¡Gracias Trump!

Donald Trump
  • Agustín de Grado
  • Subdirector y responsable del Área Política en OKDIARIO. Antes jefe de área en ABC, subdirector en La Razón y director de Informativos en Telemadrid.

No habrá una tercera vez. Al menos con Donald Trump. Los EEUU, que en dos ocasiones del Siglo XX entregaron la vida de cientos de miles de sus jóvenes para salvar la civilización en el Viejo Continente, han dicho basta. Hasta aquí hemos llegado. A partir de ahora, la defensa es cosa vuestra. Y ahí ha quedado Europa, sola de un día para otro. Haciéndose la sorprendida después de tantas décadas ejerciendo lo que Jean François Revel acuñó como el «antiamericanismo mecánico», con sus sermones de superioridad moral hacia quien le garantizaba la paz y la libertad gracias a un hard power que la Europa exquisita se permitía el lujo de despreciar como belicismo yanqui.

Europa se ha echado a temblar al quedarse sin el escudo gratis del Tío Sam. ¿Cómo defendemos ahora a Ucrania con algo más que palabras huecas? ¿Cómo protegemos a Polonia de Putin si nunca preferimos los tanques a la mantequilla? Tuvo que llegar J. D. Vance a Múnich para remover conciencias y advertirnos de que la primera amenaza que Europa deberá superar es otra: la del retroceso de los valores sobre los que se levantó Occidente.

Por ejemplo, que la paz y la libertad no son gratis. Se conquistan y, después, se defienden. De lo contrario, se pierden. La máxima latina Si vis pacem, para bellum ha cumplido más de 1.500 años. Pero fue anteayer cuando las potencias europeas creyeron que podrían enfrentar a Hitler con su pacifismo infantil. Se ve que no salimos vacunados contra tal ingenuidad. Qué más da, piensan nuestros dirigentes. El antimilitarismo da votos. Pedro Sánchez llegó al poder jactándose de que suprimiría el Ministerio de Defensa por su gasto inútil. Él, con 22 ministerios a cuál más eficaz.

La cuestión de la libertad no sale mejor parada en la tierra que alumbró el derecho a disentir. El imperio de la corrección política nos ha devuelto la Inquisición y los cordones sanitarios. Si defiendes que la inmigración debe ser controlada para que no ponga en riesgo nuestro estado del bienestar, los nuevos torquemadas te envían a la hoguera por «xenófobo». Si adviertes de los peligros de inseguridad que puede generar, a la hoguera por «racista». Si cuestionas que una autoridad pueda fijar el clima ideal del planeta, el comité de salud pública te reprime por «negacionista». Si rechazas las leyes de autodeterminación del sexo legal, Pablo Iglesias te expulsa de TVE por «gentuza». Y si se te ocurre en alguna ocasión dudar de la denuncia por agresión sexual de una mujer, proscrito por «machista» (salvo que te llames Iñigo y te apellides Errejón, claro).

El comunismo se afanó en alumbrar el «nuevo hombre soviético», definido como un dechado de virtudes altruistas y saludables adquiridas bajo la amenaza del Gulag. Ahora, las políticas y presupuestos de Bruselas van dirigidos a modelar una sociedad biempensante bajo la alternativa de la cancelación. No serás valorado por tus capacidades profesionales, artísticas, empresariales o deportivas si tu opinión sobre cualquiera de los temas sobre los que está prohibido disentir se sale del carril impuesto.

Los problemas que le plantea Trump son una oportunidad para Europa. Quizá la última para esquivar el declive al que le empuja su desidia para afrontar las dificultades. Dependerá de si elige el coraje que exige la reacción o el victimismo complaciente. De nada sirve quejarse por los aranceles cuando las barreras internas que Europa se ha autoimpuesto «equivalen a un arancel del 45% para las manufacturas y del 110% para los servicios», recuerda el FMI.

Es cierto que Europa desató el siglo pasado los peores de demonios de la naturaleza humana hasta límites inconcebibles, pero también tiene a Voltaire y Locke, a Marie Curie y Einstein, a Churchill y Adenauer. El acervo cultural que le permite saber qué funciona y qué conduce al fracaso. Qué decisiones acercan la prosperidad, cuáles achican nuestra democracia y cómo hay que encarar las horas difíciles. De ahí que el historiador Niall Ferguson, muchos años antes que Vance, concluyera su libro sobre las razones del éxito de Occidente afirmando que el verdadero peligro de Europa no lo plantea EEUU, Rusia, el avance del islam o el CO2, sino «la pérdida de nuestra propia fe en la civilización que heredamos de nuestros antepasados».

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