La farsa de la milenaria Cataluña

Cataluña
Cataluña

Desde siempre el catalanismo ha padecido un serio problema a la hora de relatar la historia de Cataluña ya que en la intitulación real española y aragonesa por detrás de los reinos de Aragón, de Mallorca y de Valencia sólo aparece relacionado con Cataluña el Condado de Barcelona. ¿Cómo lo solucionó el catalanismo? Pues muy fácil, inventándose una Cataluña milenaria.

El artificio de una antiquísima Cataluña ya lo pretendió a finales del siglo XVII Juan Gaspar Roig Jalpí con su apócrifo Llibre dels Feyts d’Armes de Catalunya, asegurando que era una copia de un incunable de 1420 firmado por Bernardo Boadas. La fascinación por esta falsa legendaria historia de Cataluña​ alcanzó su mayor reconocimiento durante la Renaixença catalana cuando en 1873 el libro fue editado por el poeta mallorquín Mariano Aguiló (totalmente subordinado culturalmente a Cataluña). Su edición facilitó la difusión de la falsa idea de una milenaria Cataluña, además de sus leyendas. ¿Quién no conoce la fábula del origen de las cuatro barras catalanas en la sangre de Wilfredo el Velloso?

En ese momento de euforia romanticista de la Renaixença nació la supuesta “Confederación catalano-aragonesa”. Fue un miembro de la tergiversadora saga catalanista de los Bofarull, concretamente Antonio Bofarull, quien se la inventó en 1872. Aunque el que se lleva la palma de adulterador y falseador de la historia fue el iniciador de la saga, su tío Próspero Bofarull, director del Archivo de la Corona de Aragón. En 1847, el (en teoría) custodio de la integridad del Archivo, decidió reescribir el Llibre del Repartiment del Reino de Valencia con el objetivo de ensalzar el papel de los catalanes en la conquista de Valencia de 1238.

Aunque la fábula catalanista de Juan Gaspar Roig se truncó en 1948 cuando el erudito Miguel Coll Alentorn (40 años más tarde fue presidente del Parlamento de Cataluña) destapó el timo, el falso Llibre dels Feyts d’Armes de Catalunya siguió impregnando la doctrina catalanista para su adaptación de la historia a sus tesis. Tanto es así que en 1987 la editorial Barcino reeditó el libro constando otra vez como autor al sacerdote Bernardo Boadas (que realmente sí existió): el catalanismo ya tenía su crónica del pasado glorioso de su Principado de Cataluña.

Como el montaje del apócrifo Llibre no se aguantaba, el catalanismo, siguiendo la senda de Roig y los Bofarull, se decantó por acomodar la historia a su doctrina. Actualmente la Generalidad de Cataluña ya no realiza esta faena directamente, si no que impulsa y sustenta el expolio catalanista por vía de la suculenta subvención directa a entidades (en teoría) privadas, como es el caso de la Enciclopedia Catalana, que “tiene como misión el fomento de la cultura catalana, su difusión y también su internacionalización”, y mediante la publicidad institucional dada a diversos medios pancatalanistas (también, en teoría, privados) como www.elnacional.cat, www.sapiens.cat y www.vilaweb.cat.

El primer paso fue, y sigue siendo, el cambio de nombre, ir suprimiendo Aragón para dejar Cataluña. Desde el invento de la “Confederación catalano-aragonesa” se ha llegado a la “Corona catalano-aragonesa” y a la “Corona de Cataluña-Aragón”. Además de renombrar también al soberano: el Rey Pedro IV de Aragón es el “conde-rey Pedro III de Barcelona y IV de Aragón”. Lo cierto es que la realidad histórica es muy distinta a la que le agradaría al expolio catalanista. La denominación de “Confederación catalano-aragonesa” no es admisible se mire por donde se mire. No se corresponde con el término jurídico de confederación y además al incluir forzosamente a Cataluña excluye a los verdaderos reinos como Mallorca, Valencia, Sicilia, Cerdeña y Nápoles. El uso del término confederación es anacrónico y del todo erróneo ya que eso significaría la existencia de instituciones permanentes de enlace entre los distintos “estados confederados”.

En la Corona de Aragón lo que tenían en común los distintos entes políticos que la integraban era la figura del rey y su política exterior; cada reino tiene sus propias instituciones, privilegios, cortes, leyes y moneda. En cambio, el término “Corona de Aragónya aparece documentado a partir del siglo XIII en su acepción de “poder regio”. Y a partir del siglo XV en su significado de “complejo territorial”, ya que lo habitual era que se enumerasen los reinos o que se usase la denominación de “Reinos y tierras del Rey de Aragón”. En el caso de España, en la versión italiana de la crónica del funeral del Emperador Carlos V en 1558 se cita conjuntamente la Corona de España y sus quince reinos: “Corona di Spagna, cioà Granata, Cordua, Siviglia, Toledo, Gallitia, Maiorica, Sardenya, Valenza, Sicilia, Gerusaleme, Napoli, Navara, Aragona, Leone, che dicono Castiglia la vecchia, Castiglia la nova”. El que sigue sin aparecer es el Reino de Cataluña.

Al cambio de denominación, siguiendo la senda de Juan Gaspar Roig, se le añade trasladar el nombre de Cataluña a antes que se documentase su existencia, que fue a principios del siglo XII, en tiempos del conde de Barcelona Ramón Berenguer III. Fue en 1114, en el relato de la Cruzada pisana contra los sarracenos mallorquines cuando se documentó por primera vez el topónimo “Catalania” (en clara referencia al Condado de Barcelona). Pero el término Cataluña no cuajó, ya que en los títulos del conde Ramón Berenguer III seguía sin aparecer.

Tuvo que pasar un siglo para comenzar a hablar de Cataluña, y sólo en un sentido geográfico. Fue el rey Alfonso II de Aragón quien empezó a usar esta denominación para poder diferenciar entre “regno Aragonis” y “Catalonia” y también a sus habitantes, “Catalanorum et Aragonensium”. Esta necesidad surgió debido a que el Condado de Barcelona (que era Cataluña) había ido extendiendo sus Asambleas de Paz y Tregua más allá de sus fronteras originales: Gerona, Osona, Berga, Besalú, Cerdaña, Coflent…. Un siglo más tarde, a partir del reinado de Pedro II, el concepto geográfico de Cataluña se fue consolidando institucionalmente: “Petro rege in Aragone et in Catalonia”. Aun así, el territorio catalán aun no era el actual. No incluía ni Urgel, ni Ampurias, ni Pallars, como tampoco incluía Lérida, que hasta 1244 formó parte del Reino de Aragón.

En tiempos de Pedro IV de Aragón se culminó la edificación institucional de Cataluña en torno del Condado de Barcelona llegando a la figura del Principado de Cataluña. Esta era la única denominación que jurídicamente se podía usar, ya que este territorio no dependía de un rey (no existía el Reino de Cataluña), ni de un conde (Barcelona no abarcaba todo Cataluña), sino de un soberano, el “príncipe”, el rey de Aragón. Aun así, después de este largo proceso de construcción la primera vez que se documentó la denominación de principado de Cataluña no fue hasta la convocatoria de Cortes en Perpiñán de 1350.  

Como podemos comprobar por mucho que los actores del expolio catalanista (financiado por la Generalidad de Cataluña) inunden las redes con información tergiversada y falseada, la realidad histórica y documentada es que de la milenaria Cataluña, nada de nada. ¿Es lícito, es ético que con el dinero de todos se subvencione la deformación de la historia para fines políticos?

Lo último en Opinión

Últimas noticias