El gasto total equivale al impuesto total
Como ya comenté en otro artículo en OKDIARIO, mi Maestro, don Pedro Schwartz, repite incesantemente una máxima económica que es, como muchos conceptos en economía, de puro sentido común. Nos recuerda que «el gasto total es el impuesto total», y así es, porque toda actuación de gasto ha de financiarse y para ello ha de recurrir a tres fuentes posibles: los impuestos, la deuda pública y la inflación.
Los impuestos, como parte de los tributos, suponen una expropiación forzosa, coercitiva, a los contribuyentes para poder hacer frente presupuestariamente a las diferentes partidas de gasto que se consignan en los presupuestos. Ello merma la renta disponible de los agentes económicos e implica que haya menos recursos para el consumo y el ahorro y, a través de este último, para la inversión, de manera que supone un impacto negativo importante para la actividad económica y el empleo, que es más eficiente en la utilización de recursos que el gasto público que lo sustituye.
Si los impuestos no son suficientes para cubrir ese nivel de gasto porque sea muy elevado, entonces el sector público se financia con deuda, que no es más que un impuesto diferido, que pagarán las generaciones actuales y venideras en el futuro. Esto merma las posibilidades de crecimiento de la economía por el esfuerzo futuro que habrá que hacer para atender esa deuda, pone en peligro la solvencia y sostenibilidad de la economía y, de ser conscientes los agentes económicos de la carga futura que tendrán que atender, entonces operará la equivalencia ricardiana, que hará disminuir el consumo actual para ahorrar y poder así pagar la deuda futura, con lo que la economía también caerá, tanto en el presente como en el futuro.
Por último, contamos con la inflación, que es otra forma de impuesto, pues eleva los precios y hace que la recaudación aumente por el simple hecho de aplicarse sobre una base mayor, fruto de la inflación, siendo, además, regresivo, ya que el esfuerzo de incremento de impuesto sobre la renta que soportan las rentas más bajas es mayor que el de las rentas altas. Asimismo, la inflación reduce el valor de las deudas del sector público -al tiempo que le hace más dependiente de la deuda, porque tiene que pagar más intereses por ella- y desincentiva el ahorro, elementos todos negativos para la economía.
Por eso, cada vez que oímos que se va a realizar una determinada actuación desde el sector público, hemos de identificar una acción de gasto, pero, ligada a ella, de manera indisoluble, va a ir una acción de ingreso que merma la capacidad de una economía y que lastra el empleo. En esta época de presentación de presupuestos -desde los Presupuestos Generales del Estado, que ahora se prorrogarán al estar el Gobierno en funciones; hasta los regionales y locales-, conviene recordarlo: hablar de más gasto es hablar de más impuestos, por alguna de sus vertientes. No tiene vuelta de hoja: es así.
Como sociedad no podemos caer en la trampa en la que llevamos décadas, donde parece que le damos la razón a aquella ministra que dijo que el dinero público no es de nadie. Los contribuyentes son los que sostienen todo el entramado de gasto público, con su esfuerzo y sacrificio, trabajando muchas horas para el sector público. Se hace para mantener unos servicios esenciales, pero no para convertir toda necesidad en un derecho; ni para acometer proyectos faraónicos -y, generalmente, muy costosos, ineficientes e incluso absurdos, a mayor gloria del líder político de turno-; ni para mantener subsidiada a la sociedad, es decir, despojada de responsabilidad, libertad, esfuerzo y espíritu de sacrificio. Se trata de que haya una cobertura sanitaria, educativa, de asuntos sociales, de transporte, y que con las cotizaciones sociales se financien las pensiones. Sin embargo, no se aporta para que desde la política se instrumenten toda suerte de subvenciones, muchas de las cuales pueden generar un clientelismo nocivo, en una suerte de caciquismo de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, pero legalizado; ni para que se derroche aumentando el gasto hasta el infinito. Unas buenas cuentas públicas son unas cuentas equilibradas después de que se haya reducido la deuda viva -hasta entonces, deberían estar en superávit-; unas cuentas que sean eficientes, es decir, que se emplee bien el dinero de los contribuyentes, de manera que con un gasto limitado y escaso se presten buenos servicios esenciales. Por ejemplo, si los servicios esenciales se pueden cubrir igual de bien con 10.000 millones de euros menos, mejor que con 10.000 millones de euros más, porque esos 10.000 millones de diferencia son innecesarios para cubrir el mismo objetivo, con la misma excelencia de prestación de servicios, y es un dinero que sale del contribuyente, que no está para financiar caprichos ni incrementos exponenciales innecesarios del gasto. No son buenas cuentas las que incrementan sin límite el gasto, sino todo lo contrario, porque serán insostenibles en el medio y largo plazo, incluso en el corto, en cuanto caigan los ingresos coyunturales que sostienen un alto nivel de gasto estructural.
Todo tiene un límite y el esfuerzo de los contribuyentes no puede dar para mucho más. La clase media está exhausta matándose a trabajar para sacar a su familia adelante, para combatir la inflación que el intervencionismo público creó -inundación de liquidez de la autoridad monetaria- y alimenta -gasto público de los gobiernos-, para pagar el recibo de la luz fruto de una equivocada y dogmática política energética, y cada vez tiene que luchar contra un enemigo que crece cada año, que es el del esfuerzo fiscal que tiene que realizar para atender la terrible expansión del gasto del sector público, que disponen del dinero ajeno como si fuese suyo, en lugar de recordar que sólo son los administradores del mismo para procurar unos servicios esenciales, no para hacer electoralismo con él ni para desincentivar el esfuerzo y el espíritu de sacrificio.
El gasto total es el impuesto total, así que cada vez que oigamos a un político prometer una actuación de gasto público, pensemos en el nuevo impuesto que nos impondrán para pagarlo, ya sea más tributos, más deuda o más inflación. Así de simple.