Los inventores del cordón
La carta en que la presidenta del PSOE, Cristina Narbona, manifiesta a Albert Rivera su “pesar” por el hecho de que Ciudadanos haya extendido “una suerte de cordón sanitario para aislar al PSOE de cara al escenario postelectoral del próximo 28 de abril” debería figurar en una antología del cinismo. En primer lugar, porque la pesadumbre no es tal, pues el sanchismo, de natural oportunista, lejos de considerar la negativa de Ciudadanos una mala noticia para la gobernabilidad de España, ve en ella un pretexto idóneo para seguir apurando la falacia de que la formación de Rivera es un partido derechizado. En su jeremiada, quien fuera ministra de Medio Ambiente llega a acusar a Ciudadanos de “priorizar los acuerdos con fuerzas de la extrema derecha”, tomando por ignorante al conjunto del electorado, que es a quien de veras se dirige. Ni el PSOE ni su presidenta deberían poner el grito en el cielo ante los efectos –indeseables, sin duda: no parece posible que España salga del atolladero sin un amplio acuerdo entre constitucionalistas– de aliarse en el Congreso con podemitas, bilduetarras y CDRs para encastillarse en La Moncloa. Dicho así puede parecer tremebundo, pero es que el socialismo español debe hacerse a la idea de que actuar en comandita con quienes ansían destruir España tal vez sea tremebundo. Y para ello, nada mejor que el rincón de pensar.
En cualquier caso, el PSOE carece de autoridad moral para reprochar a Ciudadanos nada que tenga que ver con la imposición de cordones sanitarios, pues, como aquel que dice, quienes inventaron la práctica de excomulgar al adversario fueron ellos. Retrocedamos a 2003. Más concretamente, al 14 de diciembre de 2003. Ese día, en el Salón del Tinell del Palacio Real Mayor de Barcelona, propiedad del Ayuntamiento de la ciudad, el PSC, ERC e ICV-EUiA suscribían públicamente el acuerdo por el que se constituía el famoso tripartito, y que se conoce como Pacto del Tinell. Pues bien, en un anexo, en el apartado ‘Criterios sobre actuación política’, los partidos firmantes se comprometían a “no establecer [sic] ningún acuerdo de gobernabilidad con el PP” y “a impedir la presencia del PP en el Gobierno del Estado”. Además, renunciaban a “pactos de gobierno y pactos parlamentarios [con el PP] estables en las cámaras estatales”. La exclusión del juego democrático, en efecto, de un partido que por entonces representaba aproximadamente a la mitad del electorado español. O en otras palabras: la institucionalización del sectarismo, en efecto.
Pues bien, ese mismo PSOE –esencialmente, es el mismo– que asentó un Gobierno en la demonización del adversario, tiene hoy la desfachatez de lamentar el veto de Ciudadanos, formación que, por cierto, y desde la bancada socialista, ha sido calificada de retrógada, facha, fálica –en tanto que perteneciente al ‘trifachito trifálico’–, machista y, cómo no, anticatalana. Con una diferencia sustancial: mientras que Ciudadanos le vuelve la espalda al PSOE por lo que éste hace, el PSOE lo hace por lo que Ciudadanos es.
Quizá lo que el lector no sepa o no recuerde, es que uno de los motivos del nacimiento de Ciudadanos fue precisamente el escándalo que para todos los firmantes del ‘Manifiesto del Taxidermista’ suponía la exclusión de la esfera política de un partido tanto derecho a existir como, por lo menos, el PSOE. Que nuestro ideario original diera la bienvenida a personas tanto del “liberalismo progresista” como del “socialismo democrático” –conceptos que tienen perfecta acogida en el término actual “liberal”– no era más que una vía para abrir la puerta a esa derecha moderada intolerablemente excluida. Quienes vivimos en Cataluña sabemos mucho, muchísimo de “cordones sanitarios”. Y de todos ellos son directos responsables el PSOE y su brazo tonto, el PSC, si bien puede decirse que ya están a la par.