«Galeuska», el invento de los españolicidas

Galeuska
  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

O «Galeuzka», que ya saben que el fundador del nacionalismo vasco, el xenófobo Sabino Arana, se ingenió la fantasmal «Euzkadi» con ‘k’ y no con ‘s’. Sus herederos despreciaron los gustos del abuelo y cambiaron las letras, así que el invento posterior del «Galeuska» se escribió de esta guisa. Pero al margen de esta pequeñez, lo cierto es que se ha cumplido hace muy poco tiempo, 2023, el centenario de la triple alianza entre tres tipos y tres regiones diferentes: Maciá por Cataluña, Alfredo Somoza por Galicia y el llamado de alias Gudari (Gallástegui) por los vascos.

Se reunieron para, infantil y agresivamente, eso desde luego, enfrentarse a la que denominaron «colonización española», pero no llegaron a formular ninguna reacción práctica porque de pronto, y sin que nadie lo adivinara, Primo de Rivera pegó un golpe de Estado y se cargó fruslerías de este calibre. De este modo se sumergieron en la hibernación política hasta que, de nuevo, en 1933, ya con lo peor de la II República en el poder, resurgieron entre la apatía, cuando no la defección de los prebostes de entonces tanto que don Manuel Azaña denominó aquella segunda «Galeuska» como «un juego de casino provinciano», toda una arremetida en el bebe de los nuevos promotores, entre ellos Cambó, que apoyó la iniciativa antes de arrepentirse de las compañías y enrolarse en el alzamiento de Franco al que envió durante la Guerra Civil generosas dádivas.

Tampoco los complotados del Pacto de San Sebastián, embrión del Gobierno Provisional de la República, hicieron demasiado caso al citado Cambó y al gallego Castelao que, no se sabe muy bien por qué, suscribieron un manifiesto titulado de esta ampulosa forma: «Por la liberación de nuestros pueblos». Pero hete aquí que el PNV, experto clásico en traiciones políticas de todo jaez, se cansó de la inepcia de sus primitivos congéneres, y se fugó para suscribir un acuerdo con Esquerra Republicana de Cataluña, que ese partido sí que era una cosa sólida en la que se mecieron el militar Maciá y el miserable fugitivo Companys, un antecedente pintiparado del forajido actual, Carles (nacido Carlos Puigdemont).

Aún, ya en el exilio americano, «Galeuska» intentó un nuevo amanecer de la mano de personajes regionales de segunda fila y mano que poblaron Argentina y México. Fracasó el intento a pesar de que incluso editaron una revista con el nombre, claro está, del movimiento tripartito que sólo duró doce números porque los redactores prefirieron gastarse el poco remanente que les transmitía el Ejecutivo en el exilio en otros trabajos más efectivos.

Aquí, en Europa, el asunto no tuvo el menor éxito, entre otras cosas porque personajes de altiva jerarquía como el sobresaliente -ya entonces- Josep Tarradellas, desdeñaron la iniciativa que durmió el sueño de los bobalicones hasta llegar a 1998, Gobierno del PP de Aznar, que por entonces se entendía directamente con Pujol y Arzallus. En julio de ese año resucitó de nuevo «Galeuska» con un pacto a tres entre el PNV, Convergencia (Unió estaba en otra función) y el Bloque Nacionalista Galego del «estupefaciente» (adjetivo debido a los magines de Fraga) Beirás.

La verdad es que el proyecto duró más que nunca hasta el punto de que suscribieron un pacto para las elecciones europeas de 2004, lo que deparó pingües escaños al PNV y a CDC. Los gallegos, como casi siempre, se quedaron no con el santo, sino con la mísera limosna que no les otorgó sinecura de clase alguna.

Y desde entonces, nada de nada porque cada quien ha preferido ir por su cuenta. Pujol ha desaparecido entre delitos mil y el PNV no ha necesitado a otro referente gallego que no fuera Núñez Feijóo, con el que ahora está francamente peleado. Ahora empieza «Galeuska» a remover otra vez el rabo no se sabe con qué objetivos. El BNG, coalición que ha barrido literalmente al PSOE del escenario político gallego, va a precisar de ayudas para sostenerse en Europa, donde quiere ser la voz -dicen- de los «pueblos oprimidos».

El PNV, los sucesores de Pujol, los golpistas de Junts, no pueden presentarse en solitario porque entonces no podrían aspirar a ningún escaño, por eso y en esta tesitura les urge una inmediata recreación del acrónimo «Galeuska» que, en principio, cuenta con el reconocimiento inmediato de Pedro Sánchez Pérez-Castejón, unido definitivamente, y sólo por precisión propia, con los españolicidas que están intentando, con gran éxito, ir destruyendo la «Patria común» que define la Constitución vigente.

Por primera vez ahora, y gracias al mencionado felón, un acuerdo tripartito de esta índole tendría influencia y vigencia en el alterado panorama hispano. Todo lo que camine en la destrucción de la nación constitucional del 78 es acogido por Sánchez y su Gobierno de leninistas y secesionistas, con enorme simpatía. Les une un fin común: la destrucción de ese espacio histórico, político, social, económico y cultural en el que los españoles nos hemos movido durante más de cuarenta años como peces en el agua.

Los españolicidas se muestran ahora enormemente activos; su nueva y estupenda oportunidad es las elecciones gallegas de dentro de una semana en las que el Bloque, si las encuestas aciertan esta vez, va a barrer en las cuatro provincias a un PSOE que ni está, ni se le espera, ni se le quiere, por más que Sánchez nos sise de nuevos nuestros dineros y esté regando abundantemente una región que, ¡ojo a dato!, en cinco años de mandato solo había visitado en tres ocasiones. Así que fíjense lo que a este individuo le puede interesar el bienestar actual y el porvenir de los gallegos. En esta circunstancia la «Galeuska» de los españolicidas del momento es mucho más que un invento retórico para derramar lágrimas por el acoso que históricamente dicen sufrir los denunciantes; es un proyecto que, llámese como se llame, intenta arramplar -dicho así- con España. Esto es lo que se juega el día 18, algo que a Vox, empeñado en acometer contra el PP, parece importarle una higa.

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