Hacia donde el sol se calla

Sánchez

Los grandes lamentos sirven para poco. Ser victimista es tomar el camino del perdedor. Un aire negro envuelve a los que claman y se quejan cuando el mar tempestuoso es combatido por vientos contrarios. Desde mi punto de vista, cuando las cosas quebrantan el orden natural sólo hay dos opciones: aceptar la realidad con buena actitud o actuar para modificarla. Hoy les voy a relatar algunos asuntos que me ayudarán a desmitificar las históricas voces plañideras.

En un flagrante caso de acoso escolar liderado por un niño de esos neutros y rabiosos, probablemente por padecer diariamente en un hogar falto de amor y de fe, ha sucedido una de esas paradojas que traspasan todas las fronteras de la perversidad. Este tipo de niños maltratadores suelen ser consecuencia de sus padres, y este caso que aquí traigo es un clarísimo ejemplo. No puedo dar muchos datos, porque no está la cosa como para exponerse más de la cuenta. La víctima, una niña de una dulzura y una bondad extraordinarias, quedó sin recursos para defenderse. Las buenas personas, totalmente agradables y que no quieren ser confundidas por las bajas necesidades de necios personajes, no desarrollan de forma natural los mecanismos de defensa. Son confiadas, porque la brutalidad, que desconocen, les pilla por sorpresa, frente a las formas exquisitas a las que están acostumbradas.

La madre de esta niña acosada y maltratada pidió ayuda al padre del acosador, a sabiendas de que el que tiene un hijo odioso tiene que mirarse el ombligo. Sumidos en un pantano de odio y miserias, el padre demostró ser aún peor que el hijo o, al menos, estar a la altura de las despreciables circunstancias. La reacción de un ser humano normal hubiera sido escuchar a esa madre, intentando conciliar y aliviar su dolor; pero esta empresa honrosa está muy lejos de personajes que se introducen en la oscuridad por una puerta sin cerradura. Resulta que el progenitor del maltratador, abogado de profesión, denunció a la madre de la víctima nada más y nada menos que por acoso. ¿Lo conciben en una mente sana? Como escribió Dante en el canto quinto de su magnánima obra Inferno (La Divina Comedia): «Maestro, ¿qué almas son esas a quienes de tal suerte castiga ese aire negro?».

Queda claro que a la altura de Pedro Sánchez hay muchas personas anónimas que agonizan en su propio charco de miserias y deshonores. En el pecado, sin lugar a dudas, llevarán sus penitencias. Y ya que he nombrado a nuestro presidente, voy a continuar con él. Es este otro asunto que tiene de fondo millones de voces plañideras que corean al unísono, de forma vigorosa y constante. Tardé en reaccionar al verle en su último acto en Santiago. Esos vaqueros pitillos de quinqui perdido delatan una parte femenina de él que desconocía, ¿a qué macho le gusta que se le marquen las piernas? Debió estar asesorado por el navarro Santos Cerdán: «Pedro, marca tipazo tú que puedes, así te convertirás en una fuerza irreverente. A María Chivite le gustará mucho». Visiblemente desmejorado, parece que, al final, la maldad corona con evidente decrepitud a los que la adoran. Los votantes progresistas estarán encantados con este traspaso de líneas rojas, embuchado en unos vaqueros imposibles.

Y, para terminar, daré un giro de 180º, puesto que mi naturaleza es alegre y optimista, y ya me he cansado de escribir de gentuza y cosas feas. Les recuerdo que arrancamos la penúltima semana del año. Me paseo por las calles céntricas de mi ciudad, que se llama Sevilla, y las luces, la multitud, la música, me retraen a las navidades de mi juventud, cuando España era un país unido dirigido por un presidente serio y respetado (me refiero a José María Aznar), cuando toda mi preocupación era el modelito para Fin de Año. La normalidad ha vuelto a las calles, que están llenas de gente ilusionada por otra Navidad en uno de los países más antiguos, más raciales y más bellos del planeta Tierra. Les deseo una felicísima Nochebuena de todo corazón; que el Niño Dios les bendiga a todos, absolutamente a todos.

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