rey convertiría el Sáhara en un vergel repleto de feraces huertas y se supone que de hermosas vírgenes (eso solamente para los hombres) y que la explotación de los fosfatos de Fos Bu-Craa bastaría para transformar a Marruecos en el estado más rico de toda África. Lo que nadie les dijo es que la propiedad de esos yacimientos caerían en la cuenta corriente de su monarca.

La marcha continuó su idem hasta que España dio dos pasos: entenderse con Estados Unidos, y no impedir, como así lo intentó el Gobierno del desastroso Carlos Arias, que el Príncipe, sin contar con nadie y con Franco muriéndose en La Paz, se trasladará a El Aaiún​​​, para allí y antes sus soldados reconocer “los legítimos derechos de la población civil saharaui”. La frase fue entendida en Rabat y el 9 de noviembre su rey Hassan proclamó precisamente en Agadir: “Se han alcanzado los objetivos previstos”. Un ministro del Movimiento, Solís Ruiz, había negociado dos veces, de “andaluz (él era de Priego, Córdoba) a andaluz” con el propio rey y sus adláteres, se cumplimentó una reunión en Madrid que duró dos días y se firmaron unos acuerdos tripartitos (el otro convidado, más bien de piedra, era Mauritania)  que siempre han permanecido cerca de cualquier papelera. Al día siguiente, el periódico de Casablanca, Le Matin, tituló así: “Hemos ganado el Sáhara”. El 26 de febrero de 1976 el coronel Valdés arrió la bandera española en El Aaiún​​​ y su colega, el coronel Dlimi, izó la de Marruecos.

El hijo preferido de Hassan, Mohamed ha recordado bien en estos días esta historia. Los descendientes de aquellos pioneros del Sahara, han llegado esta vez casi todos por mar, han surcado una Marcha Azul, curiosamente el color de la cara de sus enemigos del Frente Polisario. El superior de este Ejército informal al que nadie reconoce ya en el mundo, está en España con identidad “diferente”, según la esotérica declaración de la portavoz de nuestro Gobierno. Europa, a la que ha apelado desesperadamente Sánchez para encubrir su estruendoso fracaso diplomático y político, no es verdad que se haya portado muy bien con España: ni ha aceptado a los menas sobrantes de la invasión y, además, tardó mucho en apoyar tibiamente al vecino del Sur. ¡Qué decir de Estados Unidos que hoy, como en 1975, se ha colocado inequívocamente al lado del reino marroquí!

Y es sobre este punto sobre el que el Gobierno español debería reflexionar. El miedo cunde en las calles de Ceuta, también en las de Melilla, ante lo que ya se conoce teatralmente como “un ensayo general con todo”, el embrión de una embestida en toda regla de Marruecos sobre nuestras dos ciudades autónomas. Los expertos se preguntan con toda razón: “En el supuesto máximo de una Marcha Blanca pacífica sobre nuestros territorios ¿qué haría el mundo? ¿Por quién se pronunciaría Estados Unidos?” La posible Marcha Blanca, sucesora de la Azul, no es un escenario improbable. Cuesta ahora mismo reconocer que nuestra seguridad tampoco, como en 1975, se “haya enterado o se vaya a enterar de nada”. Los españoles  conocemos de primera mano (algunos con grandes argumentos) que Marruecos tiene infectada España de agentes, de espías que trabajan solo en la dirección que les marca Mohamed. Sobre él tampoco sabemos nada. ¿Se ha quedado contento, satisfecho con el éxito -lo ha sido- de su Marcha Azul sobre Ceuta? Quédense con esta referencia: hace un par de años el cronista visitó unos días Rabat y Casablanca, al cabo de los cuales inscribió en su agenda profesional esta impresión que le había dejado un altísimo profesional de la Diplomacia: “No hay que descartar nada; cualquier día nos dan un disgusto, están esperando siempre cualquier signo nuestro de debilidad”. Una auténtica premonición.

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