¡Felipe, no te duermas!
Difícil olvidar aquel grito de Don Juan Carlos en la dramática noche del 23F: «¡Felipe, no te duermas!». Y no porque se aburriera allí sentado, en el despacho de su padre en la Zarzuela, desde donde intentaba reconducir el golpe de Estado, sino porque…
Nadie mejor que el general José Antonio Alcina, responsable de la educación y formación de Felipe, durante los diez años en los que fue su sombra, para hablarnos de las debilidades del hoy Rey de España. Aunque el ilustre militar y preceptor, ya fallecido, nos ha dejado un magnífico testimonio en su libro Así se formó el príncipe Felipe (La Esfera de los libros 2004) del que reproducimos unas impagables anécdotas sobre… ¡el sueño!
Es comprensible que Felipe intentara que el libro de su preceptor no viera la luz. De hecho, su publicación estuvo congelada dos años, hasta que una editora, la gran Ymelda Navajo, decidió, contra viento y marea, publicarla como regalo de bodas. Todavía recuerdo la mirada, no precisamente cariñosa, que Felipe le dirigió a Alcina al pasar junto a él cuando abandonaba el templo de la Almudena, donde acababa de casarse.
El 24 de abril de 1984, cuando José Antonio Alcina recibe la orden del Rey Juan Carlos de ocuparse de la educación y formación de Felipe, el príncipe sólo tiene dieciséis años y era entonces un niño mal criado, flojo en sus estudios, con faltas de asistencia y puntualidad en sus obligaciones escolares, déspota y con un gran problema añadido: el sueño. Así lo recuerda Alcina en su libro:
«Estaba pasando una mala racha, un mal momento, quizá como consecuencia de su crecimiento, de su pubertad, lo que provocaba cierta vagancia, somnolencia y falta de interés en general. Se quedaba dormido hasta de pie. Sobre las siete y media de la mañana, la primera labor era despertarle de su habitualmente pesado sueño con toda clase de artimañas».
Para despertarlo, el tutor recurría, según cuenta, a tirarle de los pies, abrir de par en par la ventana de la habitación o llamarle por teléfono desde la centralita de la Zarzuela: «Muchas veces, el sueño era tan profundo que todo aquello constituía una tarea casi imposible».
Se trataba de una narcolepsia
Los problemas de sueño de Felipe, a los dieciséis años, se presentaban no sólo en la cama a la hora de levantarse, sino también durante las clases. Para Alcina era un gran inconveniente. Si las impartían sentados, Felipe se dormía. De modo que recomendó asistiera a las clases de pie, aunque sin apoyarse, porque, de lo contrario, también se dormía. Y si colocaba los codos en la mesa, se quedaba profundamente dormido.
Me extraña que el equipo médico de la Casa Real no se ocupara de estos episodios del sueño, que podría deberse a un trastorno llamado narcolepsia, un sueño sin previo aviso que suele manifestarse, estés donde estés y en cualquier lugar, en la adolescencia.
El problema persistió durante la estancia de Felipe en el Lakefield College School de Canadá, donde permaneció desde septiembre de 1984 hasta acabar el curso escolar en 1985, acompañado siempre por su preceptor José Antonio Alcina. Allí, el régimen era muy exigente, estricto y se llevaba a rajatabla. Para empezar, había que levantarse a las seis y media de la mañana. El príncipe empezó a tener problemas con tan incómoda hora.
«Aunque Chris, su compañero de habitación, hacía las veces de despertador, no conseguía despertarle y se desesperaba por el persistente sueño tan profundo. Había ocasiones en las que la gobernanta del colegio, Christina Machintush, tenía que recurrir a la bolsa de hielo sobre la cara de don Felipe».
Me gustaría saber si esta alteración del sueño que sufría de niño sigue afectando, aún hoy, a Felipe VI. Aunque no olvidemos que a esta máxima se pueden acoger todos aquellos que, como Felipe, a veces se quedan dormidos, pero nunca… durmiendo.
No sólo Felipe…
En el Congreso, varios han sido los diputados sorprendidos cuando dormían plácidamente. Quien no recuerda las imágenes de los dos diputados de Podemos, Mar García Puig y Raimundo Viejo, dormidos en sus escaños. Y a Albert Rivera dando cabezadas. Y es que el sueño, ese «estado prenatal» que decía Henry Miller, afecta por igual a todo ser humano, por aquello de que, si ovejas faltan, con un sueño basta.
Y como hemos visto, dormir se duermen los políticos, los magistrados, como su señoría Julio de Diego, miembro del Tribunal en el juicio del caso Gürtel y hasta el propio Rey. Al menos, en la época en la que era príncipe.
Una pregunta: ¿se seguirá durmiendo o se habrá curado de la narcolepsia. Y no sólo era esto. También, como mal estudiante que era, siempre acababa aprobando con ayuda de profesores particulares en casa, como Pilar Arpón y José Antonio Cervera Madrigal.
Don Juan Díez, su tutor en el colegio de Los Rosales, pensaba que el mayor defecto de Felipe era… el reloj. Siempre llegaba tarde. También que no profundizaba en los temas que no le interesaban. Aunque en una entrevista en la revista Blanco y Negro reconocía:
«No tenía más remedio que intentar ser buen estudiante. Lo que menos me gustaba eran las matemáticas. Prefiero las letras a los números. En una educación del tipo de la que recibo, no cabe faltar un día a clase ni salvarte de que te pregunten la lección».
A pesar de lo que se dice ahora de que está muy preparado, en aquella época el test Wechsler le dio 27 puntos sobre 100, lo que marcaba una inteligencia nada extraordinaria, digamos que normalita.
Al igual que le sucedió a su padre, sobre todo en las academias militares, algunos compañeros de colegio no parecían sentir una especial simpatía por Felipe. Por ser quien era y, además, rubio y con los ojos azules. Le consideraban un niño mimado por la suerte, un hijo de papá, que lo era y en grado sumo.
Además de las asignaturas obligatorias que se impartían en el colegio, Felipe también recibió clases particulares de conversación, para la que no estaba muy dotado. Su comportamiento en público revelaba una extraordinaria timidez.
En cuanto a la lectura, Felipe VI leía tan mal como su padre. En este terreno, hay que reconocer que el mérito es de Letizia quien, como profesional que es, ha sabido enseñarle a leer correctamente los discursos. A Dios lo que es de Dios y a Letizia lo que le corresponde reconocerle.
Aquel niño es hoy Felipe VI
El 30 de enero de 1968, mientras Franco hacia una llamada para indultar a un condenado a muerte, como gracia por el nacimiento del heredero de su heredero, Don Juan Carlos saltaba de alegría en la clínica, entonces de Loreto, donde Doña Sofía había dado a luz. «Estaba seguro que iba a ser varón». Y abrazaba no sólo a mí sino a todo el mundo que se cruzaba por los pasillos. La primera llamada que hizo fue al generalísimo, quien lo único que preguntó fue: «¿Ha sido machote?». «Sí, mucho, mi general, como su padre», respondió el príncipe, emocionado.
Sorprende que a Franco sólo le preocupara saber aquello. Incluso no preguntó por la madre. Pienso que estaba esperando a que naciera un heredero para nombrar a Juan Carlos sucesor a título de rey, como haría un mes más tarde. La segunda llamada fue, naturalmente, para el conde de Barcelona, el abuelo paterno: «¡Por fin tienes un nieto, papá!».
Hoy puede pensarse que el nacimiento de Felipe colmó de alegría a los españoles. Yo creo que les daba igual. Prueba de ello es que el número de periodistas que cubríamos la noticia superaba apenas una docena con los que Juan Carlos, como podía verse en la fotografía de Europa Press que se publicó al día siguiente, en la que se identificaba al príncipe (entonces poco conocido) para que no hubiera errores: «El príncipe Juan Carlos, mirando a la cámara, brinda con los periodistas».
La reina Victoria Eugenia se emocionó mucho con el nacimiento de su nieto y confirmó a don Juan Carlos que regresaría España para ser madrina de bautismo del bebé, que recibiría los nombres de Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos los Santos: Felipe por el apóstol y por ser un nombre tradicional en la familia; Juan por su abuelo paterno; Pablo, por el abuelo materno; Alfonso, por su bisabuelo paterno.
El bautizo se fijó para el 8 de febrero en el palacio de La Zarzuela. La octogenaria Victoria Eugenia volvía a España después de 37 años en el exilio. Y lo hizo acompañada del jefe de su Casa, el duque de Alba, de su dama de compañía, la señora de Rich y de este periodista.
«¿Volamos ya sobre España?», le preguntó nerviosa por el recuerdo de tantos años, por la cantidad de recuerdos que le traía su regreso.
Victoria Eugenia como madrina y don Juan de Borbón, otro exilado, fueron los padrinos de aquel infante, bautizado con agua del río Jordán. Por fin había llegado aquel varón tan esperado. La continuidad estaba garantizada por aquel niño, hoy el rey Felipe VI. De su proclamación como Rey de España, el 19 de este mes de junio ha hecho ya…¡diez años!
¡Felicidades, señor!
Chsss…
Según Anne Bell, la nurse de Felipe, éste era un niño caprichoso, de mal carácter, déspota, inquieto, descarado y revoltoso. Se sentía el rey de la casa cuando su padre todavía no lo era.
Cuando nació Felipe, Juan Carlos brindó con los periodistas que nos encontrábamos en la clínica con sidra El Gaitero.
Doña Sofía fue la primera reina que daba a luz en una clínica. Las anteriores reinas e infantas parieron en palacio.
A pesar de la inminencia del parto, Sofía rechazó la camilla y descendió de su habitación al paritorio por su propio pie.
Las pocas personas que se encontraban en el pequeño vestíbulo de la clínica no la reconocieron cuando pasó ante ellos llevando la chaqueta del pijama de su marido.
De todas formas, la Familia Real poco interesaba entonces a los españoles. La monarquía no existía, pero sí la dictadura de Franco y, por tanto, que Doña Sofía diera a luz importaba muy poco.
Doña Sofía tardó en dar a luz a Felipe tan sólo veinte minutos. Se trataba de un niño muy hermoso que pesaba 4 kilos y 300 gramos y medía 55 centímetros de largo.
En aquella época no había ecografías. Sólo se sabía el sexo de la criatura tras el parto.
Era tal la ilusión, el deseo y el ansia de Sofía por dar a luz un niño que, a escondidas, compraba ropita celeste y rechazaba el rosa que empezaba a odiar.
«Ha sido varón. Estoy contentísima. Imaginaos, después de dos niñas (Elena y Cristina) nos ha nacido el varón».
No dijo «el niño» ni «un niño», sino «el varón». «Yo lo decía: a la tercera tiene que ser». Y fue.