La felicidad de Iniesta

La felicidad de Iniesta

En el transcurso de un viaje de vuelta desde Moscú, donde el Mallorca había derrotado al CSK, Luis Aragonés me dijo que el mejor futbolista al que había entrenado era el «Petete» Correa. «Su problema, añadió, es que no le gusta el fútbol». Me acabo de acordar de aquella larga, entretenida y didáctica charla a bordo de un avión que regresaba a Palma a la cola de otro que transportaba al Barça, al leer sobre el reconocimiento que ha recibido Andrés Iniesta en el anuncio del adiós a su carrera como jugador.

La mayor grandeza de Andrés Iniesta no la encontramos en su ejemplar y brillante trayectoria sobre el terreno de juego ni en el gol que valió a España la conquista del Mundial del 2010 en Sudáfrica, sino en la oportuna reflexión recogida en una de sus entrevistas al afirmar que «yo juego para ser feliz, no para ganar. La antítesis de lo que uno de sus entrenadores favoritos me explicó acerca del futbolista uruguayo y la obsesión que en si mismo encerraba el famoso «ganar, ganar y ganar».

Otro técnico, Llorenç Serra Ferrer, que ha estado en el acto de despedida, afirma a menudo que «el futbolista tiene que ser el mismo dentro y fuera del campo», otra sentencia que define perfectamente al personaje protagonista. De haberse realizado con el balón, el de Fuentealbilla tampoco hubiera sido quién es, de no haber estado satisfecho consigo mismo no habría rendido como lo hizo ni, probablemente, hubiera anotado el tanto que le encumbró cuando ya había sido encumbrado.

Aunque esta sociedad se entregue con mayor devoción a glosar a los muertos mientras putea a los vivos y las despedidas sean particularmente odiosas, un homenaje a la persona antes que al personaje, en el final de su carrera pero en la flor de su vida, nos transmite la satisfacción de poder participar con aquellos que nos contagian su felicidad en la misma medida que nos la han procurado. Siempre tan lejanos, pero tan próximos a la vez.

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