Lo que tienen en común Pablo Iglesias y Aristóteles Onassis

Lo que tienen en común Pablo Iglesias y Aristóteles Onassis

Se lo cuento inmediatamente. Una vez, el famoso a(r)mador griego se sinceró diciendo que todo el dinero y el poder del mundo no serían nada para él… “sin las mujeres”. Desde los tiempos de nuestros antepasados más lejanos, la búsqueda del status ha estado motivada, en su eco más profundo, por el apareamiento y la propagación de los genes. Los antropólogos se han explayado largo y tendido sobre cómo en todas las culturas el poder y el acceso a los recursos han procurado a los hombres que los disfrutaban un mayor número de hijos. Las cosas sólo han cambiado en las formas y el atractivo del poder (en la universidad, en la empresa o en la política) sigue siendo el mismo. La relación de ejemplos sería inacabable, pero pensemos en casos recientes de “womanizers” de tres países distintos, como Hollande, el Rey emérito o Berlusconi.

En España no se han estilado nada este tipo de alardes entre nuestros políticos. En los partidos mayoritarios, ni el PP (¿quién se imagina a Rajoy manteniendo una querida? Y de Aznar ya lo dijo su señora cuando le relacionaron con Rachida Dati: “qué más querría él”), ni el PSOE (nunca parecieron inquietas ni Sonsoles ni Begoña) han dado demasiada carnaza. Hasta que llegó Pablo Iglesias a dar un poco más que hablar.

En unos tiempos donde se afirma que las diferencias entre los sexos, la posesión amorosa, las historias de cuernos o los celos sexuales son estereotipos socialmente impuestos estamos asistiendo, con el vicepresidente podemita de actor principal, a una representación del casanovismo más landaniano. Una tragicomedia con los mismos elementos que un folletín decimonónico. En este caso, con Dina Bousselham, una amante despechada que le dio calorcillo en las largas, frías y aburridas noches de Bruselas, a la que se le ofreció ¡matrimonio! y que no estuvo muy por considerar lo suyo como un kleenex de usar y tirar. Todo esto podría ser divertido y llevarnos a la clásica reflexión sobre lo poco que cambia el mundo a pesar de que cada generación crea que lo inventa. Pero no lo es porque está enfangado con la constatación de la desfachatez y el abuso de poder de un político (otro más) que está en el gobierno de España.

Sí. Pablo Iglesias se valió supuestamente de una historia de tarjetas de móviles robados para utilizarlo en su beneficio, e hizo del caso el eje de su estrategia electoral. Su primer acto de campaña fue acudir junto a su multiex (asesora y amante) a declarar como perjudicado a la Audiencia Nacional. Y siguió tergiversando la realidad sin ningún respeto democrático yendo contra una publicación que le era crítica (esta misma en la que leen mi artículo) con la intención de acabar con su director, Eduardo Inda. Efectivamente, quien acusó a “las cloacas del poder” de persecución política, no sólo mintió a sus votantes, es que podría ser el tramador de la trama.

Ya se han interpuesto denuncias ante la Fiscalía Anticorrupción y la Criminalidad Organizada contra el vicepresidente, contra la burlada ex, contra la abogada de ésta, Marta Flor, y contra el fiscal Ignacio Stampa por denuncia falsa, falso testimonio y simulación de delito, estafa procesal, tráfico de influencias y revelación de secretos. Lo más deprimente para el atónito ciudadano ha sido que esa misma Fiscalía se hubiera dejado utilizar para salvar la cara de un político metido en un lío de faldas, por no hablar de la complicidad de cierta prensa (el presidente del Grupo Zeta, Antonio Asensio, tuvo la tarjeta y se la pasó a Pablo iglesias para que la viera, ¿por qué?).

Pablo Iglesias llegó para tener llave en mano de chalets y de, digamos, “corazones” femeninos.  Porque él lo vale. Pero estamos sólo en la primera temporada de una serie que no será su favorita ni se la va a regalar a nadie. Pero que a nosotros nos deparará grandes sesiones.

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