La historia, maestra de la vida
Desde tal día como mañana, 10 de mayo, del año 1931 y hasta el día 13 comenzaron en Madrid para extenderse por gran parte del sur y el levante peninsular, unos sucesos que han pasado a nuestra historia contemporánea como la quema de conventos. Todavía no había transcurrido un mes desde la proclamación de la II República el 14 de abril, y esos desmanes, que en diversas localidades españolas provocaron el incendio y destrucción total o parcial de casi un centenar de edificios religiosos de todo tipo -iglesias, conventos, seminarios etc.- marcarían la conflictiva y efímera vida del Gobierno republicano.
Fue considerable el patrimonio histórico, cultural y religioso destrozado durante esos tres días ante la pasividad de las autoridades, actitud reflejada en la frase atribuida a Manuel Azaña por el ministro de la Gobernación Miguel Maura en sus memorias, según la cual «todos los conventos de España no valían la vida de un republicano». El Gobierno provisional de la II República se opuso a secundar el deseo de Maura de hacer intervenir a la Guardia Civil, institución que pese a la lealtad del general Sanjurjo era considerada monárquica y no afín al nuevo régimen. La escalada de la violencia sería la que llevó, pese a todo, a que el martes día 12 se declarara el estado de guerra en todo el país. Las represalias posteriores alcanzaron en especial al bando de las derechas y los monárquicos, alineados con la Iglesia agredida y no con los agresores, siendo cerrado el diario católico El Debate así como el Abc, con la detención de su director Luca de Tena. Por contraste, es elocuente lo publicado por el diario El Socialista el 12 de mayo: «La reacción ha visto ya que el pueblo está dispuesto a no tolerar. Han ardido los conventos, esa es la respuesta de la demagogia popular a la demagogia derechista». El contrapunto lo dio la Agrupación al Servicio de la República, que condenó los hechos en un artículo publicado el 11 de mayo en El Sol firmado por Gregorio Marañón, Ramón Pérez de Ayala y José Ortega y Gasset: «Quemar conventos e iglesias no demuestra ni verdadero celo republicano ni espíritu de avanzada […] sino más bien un fetichismo primitivo o criminal».
Me parece oportuno rememorar acontecimientos importantes de nuestra historia como estos, entre otros muchos, pues no son debidamente conocidos en la actualidad por haber sido sometidos bien al silencio complaciente durante la Transición, bien a la dictadura de lo políticamente correcto, ahora legalizada al modo soviético en sus sucesivas versiones de la memoria histórica primero y la memoria democrática a continuación. El conocido historiador e hispanista y autoridad del mundo anglosajón sobre la materia, Stanley Payne, en una reciente entrevista alude a ese hecho desde su acreditada «incorrección» política, que le lleva a colocar a Pío Moa como un autor de referencia obligada para conocer la auténtica historia contemporánea de España, y muy especialmente la de la Segunda República y el franquismo. A esos efectos, no se amilana en definir a la denominada «memoria histórica» como una «herramienta de ideología, victimismo y sectarismo».
Toda prevención está justificada ante los planes de estudio de la disciplina de historia, que ahora va a comenzar a explicarse desde 1812. Es sabido que todo poder autocrático y con vocación totalitaria reescribe el pasado a su conveniencia para no contentarse con ostentar el poder en el presente y pretender garantizárselo también para el futuro. Por desgracia, son la izquierda y el nacionalismo político catalán y vasco quienes, con particular poder e influencia, han impuesto su relato sobre nuestra historia reciente en el mundo académico, ante la inhibición e incomparecencia -no ausente de complejos y comodidad- de gran parte de quienes tienen el deber moral de dar a conocer la verdad con sus investigaciones y trabajos.
La historia no es una ciencia exacta, sino una disciplina académica de carácter social, que es escrita según el color del cristal con que la mira quien se acerca a ella. Y es una auténtica maestra de la vida.
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