Hay que rematar la faena

Me permito la licencia de ser repetitivo. Vuelvo a recordar el verso de Dante: «Oh, vosotros, los que entráis, abandonad toda esperanza» (Canto 3º, v. 9, Infierno). Un mínimo de inteligencia debiera llevarnos a tener en cuenta la experiencia adquirida en este quinquenio fraudulento (Gabriel Albiac) que hemos padecido en virtud de nuestra propia complicidad. Pusimos, con dosis altas de improvisación e irresponsabilidad, en el Gobierno de España a un personaje como Pedro Sánchez y el resultado está ahí: el desastre.
El otro día, en el ejercicio responsable de nuestra soberanía y con la mirada puesta en la experiencia adquirida en estos cinco años de desgobierno y de máxima polarización, plagados de mentiras y de comportamientos antidemocráticos, de presunta corrupción, de nepotismo y amiguismo, de falta absoluta de transparencia, el pueblo optó por un comportamiento consecuente. Cierto que salió a la luz el seguidismo irracional. Pero, sobre todo, brilló la voluntad, claramente mayoritaria, de seguir el propio instinto. Se hizo patente el deseo consecuente de decidir el propio destino en el futuro. Se impuso, de modo incontestable, la voluntad democrática a favor de una gestión, en las ciudades y autonomías, moderada, liberal, respetuosa con la Ley, sin discriminaciones ni sectarismos. En definitiva, se le recordó a Sánchez la canción de Raimon contra la dictadura: un rotundo y clarividente NO. El batacazo que protagonizó Sánchez fue de tales proporciones que, si hubiese tenido lo que no atesora, habría dimitido y, en todo caso, no habría llamado a las urnas un 23-J.
Sin embargo, no debemos engañarnos. No se ha dado más que un paso. Es necesario rematar la faena. La oportunidad para ello la tendremos el 23-J. Pero, ojo. No hay que fiarse. «No hay nada más peligroso en este mundo que una fiera herida acorralada» (Ramón Colombo). En estos pocos días transcurridos después de la convocatoria de las elecciones generales (verdadero plebiscito), ha vuelto a aparecer el Sánchez más peligroso. Es consciente, ha subrayado Ramón Aguiló, «de estar contra las cuerdas. Es un hombre desquiciado y podemizado». Está herido de muerte, políticamente hablando. Se siente acorralado. Dice cosas a la desesperada, irresponsables e impropias del respeto debido a los ciudadanos que dieron, de modo legitimo y democrático, su apoyo a una alternativa diferente.
A este respecto, se ha dicho con razón, por el siempre ecuánime exalcalde socialista de Palma, que «calificar a sus adversarios como extrema derecha y derecha extrema significa continuar con su política divisiva, guerracivilista, con la que pretende seguir polarizando a un país en el que la mayoría se ubica en el centro político (…). Sánchez no tiene escrúpulos, pero es que ni siquiera tiene principios». Su quinquenio fraudulento en el gobierno le delata y la hemeroteca le pone al descubierto. Hasta nuestros obispos, tanto tiempo cómplices con su silencio, se han pronunciado recientemente al respecto. Les ha costado Dios y ayuda, pero, por fin, han roto su silencio y han expresado su rechazo frente a tanta polarización como se ha exhibido y se exhibe en la vida social y política. ¿Qué hacer, por tanto?
Una cosa, en mi opinión, sigue siendo obvia. Si continuamos apoyando al sanchismo, olvidémonos de construir una sociedad y una convivencia en libertad, en igualdad y en justicia. Abandonad toda esperanza. Ya lo hemos comprobado. Iremos a peor. ¿Qué más necesitamos para convencernos? Estoy seguro de que, como tantas y tantos, la inmensa mayoría de españoles preferimos una sociedad más humana, más abierta y respetuosa con todos, más tolerante, menos sectaria y más moderada, menos vengadora y envidiosa, menos excluyente de nadie. Estoy seguro de que preferimos y anhelamos una sociedad no tan dividida y enfrentada como la actual. Si es así, seamos consecuentes y hagamos que el 23-J, en los oídos de Sánchez, resuene la canción de Raimon: DIGAMOS NO.
¡Sigamos indignados con lo ocurrido! ¡Permanezcamos atentos y vigilantes! Es muchísimo lo que el 23-J está en juego. Por ejemplo, nuestro estilo de vida. La peor actitud ante semejante riesgo, que, sin duda, nos amenaza, es la indiferencia o el pensar que ya todo está logrado. Ni mucho menos. Falta rematar la faena. Y, para ello, es indispensable expresar de nuevo nuestro rechazo. No importa el día, ni las inclemencias del tiempo, ni siquiera que estemos de vacaciones. Da igual. Quienes no nos vemos representados en el sanchismo, a lo nuestro: a desalojar de la Moncloa a su actual inquilino. Esto es, hay que acudir masivamente a las urnas.
No seamos, por tanto, ingenuos ni pueriles. No caigamos en la trampa sanchista: el rechazo a su persona por parte de la inmensa mayoría del electorado no obedece a que la sociedad española se ha vuelto de repente fascista. Es el resultado de su estilo de gobierno. Ahora, pensando en el futuro, paga las consecuencias de su desnortada gestión. Hasta muchos de los suyos están ya en el postsanchismo. Ha tratado de acallar tal movimiento. Pero, no lo duden, la conspiración contra Sánchez está viva y muestra su justa indignación entre los suyos.
Ayudemos, por tanto, con nuestro voto, exhibiendo -¿por qué no?- nuestra responsabilidad. El resto es cosa del PSOE. Ha de reorganizarse, cambiar su orientación y buscar nuevos líderes. A tal efecto, pasar a la oposición es condición indispensable.