Opinión

Fernando Simón, Sánchez y Revilla tal para cual

De pronto, el aún presidente del Gobierno, Pedro Sánchez Castejón, ha rescatado la exigencia de la Ley de Salud, noviembre de 2011 tiempo agónico ya de Zapatero, y ha anunciado la creación del Centro Nacional de Salud  Pública, en siglas CNSP. El Gobierno, por boca de su inane ministra de Sanidad, la señora Darias (o Darías, experta en baloncesto, de la que ignoramos incluso si su apellido lleva tilde) se ha limitado a pregonar la buena nueva nueva pero no ha dicho una palabra más: para qué va a servir, a qué se va a dedicar, qué tipo de personal rellenará científica y administrativamente el Centro, de qué tipo de autonomía va o no a disponer y, claro está, donde se edificará su sede.

Fuera de la desinformación oficial, lo que ha recogido este cronista es que ahora mismo está trabajando en el menester nada menos que el añorado Fernando Simón, aquel que durante el Covid fue un gozo desternillante oírle hablar en nombre del Gobierno. Fernando Simón, eso hay que recordarlo así, no es un experto que se inventara Sánchez, entre otras cosas, porque tampoco de esto el jefe del Gobierno sabe nada de nada. Fue la primera ministra de Sanidad del PP, Ana Mato, la que situó en una especie de asesoría de Salud a este técnico, ligado entonces por matrimonio a un familiar de otro ex ministro del ramo, Romay Beccaría. El hombre cumplió entonces su papel, pero ya en el poder el PP, abocado a levantar la tremenda crisis que habían dejado los socialistas, no estaba para gastos y sí para recortes que Rajoy ordenó para sencillamente salvar al país de la quiebra.

En 2018 llegó Sanchez Castejón pero hasta ahora no se ha ocupado del Centro, bien porque la horrenda pandemia que hemos sufrido haya refrescado su necesidad o, más políticamente, por dos razones: la primera, porque en este momento al todavía presidente le urgen iniciativas, como la descerebrada de la energía, para taponar el boquete electoral que le avecinan los sondeos. La segunda, porque a Sánchez le espera una primavera movida con unos pronósticos municipales y sobre todo autonómicos que no le aventan nada bueno. Por eso pretende que este tipo de ideas, más inconcretas que definitivas, ayuden a personajes como el depauperado Ximo Puig a remontar las encuestas que ahora mismo le deparan una derrota clara en las urnas del 28 de mayo. De estas dos precisiones nace el anuncio que, ¡fíjense!, ni siquiera tiene acreditada la denominación que podría tener porque, de pronto, el tal Centro puede transformarse en Agencia. ¿Por qué Agencia? pues porque los científicos sanitarios que no están a sueldo de este Gobierno infame creen que este cambio copiaría el “modelo AIREF” y por tanto su dependencia se situaría en el Parlamento de la Nación, no en su Gobierno.

En cuanto a la sede del Centro, el debate es de los que rompen la unanimidad política de un partido. Descartadas las opciones de Madrid, por razones obvias, y Andalucía, porque Sánchez aún no ha metabolizado su estrepitoso derrumbamiento de junio y tiene por el autor de su derrota, Juanma Moreno, un «desprecio atroz», como reconoce un diputado de su minoría socialista. En esta tesitura, Valencia y Aragón ya están librando una batalla sin cuartel en el seno del partido comunista. Escribo comunista porque llamar socialista a Sánchez y sus huestes es a estas alturas tan inútil como pedir a nuestros bares que se pongan a sudar o tiritar, depende de la estación, porque así se le ha puesto en las narices, con engaño incluido al citado pérfido, Pedro Sánchez Castejon.

En la comunidad levantina precisa de un tanto político para ensayar la salida de este marasmo preelectoral que le asedia. Valencia tiene además el precedente de un Centro Regional de estas características que funciona regularmente y que posee un emplazamiento adecuado en la autopista de Barcelona a la propia capital de la región. Así están las cosas en un asunto de salubridad nacional que, a mayor inri, puede de nuevo empeorar no sólo con la resaca del Covid o la gripe otoñal, sino con la penosa profecía que ha hecho la OMS, apoyada por multitud de epidemiólogos, que recuerdan el hecho incontestable de que cada cinco años, a más tardar diez, una nueva pandemia diezma la población mundial. Así que avisados estamos.

Posdata.- Pocas veces en estas crónicas incluyo un elemento de este jaez, pero esta vez creo imprescindible denunciar con severidad las últimas declaraciones del agitador caribeño, Revilla de apellido, ocasionalmente todavía presidente de Cantabria, que ha tiltado de “guerrita” la hecatombe de Ucrania provocada por Putin. La invasión la ha comparado con otra guerra polémica en su momento, la de Irak, y ha terminado por afirmar, con la frivolidad de un ágrafo, que la “guerrita” únicamente está sirviendo para que los fabricantes de armas americanos, o sea yanquis, se estén forrando. Esta sarta de insensateces propias de un chistoso de circo pueblerino se ha dicho al mismo tiempo que se cumplen los seis meses de la invasión de una democracia dictada por un tirano, con más de cinco mil civiles, mujeres y niños también asesinados por las tropas rusas y más de cuatro millones de personas emigradas del horror de su país. Una canallada. Lo mejor que puede decirse es que los cántabros tienen una ocasión de oro para librarse de este individuo y enviarle al chiringuito más próximo: elecciones autonómicas del próximo mayo. Si no lo hacen, que luego, como ahora, no se quejen de quién les gobierna (o cosa así) y les causa vergüenza.